Adolescente comiendo comida basura©AdobeStock

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El hambre emocional en la adolescencia, ¿qué significa y cómo detectarlo?

La adolescencia es una época que implica muchos cambios a todos los niveles que pueden provocar inseguridades. En este periodo puede utilizarse la alimentación como vía de escape. Te contamos qué es el hambre emocional y por qué es frecuente en adolescentes.

Para poder saber qué es el hambre emocional debemos diferenciarlo del hambre físico. El hambre emocional, normalmente surge de forma repentina y está asociado frecuentemente a alimentos hipercalóricos, productos procesados, con altos contenidos en azúcares y poco saludables. El alimento sirve como refugio, bienestar o compensación por un sentimiento o emoción que estamos viviendo en ese momento: puede ser por tristeza, ansiedad, frustración, aburrimiento… Y, por otro lado, está el hambre física, que aparece de forma gradual cuando llevamos varias horas sin comer y tras la ingesta de alimentos de cualquier tipo la persona se sienta saciada.

Por tanto, el hambre emocional suele asociarse a momentos más difíciles o complicados que pasamos a lo largo de nuestra vida, y uno de ellos es la adolescencia. “La relación del hambre emocional con la adolescencia es bastante frecuente. La adolescencia es una etapa que implica, de manera significativa, cambios físicos, hormonales y cerebrales. Es una etapa en la que suelen darse mayores problemas de autoestima derivados, precisamente, de los cambios físicos que se experimentan y aparecen, también, entre otras circunstancias, mayores demandas sociales y familiares. Es una etapa emocional compleja en la que, en la mayoría de ocasiones, surgen dificultades para gestionar las propias emociones. Estos factores aumentan la probabilidad de que en este periodo se utilice la ingesta de alimentos como vía de regulación emocional”, nos explica la psicóloga especializada en infancia y adolescencia, Diana Martín (@dianamartinpsicologa).


¿Cómo puedo saber si mi hijo adolescente sufre hambre emocional?

Es importante saber que el hambre emocional no es consciente, es decir, que cuando comemos de manera emocional lo estamos haciendo de una forma irracional y, por tanto, no somos conscientes de las consecuencias. “Debemos tener en cuenta que, si en la etapa adulta ya resulta difícil, en muchas ocasiones, percibir cómo nuestras emociones toman el control en la adolescencia, es comprensible que resulte todavía más complicado”, dice la experta. Y, además, aclara que “recurrir a la comida en momentos puntuales (cuando, por ejemplo, sentimos que queremos reforzarnos por haber tenido un día complicado o para celebrar algo que nos ha ocurrido) no es malo. El problema surge cuando basamos la ingesta de comida como mecanismo habitual para regular nuestras emociones y lo convertimos en un patrón de comportamiento”.

Los síntomas que nos pueden hacer sospechar de una mala relación con la comida son:

  • Necesidad de comer, aunque no se sienta hambre fisiológica (física).
  • Se manifiesta de manera repentina.
  • Se percibe como algo difícil de controlar.
  • Necesidad de comer alimentos específicos, principalmente poco saludables.
  • Comer como recompensa o celebración habitual.
  • Sentimiento de culpa después de comer.

Pero es que, además, esta mala relación con la comida puede implicar consecuencias más graves, tal y como nos enumera la psicóloga:


Cómo poner fin a este problema alimenticio-emocional

¿Qué podemos hacer para solucionar este problema? Desprenderse de los patrones del hambre emocional supone realizar un trabajo duro y constante de rutinas que implica adquirir nuevos hábitos saludables. “Hay que tener en cuenta que sentir placer al comer es algo normal, pero, lo que no es normal ni sano es que las emociones tomen el control en nuestra relación con la comida”, dice la experta. Y nos da 3 pasos, que considera claves, para la recuperación de este trastorno, que pudiera estar provocando un problema en tu hijo:

1. Promover un entorno favorable para la comunicación

La comunicación con tu hijo es fundamental. Saber qué le está pasando, verbalizar el problema y confrontar la realidad, aunque le moleste. La psicóloga recomienda crear canales de comunicación bidireccionales. “Con esto me refiero a que en numerosas ocasiones pretendemos que los adolescentes se abran en canal a contar sus cosas, mientras los padres y madres se mantienen fríos en un rol adulto que simplemente escucha, para luego, con mucha probabilidad, emitir un juicio de valor. Es importante que el adolescente perciba que la comunicación se da en ambos sentidos y que sus progenitores también comparten vivencias emocionales. Este tipo de comunicación favorece la apertura”, asegura.

En otras palabras, lo que la experta quiere transmitir es que en lugar de abordar directamente el problema la clave estaría en crear un espacio comunicativo propicio y agradable: “Hablar de cómo se sienten, cómo ha ido el día, cómo va el instituto o trabajo (para hijos y padres/madres, respectivamente), y que, de esta forma, se vaya generando un acercamiento. Para entrar a hablar de temas incómodos y difíciles de gestionar es mejor promover, en un principio, temas de conversación en los que el adolescente esté más cómodo. No podemos pretender que nos cuente sus preocupaciones si no comparte con nosotros vivencias más fáciles de comunicar”.

2. Preguntarle cómo cree que pueden ayudarle y plantearle alternativas

La imposición no es la mejor aliada. Es necesario que el adolescente se sienta escuchado y valorado. Su criterio y visión es importante, aunque luego los padres y madres guíen la toma de decisiones en la dirección que crean más acertada.

“Es importante ayudarle a identificar cuál es la causa de ese hambre emocional (tristeza, aburrimiento, estrés…) y encontrar otras formas más adaptativas de lidiar con sus emociones. Además de la emoción en sí, es importante también trabajar con los pensamientos e interpretaciones que el adolescente está pudiendo realizar de algunas situaciones, las cuales, están desencadenado las emociones incómodas que le llevan al hambre emocional”, argumenta la psicóloga.

Una vez identificada la emoción e interpretación de esta, el siguiente paso sería “generar pensamientos alternativos realistas sobre la situación que está viviendo, así como poner en práctica estrategias de regulación emocional que funcionen en ese adolescente (deporte, compartir las emociones con personas cercanas…)”, recomienda. Pero la psicóloga hace hincapié en que estas alternativas tienen que funcionar con ese adolescente en concreto, porque a cada persona nos gustan cosas diferentes. Para ello, “promover el autoconocimiento (algo nada sencillo) desde edades tempranas es crucial. Saber qué ayuda a regular mis propias emociones me permitirá establecer una relación más sana conmigo mismo/a y con los demás”.

3. Proponer vías de ayuda profesional

Y, por último, si tras identificar qué hay detrás de ese hambre emocional y procurar poner en marcha otras vías alternativas para responder en este tipo de situaciones, el problema persiste, el trabajo multidisciplinar puede ser la mejor opción. “Por un lado, acudir a un psicólogo es un paso importante para trabajar toda la parte emocional asociada con esta problemática y también su componente comportamental. Por otro, la coordinación con otros profesionales, como, por ejemplo, especialistas en nutrición, puede ser altamente favorable para propiciar una mejor relación con la comida y la asunción de hábitos más saludables”, recomienda.

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