Forzar a que tu hijo compruebe las consecuencias de sus actos puede ser un tipo de maltrato

Puede que estés cansada de explicar a tus hijos que si no tienen cuidado con aquello que hacen podrán tener un disgusto: llevarse un golpe inesperado, o perder oportunidades u objetos. Podemos vernos en la tentación de dejarles chocar contra sus propias decisiones para que descubran su error, pero, ¿es buena idea?

Por Cristina Soria

En la difícil tarea de educar a los hijos a veces no sabemos cómo realizar una pedagogía ejemplificadora que demuestre que sus actos tienen consecuencias. Es una cuestión difícil, porque por un lado, como padres y madres, queremos que no sufran y que no sea necesario que se enfrenten a las consecuencias de sus actos, cuando estos son negativos. 

Pero por otro lado, sentimos que si no viven en primera persona la frustración o la incomodidad a las que pueden conducir algunas de sus decisiones erróneas, jamás van a saber fielmente por qué deben de comportarse de una determinada manera y no hacerlo de otra.

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Cuando el “ya te lo dije” empieza a no funcionar

Las explicaciones teóricas a veces dejan de tener un buen resultado cuando tratamos de explicar a nuestros hijos en qué consisten los peligros a los que se enfrentan en el día a día, o las precauciones que deben tomar. Entre toda la información que reciben los niños, la sensación de seguridad que en muchos casos viven con nosotros les hace relativizar todas las alertas que podamos querer transmitirles acerca de las consecuencias de sus actos.

En este caso, existe la opción de hacerles probar las consecuencias de sus malas decisiones, cuando llegamos a pensar que no hay mejor forma que un ejemplo en primera persona. Sin embargo, desde un punto de vista pedagógico, no hacer nada cuando sabemos que nuestro hijo va a obtener malas consecuencias a raíz de su mal comportamiento es una muy mala estrategia, que puede incluso ser catalogada de maltrato.

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Cuando permitimos que nuestro hijo se dé un golpe y se haga daño, para que compruebe que debe poner en práctica sistemas de protección cuando hace deporte o cuando corre en bicicleta, estamos siendo negligentes, y puede no servir de nada.

La reacción natural del niño ante un mal resultado que tú podrías haber detenido es la percepción de que esta consecuencia es un castigo. Pesa más la falta de confianza en ti que se puede generar, y el sentimiento de decepción ante la protección no cumplida, que el mero hecho de que este perjuicio sea aleccionador o ejemplificante.

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Alguien podría ejemplificar con palabras

Por mucho que tus hijos demanden que cedas ante actividades físicas que entrañan ciertos riesgos, o que fuercen situaciones de inseguridad que puedan acarrear un problema, piensa que la alternativa de dejarles probar para que aprendan que se equivocan siempre puede sustituirse por una buena pedagogía oral. 

Siempre hay alguien que sabría cómo explicar este caso con palabras, sin necesidad de desproteger al menor para que se enfrente a un problema real. Piensa en cómo poner en práctica tu poder oratorio, apóyate de tu propia experiencia, personas que conozcas o, incluso, de películas o programas de televisión donde se muestran las consecuencias de lo que pretendes evitar.

El castigo no educa

Los pedagogos están de acuerdo en que las medidas coercitivas no surten efecto. Y dejar que tu hijo compruebe las malas consecuencias de sus actos erróneos, si tú puedes evitarlo, es una forma de reprenderlo, porque pesará sobre el niño una pena equivalente a un castigo.

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Aunque para ti la relación entre causa y efecto sea muy clara, para un niño no siempre es tan evidente que uno de sus actos ha desencadenado una consecuencia. En este sentido la pedagogía es mucho más útil cuanto más claras son tus explicaciones, y sufrir las consecuencias de su actos puede ser, incluso, malinterpretado por el niño; como si quien estuviera detrás de esa consecuencia fueras tú y, por tanto, se trata de un resultado manipulado para castigarlo.

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