Recién nacido con su madre©AdobeStock

Maternidad

¿Cuándo podemos (y debemos) hablar de violencia obstétrica?

Es un término que, cada vez, aparece más en las redes sociales y cuya visibilización está consiguiendo que casos no del todo éticos salgan a la luz, independientemente de que el parto se produzca en el sector público o privado.

La violencia obstétrica se refiere a un tipo de violencia ejercida por los profesionales sanitarios durante el embarazo, el parto y el postparto. No necesariamente tiene que darse en los tres y se basa, en rasgos generales, en un trato jerárquico, deshumanizado y en el que no se tienen en cuenta los deseos y las necesidades de la mujer. Esto ocurre, nos explica Nazareth Olivera Belart, matrona y una de las mujeres del panorama nacional que más activamente lucha por un parto respetuoso, con un libro sobre maternidad recientemente publicado: Ser Mamá (Grijalbo), “cuando se imponen prácticas, muchas veces obsoletas, no basadas ni avaladas por la evidencia científica y, en ocasiones, sin el consentimiento previo e informado de las mujeres”. Unas intervenciones inadecuadas que pueden dejar graves secuelas físicas y emocionales en las mamás y que no son, en absoluto, inocuas. De hecho, la Ley de Autonomía del Paciente recoge que “toda actuación en el ámbito sanitario requiere del consentimiento previo de los pacientes”. Algo que, en el caso de una mujer embarazada, no se cumple.

Una ley, nos dice, que no se cumple, como tampoco se cumplen las recomendaciones clínicas incluidas en:

  • La Guía de cuidados intraparto de la Organización Mundial de la Salud (OMS), publicada en el año 2018.
  • Las recomendaciones del propio Ministerio de Sanidad.
  • La Estrategia de atención al parto normal.

Pero no son solo unas prácticas que no se adecuen al marco legal aprobado, sino que va más allá, nos dice la matrona, “violencia obstétrica es hablar a las mujeres como si fueran tontas, de manera déspota y, en ocasiones, faltando a su respeto físico, a las elecciones que toman, sin responder a sus dudas y sin ningún tacto, además de ningunear el dolor que puede sentir en cualquier momento de un proceso de gestación”. Por ejemplo, separando a las madres de sus bebés cuando existe una cesárea, no permitirlas estar acompañadas de principio a fin o no tratarlas con respeto en un postparto. Entonces, ¿dónde está el límite y punto de partida para saber si se sufre o no violencia obstétrica?

El límite que separa una buena práctica de lo que no lo es, ¿quién lo pone?

Cuando un profesional sanitario trata con respeto a una mujer embarazada y le hace partícipe de su proceso, teniendo en cuenta sus decisiones, nos dice la matrona, “las mujeres no tienen motivos para desconfiar de que una intervención es necesaria”. Es decir, en estos casos, las decisiones se toman de manera corresponsable, entre ambos.

Por tanto, si tenemos que hablar de límite, nos dice la matrona, “es esa debida información, en un lenguaje comprensible, con los beneficios y riesgos que conlleva cada una de las intervenciones que se van a realizar y las posibles alternativas” es lo que va a marcar la diferencia. Y es que ninguna mujer debidamente informada tomará una decisión que ponga en riesgo o a su bebé o a ella misma. Ninguna mujer se negaría a una intervención si esta es necesaria. El problema aparece, nos explica, “cuando estas intervenciones no nacen de la necesidad, sino de la rutina, de acelerar sin indicación o por una mala asistencia”.

Ahora bien, “debe quedar muy claro que las intervenciones en sí mismas no son violencia obstétrica, porque muchas pueden ser necesarias en algunas situaciones”. Por ejemplo, una episiotomía indicada y consentida no es violencia obstétrica, pero sí la que se realiza por prisa e intentar acabar rápido. Esa es la diferencia.

La prevalencia de violencia obstétrica en España es imprecisa

La violencia obstétrica en nuestro país existe, aunque aún no se sabe cuantificar. Alguna, nos dice la matrona, “es muy evidente y otra mucho más sutil”. Así, el simple hecho de ejercer con protocolos que no corresponden a las recomendaciones más actualizadas es violencia obstétrica. O las altas tasas de episiotomías en nuestro país, esos son datos más evidentes. Pero también lo es sobreintervenir en procesos fisiológicos de rutina, no ofrecer opciones en el manejo del dolor durante el parto o realizar cesáreas no humanizadas o no justificadas.

Y da igual, nos advierte, “que hablemos de sanidad pública o privada”, esto es algo que “depende de los profesionales y de las instituciones”. Es cierto que en la sanidad privada hay “una mayor necesidad de programarlo todo a conveniencia de las agendas de algunos profesionales, pero no se puede generalizar”. Hay profesionales impecables en cualquier tipo de sanidad. Da igual una u otra, para muchas matronas, nos cuenta, “es casi imposible encontrar un centro de trabajo donde poder ejercer su trabajo con autonomía y paz mental”.

En muchos casos, nos cuenta, aunque debería existir una denuncia, “son momentos tan vulnerables que meterse en un proceso legal es un auténtico desgaste emocional y económico que se hace cuesta arriba para muchas familias”. Por ello, casi todos los casos se quedan en los foros y los comentarios de las redes sociales; apenas son escuchados. Si no se reconoce, no se podrá erradicar, porque, además, “existen muchos colectivos sanitarios y profesionales que niegan la violencia obstétrica. No se trata de culpar o señalar, sino de poner sobre la mesa que tenemos un claro problema que debemos dejar de arrastrar”.

Cómo detectamos que estamos sufriendo violencia obstétrica

El hecho de que una mujer embarazada se sienta vulnerada, en algún momento durante las consultas de su embarazo o en su asistencia, “no debe ser normal”.

  • Durante el embarazo, por ejemplo, salir llorando de una consulta porque te han regañado por tu ganancia de peso o te han faltado al respeto es evidente que no debe suceder nunca, pero también “salir con mil miedos y dudas que no has podido resolver porque el profesional era del todo inaccesible”, nos dice.
  • En el proceso de parto, sentir o haber sufrido objetivamente faltas de respeto, intervenciones que no te han explicado o para las que no has dado tu consentimiento.

Para ello, “tener información sobre la diferencia de cómo se hacen las cosas en unos sitios y en otros nos puede dar unos datos objetivos de que no siempre se está haciendo lo adecuado” y, por tanto, hablar de una posible violencia obstétrica. En el momento en el que tienes conocimiento, “debes presentar todas las reclamaciones que sean necesarias”.

Para evitar la violencia obstétrica, se necesitan buenos profesionales

Lamentablemente, no siempre podemos evitarla, porque se da en un momento de gran vulnerabilidad de la mujer o, simplemente, por el lugar en el que vivimos, que nos ofrece pocas opciones. Buscar la igualdad de los centros sanitarios es un deber que tenemos como profesionales, porque no es válido que en unos centros se trabaje de una manera respetuosa y en otros tengamos una tasa de cesáreas del 48%, separados apenas por unos kilómetros.

Pero, además, la mujer, nos explica la matrona, “no tiene la responsabilidad de evitar un caso de violencia obstétrica, sino que deben ser los profesionales sanitarios los que no deben ejercerla”. Aunque, sin duda, la información nos da opciones, saber nos ayuda a buscar profesionales respetuosos y centros de referencia. Por tanto, podemos informarnos y elegir. La matrona lo llama “hacer turismo obstétrico” y, por supuesto, presentar un plan de parto. Podemos intentar hablar con las personas que nos van a asistir, buscar el diálogo y una buena relación, exigiendo transparencia y apoyo.

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