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Adolescentes

La importancia de la salud ginecológica en la adolescencia

¿Cómo prevenir infecciones y enfermedades en la zona pélvica? ¿Cómo comprobar que todo marcha bien tras la menarquía?

Un aspecto clave para la salud en general y para el bienestar emocional de las adolescentes es la salud ginecológica, un aspecto al que no siempre se le presta la atención necesaria. Abordar este tema con ellas es básico para prevenir desde infecciones hasta determinados tipos de cáncer, como el de cuello de útero, asociado al virus del papiloma humano (VPH). “La salud ginecológica en la adolescencia es un aspecto fundamental de su bienestar general”, subraya la Dra. Marta Sánchez-Dehesa, jefa del equipo de ginecología en HM IMI Toledo. “La educación y la prevención desempeñan un papel crucial en la promoción de una vida saludable y sin preocupaciones en esta etapa de la vida”.

La base de una buena salud ginecológica en adolescentes

1º Educación sexual

Para que nuestras hijas adolescentes tengan una buena salud ginecológica (o, al menos, para prevenir aquello que es posible prevenir), la base es una adecuada educación sexual, que debe comenzar en casa mucho antes de que tengan su primera menstruación. “Es crucial mantener una comunicación abierta y confiable con las adolescentes sobre estos temas, incluyendo pruebas como las del VPH y las citologías para detectar el cáncer de cuello de útero. Al hacerlo, contribuimos significativamente a su bienestar y les proporcionamos las herramientas necesarias para tomar decisiones informadas sobre su salud ginecológica en el futuro”.

2º Hábitos de vida saludables

Está más que comprobado el papel de llevar una dieta equilibrada y del ejercicio regular en la salud en general y, en concreto, en su capacidad de puede reducir el riesgo de padecer cáncer en el futuro, entre otras enfermedades. Por eso “es importante alentar a las adolescentes a pasar tiempo al aire libre y a tener una dieta variada con porciones adecuadas”.

3º Vacunación

El VPH (virus del papiloma humano) es una infección de transmisión sexual que puede causar cambios precancerosos en el cuello uterino. Aunque aquí, de nuevo, entra en juego la educación sexual, es esencial vacunar a nuestras hijas e hijos con la vacuna del virus del papiloma humano. Esta vacuna es tremendamente eficaz contra el cáncer de cuello de útero, si bien protege también contra los cánceres de vagina, vulva, pene y ano, además de las cepas del VPH que causan verrugas genitales.

Desde que esta vacuna, aprobada en 2006, se ha generalizado en los menores, se ha reducido significativamente las tasas de estos tipos de cáncer. Es entre los 9 y los 14 años cuando se debe suministrar la vacuna (tanto a niñas como a niños), puesto que es más eficaz cuando se administra antes de que la persona esté expuesta al virus, es decir, antes de que empiecen a tener sus primeras relaciones sexuales.

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4º Control médico

Antes de la primera visita al ginecólogo (que puede hacerse a partir de los 15 ó 16 años), es importante que las niñas y adolescentes reciban un adecuado control médico y que acudan a las visitas anuales al pediatra, primero, y al médico de familia, después. Ellos podrán valorar aspectos relacionados con, por ejemplo, cambios hormonales -y sus consecuentes cambios de humor y de sueño-, entre otras muchas cuestiones.

Cuando llegue el momento de hacer la primera visita al ginecólogo, esta no estará orientada tanto a examinar la zona pélvica (siempre que no haya una preocupación específica que deba abordarse) como a comprobar el desarrollo puberal y a registrar el inicio y la frecuencia de las menstruaciones. Aquí, el objetivo es “proporcionar información educativa y orientación sobre la salud reproductiva, además de aliviar cualquier ansiedad relacionada con la consulta ginecológica”.

 

5º Prestar atención a la menstruación

El motivo de que el ginecólogo le pregunte a qué edad tuvo lugar su primera menstruación y acerca de su frecuencia (si son regulares o no) y el sangrado, puesto que pueden ser indicativos de determinados trastornos. Por ejemplo, la amenorrrea (la ausencia de uno o más sangrados menstruales) puede ser síntoma de un fallo ovárico. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en la adolescencia es normal que las menstruaciones no sean regulares, por lo que es el ginecólogo el que tiene que valorar la situación particular de cada paciente.