Hay dulces que no nos pueden evocar más a casa, a deliciosos olores saliendo del horno y a sabores compartidos frente a una taza humeante de café o de té. Y el de un bizcocho reciém horneado es, sin duda, uno de ellos. Preparar un bizcocho también nos invita a pasar un buen rato en la cocina y a consumir ingredientes naturales, huyendo de aditivos y conservantes, en algunos casos, incluso aprovechando productos que pueden estar un poco más estropeados para evitar que acaben en la basura.
El otoño y el invierno son dos de las épocas mejores para disfrutar de bizcochos hechos en casa que nos ayuden a endulzar estos días más cortos y menos luminosos durante un desayuno o una merienda y los tomamos acompañados por alguna bebida calentita.
Por cierto, la palabra bizcocho procede del latín bis coctus, que significa 'cocido dos veces', porque en la antigüedad se hacía para conservarlo más tiempo y que aguantara en las travesías de soldados y navegantes. Este dulce sufrió una gran evolución en el tiempo: en la Edad Media se le añadieron especias como la canela y el jengibre; durante el Renacimiento, con la llegada del cacao y la vainilla del Nuevo Mundo, surgieron nuevas variedades y a partir del siglo XIX se volvió un dulce menos rústico gracias a las harinas refinadas y a las levaduras.
La textura esponjosa del bizcocho se logra por la incorporación de aire en la mezcla y el uso de polvo de hornear o claras batidas a punto de nieve y la mayoría de ellos se suele hornear a 180ºC entre 35 y 55 minutos. Así que pon en marcha el horno para que se vaya calentando y elige cualquiera de estos 15 apetecibles bizcochos. A la mezcla habitual de harina, azúcar, huevos, levadura y mantequilla o aceite, le ponemos otros ingredientes como chocolate, limón, naranja, frutos rojos, manzana, frutos secos, etc.