Olite, un pueblo medieval y una escapada con sabor a vino

Nos vamos de ruta por Navarra para descubrir el castillo de cuento de Olite y una bodega que marida arte y vino como ninguna otra

Por Eva de la Parra

Navarra es tierra de montañas y bosques, de actividades en la naturaleza que invitan a disfrutar del otoño con rutas senderistas, recogida de setas y sorprendentes saltos de agua. Pero también lo es de castillos –llegó a tener más de cien en época medieval–, de huertas y vinos. Para conocer esta otra Navarra, más allá de su naturaleza, nada como una escapada de fin de semana a Olite. Localidad regia en tiempos pasados, hoy es el escenario perfecto para trasladarnos a la época de los caballeros andantes, de torneos medievales y grandes casas nobiliarias con solo dar un paseo por sus calles o hacer una visita a su imponente castillo. Y como la huerta y los vinos son también grandes protagonistas, degustaremos de paso una excelente gastronomía y, como remate a la escapada, haremos una visita a una emblemática bodega de artesanos del vino.

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UN CASTILLO DE CUENTO EN OLITE

No es Olite únicamente una ciudad medieval, su pasado romano también queda a la vista. Paseando por fuera de las murallas puede contemplarse el recinto amurallado más completo y mejor conservado de Navarra. Una construcción del siglo I, que en su origen poseía nada menos que 20 torres, de las que actualmente se conservan algunos restos y algún lienzo.

Ambas ciudades, la romana y la medieval, se distinguen también en el interior. La primera, en torno a la plaza de los Teobaldos y la rúa de San Francisco, y la parte de mayor desarrollo durante la Edad Media, la zona que se abre desde la plaza de Carlos III hacia el sur, hacia la calle Mayor.

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La joya más preciada de Olite data de época medieval, es el sorprendente Palacio Real (palaciorealolite.com). El origen del Palacio Viejo, o de los Teobaldos, se remonta a una fortaleza de época romana, profundamente transformada con el paso del tiempo. Es, a partir del siglo XIII, cuando termina de convertirse en castillo, siendo residencia esporádica de los reyes del reino de Navarra.

Será Carlos III El Noble, quien en el siglo XIV terminará de hacer la gran transformación. Es este rey nacido en Francia, y acostumbrado a la estética y lujos de su país de origen, quien moderniza las estancias del Palacio Real, e inicia una serie de reformas que acabarán con la construcción de un nuevo palacio, mucho más refinado que el anterior, al que se fueron añadiendo patios y estancias hasta obtener la configuración actual. Para conquistar el castillo hay que acceder a su interior y admirar las torres almenadas, pasear por estrechos pasillos y amplias salas, descubrir el jardín colgante de la reina, que para sustentarlo hubo que construir una fuerte bóveda de arcos apuntados para aguantar el peso de tierra y plantas, recorrer sus patios y jardines –e imaginarlos antes repletos de naranjos– y contemplar, al caer la tarde, cómo los rayos del sol juegan con las elegantes tracerías góticas de sus galerías.

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A lo largo del siglo XV fue considerado uno de los palacios más lujosos de Europa, con una profusa decoración, en el que se celebraban grandes fiestas –como aquella que relatan los libros en la Navidad de 1402, cuando durante una celebración se bebieron hasta 800 litros de vino entre 300 invitados–, además de torneos de caballería y corridas de toros.

Y UN PASEO POR EL CASCO ANTIGUO

Además del palacio, esta ciudad de poco más de 3000 habitantes tiene un encantador casco antiguo empedrado por el que deambular sin prisas. En la plaza de Carlos III habrá que hacer una alto en alguna terraza para tomar un vino y disfrutar del ambiente. También acercarse a la calle Mayor para descubrir casonas nobles con enormes escudos en sus fachadas.

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A un par de minutos andando se llega a la iglesia de Santa María, adosada al castillo, donde se celebraban las ceremonias y actos solemnes de la corte. Habrá que detenerse ante su bellísima fachada gótica, precedida por un atrio con arquerías, para admirar los relieves que representan escenas bíblicas y su gran rosetón.

