Muchos son los papás que alguna vez en la vida han recurrido a los gritos cuando sus hijos estaban haciendo algo ‘mal’, o cuando se niegan a obedecer una orden.
Hay una creencia general de que los gritos refuerzan la autoridad del padre, amedrentar al niño o, en otras palabras, ‘le meten miedo’, para que haga lo que queremos. Pero en realidad, “lo cierto es que gritar no hace que se tenga más razón ni que los niños obedezcan más. De hecho, utilizar este método como recurso educativo puede ser contraproducente. Cuando les gritas a los niños no sólo estás reconociendo que los pequeños están fuera de control, sino que tú también has perdido las riendas de la situación”, asegura Isabel Aranda, psicóloga sanitaria y Chief Content Officer de TherapyChat.