Así son los vegetales modificados genéticamente sin ser transgénicos

Muchos vegetales que consumimos actualmente, aunque no lo sepamos, están modificados genéticamente. Ni las matas de tomates que acaban en nuestras ensaladas, ni las espigas de maíz eran así originalmente, por poner algún ejemplo. El ser humano ha ido domesticando las plantaciones para conseguir frutos más apetitosos, bonitos o resistentes a las plagas.

Por Cristina Soria

El método clásico para conseguir que las frutas, verduras y cereales sean como el ser humano desea es cruzar solo el tipo de cosechas que nos ofrecen los resultados que deseamos. De hecho, es lo mismo que se hace con los animales de cría, como los perros y los caballos. 

Pero esta forma de “domar” a los vegetales es muy lenta, y se puede tardar hasta 20 años en modificar un cultivo para lograr conseguir que se adapte a nuestras necesidades. Sin embargo, esta práctica tiene un problema: mientras se pone la atención en un cualidad (el buen color, el buen sabor, la buena defensa a las plagas), el resto de las cualidades del alimento no pueden garantizarse, y es más que probable que acaben perdiéndose beneficios.

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Así nacieron los transgénicos

Hace años, la ciencia aportó un proceso que aceleraba notablemente la modificación de los vegetales: los transgénicos. Este proceso consiste en incluir una cadena de ADN artificial en el genoma de las plantas, y en concreto se incluye aquella cualidad que se pretende potenciar. Como decíamos: se puede conseguir frutas más grandes, que maduren más lentamente, o que tenga una piel más brillante.

El problema ético de los transgénicos es que cuando se incluye un ADN artificial, este cae de forma aleatoria sobre el genoma de la planta, y eso genera una especie modificada que siempre al analizarse mostrará que existe una alteración. Es decir, los transgénicos tienen un “código de barras” que avisa de que no son especies naturales.

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Sin embargo, la comunidad científica parece estar más que de acuerdo en que los transgénicos no constituyen un peligro para la salud humana, ni para la supervivencia de las especies y el ecosistema. Desde un punto de vista científico, los transgénicos son seguros y sostenibles, y aportan una forma de mejorar los cultivos de forma mucho más acelerada de lo que se haría “modificando” los vegetales siendo cruzados a lo largo de los años.

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Y llegó la edición genética “CRISPR/cas”

Recientemente se ha descubierto una herramienta que los genetistas pueden poner en práctica para realizar modificaciones en los vegetales, de forma natural pero acelerando el proceso de cambio del ADN de forma radical. Se trata de la edición genética realizada con CRISPR/cas.

Este método implica inyectar en una planta una orden de modificación genética concreta. No es añadir ADN artificial o externo, que en el caso de los transgénicos se solapa al genoma de forma desordenada, sino que el CRISPR/cas implica ordenar una mutación concreta en el ADN de la planta, y modificar sus cualidades sin dejar rastro de haberlo hecho.

Los vegetales modificados genéricamente mediante este método jamás podrán diferenciarse de plantas y frutos que han nacido así, de forma natural. Porque los elementos químicos que se inyectan se volatilizan, y el ADN resultante es coherente y está ordenado de forma natural.

Sin embargo, esta práctica está prohibida actualmente en Europa, porque la legislación de la Unión ha determinado que esta modificación genética podría acarrear un problema ético o ecológico. Pero, por el contrario, Estados Unidos sí ha autorizado el uso de esta herramienta y en adelante sus frutas y verduras podrán ser modificadas, ser más sabrosas, más bonitas, perfectas, resistentes a las plagas, y no ser identificadas como modificadas genéticamente por los compradores europeos. De hecho, hay quienes afirman que es cuestión de tiempo que esa sea también la forma de perfeccionar los cultivos en nuestro país.

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