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Adosado a la iglesia está el Palacio Viejo, sede del actual Parador de Turismo. Su restaurante es una buena opción para comprobar las excelencias de la huerta navarra en las antiguas estancias del castillo-palacio. Espárragos de Navarra, verduras salteadas, alcachofas o pochas acompañan a los pimientos de piquillo, la chistorra, el cordero al chilindrón o los quesos del Roncal. Delicias como estas solo pueden acompañase de un buen vino de la D.O. Navarra.

NAVARRA, UNA DENOMINACIÓN DE ORIGEN CON ESTILO PROPIO

En la plaza de los Teobaldos, junto al Parador, nos espera el Museo del Vino de Navarra (enozentrum.navarra.es) donde descubrir la rica cultura vinícola de esta región. Cuatro plantas con salas de proyecciones, paneles explicativos y salas de exposiciones para dar a conocer uno de los productos más emblemáticos de la zona: sus vinos.

Pero Navarra no es solo un vino, la diversidad de paisajes y climas entre la zona norte, la Navarra media, y el sur, en la ribera del Ebro, marcan hasta cinco zonas de producción completamente diferenciadas. Y en el centro de todas ellas, Olite, capital del vino navarro y sede del Consejo Regulador.  

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Con una fuerte apuesta por la garnacha, gran protagonista de la zona, son famosos sus rosados, pero también tienen mucho que contar sus tintos jóvenes, los blancos de chardonnay o los crianzas y reservas. Y para contárnoslo están sus bodegueros, a la vanguardia tecnológica pero, a la vez, apostando por proyectos basados en el terruño y la calidad. Hasta nueve bodegas tienen cabida en Olite, en las que conocer y catar, las bondades de estos caldos. Y entre todas visitamos una de las mas especiales, donde vino y arte se dan la mano.

PAGOS DE ARAIZ, LA BODEGA INSPIRADA EN UN CHÂTEAU FRANCÉS

Toda una sorpresa supone el encuentro con la bodega Pagos de Araiz (bodegaspagosdearaiz.com) porque el camino desde Olite –8 kilómetros la separan del centro histórico– se hace entre campos de cereales y un mar de viñas donde se pierde la vista, con las montañas como telón de fondo. Tras una senda de cipreses, al más puro estilo de la Toscana, aparece como de la nada esta bodega inspirada en los châteaux franceses.

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La finca de 400 hectáreas, de las que 240 son de viñedos, fue adquirida por la familia Masaveu, de tradición bodeguera y con gran experiencia en el sector vinícola gracias a sus otras bodegas: Murua, la primera de la familia en la Rioja Alavesa; Fillaboa, en la Rías Baixas; bodegas Leda, en Valladolid y Valverán, en Asturias. En sus bodegas el vino marida con algo fundamental: el mundo del arte, y en ellas se exponen obras de la importante colección privada de la familia Masaveu.

En Pagos de Araiz el visitante admira no solo el arte que destilan sus vinos, también pinturas, esculturas y grabados o piezas de diseño, muchas de ellas relacionadas con el mundo de la enología. Aquí es posible contemplar desde un Canogar a un Barceló, junto con otras obras de arte contemporáneo, una sala cubierta con un artesonado mudéjar del siglo XV, retablos de los siglos XVI y XVII y un impresionante apostolado del siglo XVI –procedente del Camino de Santiago– que no deja indiferente a nadie.

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En su interior se elaboran 8 referencias de vinos, englobadas en dos gamas: Blaneo, vinos de autor de gama premium, y Pagos de Araiz, bajo la dirección de Juan Glaria, su enólogo y director técnico. Estos artesanos del vino, con pequeñas producciones donde tratan de trasmitir la personalidad de esta tierra, consiguieron que su espectacular Pagos de Araiz rosado fuese elegido por la D.O. Navarra como Mejor Vino Rosado de 2021.

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Pagos de Araiz apuesta fuerte por el enoturismo como medio para acercarnos a la cultura del vino a través de las experiencias. Para ello abre sus puertas a los visitantes, con servicios flexibles y personalizados, como recorridos por los viñedos para conocer el trabajo de los viticultores, paseos en bicicleta eléctrica entre las viñas o visitas guiadas a la bodega, que finalizan con cata y un aperitivo en su excepcional terraza. Como dice Chelo Miñana, directora de enoturismo, «la visita acabará habiendo vivido un momento único, en un sitio muy especial, con el recuerdo de haber tenido una gran experiencia alrededor de la cultura, el arte y el vino» ¿Se puede pedir más?

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