48 horas en Funchal, del mar a la montaña

En dos días vamos a descubrir y vivir la capital de Madeira, con tiempo para pasear por su casco antiguo, descubrir sus fortalezas, ascender en funicular a sus exuberantes jardines en la montaña o hacer un tour gastronómico por sus locales más auténticos.

Por ESPERANZA MORENO

Sorprende llegar volando de noche a la capital de esta preciosa isla portuguesa, primero porque uno llega advertido de que su pista de aterrizaje tiene su miga, con casi 1 kilómetro de longitud suspendida sobre el mar, pero, sobre todo, porque cuando uno se va aproximando a Funchal tiene la sensación de aterrizar en medio de un belén, con las colinas que la rodean a modo de anfiteatro salpicadas de luces, pues sus barrios van ganando altura mientras ascienden por las laderas desde el puerto hasta el interior de la isla.

VIERNES 

No hay mejor elección para la primera toma de contacto que la parte baja de Funchal, donde se concentra su vida social y cultural. Aquí, junto al mar, están los hoteles, el centro histórico y el puerto. Todo queda a mano nada más desembarcar. Si se ha llegado pronto, la tarde da para una primera visita: el taller de Bordal (bordal.pt), donde conocer una de las tradiciones más auténticas de Madeira: el bordado artesanal.

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El recorrido por este taller-museo dirigido por la empresaria Susana Vacas permite contemplar todo el largo proceso: el diseño de los dibujos, el picado, el perforado, el tintado…, pero también el trabajo de las 400 mujeres que trabajan desde casa bordando mantelerías, ropa de cama, de bebé… 

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Al salir, lo que apetece es caminar por la animada Avenida do Mar e des Comunidades Maderienses, que bordea la marina, hasta llegar al Forte de São Tiago, una fortaleza del siglo XVII en pleno casco viejo en cuyo interior se encuentra un restaurante en el que merece la pena quedarnos a cenar.

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Dando un paseo se puede desandar el camino hasta nuestro alojamiento, el Belmond Reid’s Palace, un hotel que lleva más de un siglo recibiendo a grandes personalidades y los huéspedes más exquisitos. Situado en lo alto de un acantilado y rodeado de exuberantes jardines tropicales, en él se disfruta de unas maravillosas vistas panorámicas desde sus elegantes habitaciones llenas de detalles, de una gastronomía creativa, de los tratamientos de su spa o de unas atenciones y servicios que recuerdan el esplendor de épocas pasadas, como la costumbre de tomar el té, que aquí es toda una institución.

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SÁBADO

Después de comenzar el día desayunando frente al mar en un lugar tan privilegiado como la terraza del hotel o dándonos un baño en sus piscinas o directamente en las aguas del Atlántico, comenzamos una ruta gastro por la ciudad que arranca en el Jardín Municipal. Un pequeño rincón donde crecen árboles de todo el mundo, pues aquí dejaban sus semillas los marineros que cruzaban este privilegiado archipiélago portugués en sus rutas desde Asia al Nuevo Mundo. 

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La primera parada es la bodega Blandy’s, la más antigua de Madeira, ubicada en el antiguo convento de San Francisco. Un recorrido por sus instalaciones brinda la oportunidad de descubrir otra de las tradiciones de la isla, la producción de vino, además de degustar, entre barriles centenarios, algunas de las cuatro variedades que se producen en ella. Un vino que no cría en bodegas subterráneas sino calentándose –según una técnica conocida como estufagem– y que sigue alardeando de que fue el primero en llegar a la India. 

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Caminando en busca de las siguientes paradas por las callejuelas empedradas del centro histórico se pasa por la Sé, la catedral de Funchal, de estilo manuelino y concluida hace ya más de cinco siglos, que fue la primera iglesia europea construida fuera del continente europeo, o la del Colegio de los Jesuitas, al lado del Museo Arte Sacra.

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Luego ya uno se detiene a tomarse una tapa en O Calhau (ocalhau.com), el restaurante del hotel boutique Sé; a probar los deliciosos y originales chocolates artesanales de Uaucacao (uaucacau.com), irresisitibles el bombón pitanga, el de poncha, pistacho, vinho Madeira, maracuyá…, a comprar unas galletas o unas mermeladas en la Fábrica de Santo Antonio (fabricastoantonio.com), fundada en 1893, a degustar la famosa poncha en A Mercadora (Hospital Velho, 13)  o una Brisa (el refresco más consumido en Madeira, más que la Coca-Cola) en Cristalina Chique (Lago dos Lavradores, 3) o a abrir los sentidos en el Mercado dos Lavradores, donde sorprenderse con la variedad de frutas tropicales y pescados –el espada preta es el rey de la carta– que llenan sus puestos y abrir boca antes de la comida.

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La mejor zona para comer está a espaldas del mercado, es la rua Santa Maria, convertida en una improvisada galería de arte por los artistas locales que han pintado las puertas y fachadas de sus locales. Aquí se encuentra Venda de Donna Maria, un restaurante en el que probar platos tradicionales como la carne vinha d’alhos, el gaiado de escabeche o el bolo do caco con manteiga de alho

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Tras poner la guinda a este food and wine walking tour (winetoursmadeira.com, unos 60 €) en Chocolate e Menta (D. Carlos I, 45ª) degustando un té de hinojo con una tarta de queso casera, la tarde puede reservarse para subirse a la réplica de la Santa Maria de Cristóbal Colón –no todos saben que el descubridor se casó con una joven maderiense–, porque dos veces al día realiza un paseo por la costa de Madeira (santamariadecolombo.com, 35 € los adultos; 17,50 € los niños).

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Más tarde cierra el Museo CR7, (también es hotel, el Pestana CR7), que si eres aficionado al fútbol no puedes dejar de ver, primero, para hacerte la típica foto con la estatua de bronce de Cristiano Ronaldo que da la bienvenida a los visitantes, después, para contemplar en su interior los recuerdos y galardones conseguidos por la estrella portuguesa, que nació aquí, en Funchal, en el humilde barrio de Santo Antonio.

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El fuerte de Nossa Senhora da Conceição, que ocupa el espigón que queda frente al museo acoge el Design Centre Nini Andrade Silva, con un restaurante único, no solo por su arquitectura exterior e interior, también por sus impresionantes vistas de la bahía de Funchal que, a la hora del ocaso, parece una postal.

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DOMINGO

Al día siguiente toca movimiento y para ello, buena idea es empezar subiendo en teleférico hasta la población de Monte, a 550 metros sobre el nivel del mar. En la estación base del Cable Car del parque Almirante Reis se compran los billetes para realizar un trayecto de solo 4 kilómetros (16 € i/v) que se cubre en apenas 15 minutos pero que permite disfrutar de unas visitas espectaculares. Según se asciende, la panorámica se amplia y gana en belleza.

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Una vez en lo alto se puede dedicar un largo tiempo a pasear por Monte Palace Tropical Gardens (montepalacemadeira.com), uno de los bellísimos parques y jardines tropicales plagados de plantas exóticas, lagos y esculturas que muestran cómo se combinan a la perfección en Madeira la belleza natural de la isla   un clima tan benigno como el que disfruta.

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También para enlazar con otro funicular, el que lleva hasta el Jardín Botánico, otro de estos espacios naturales espectaculares para pasear, como también lo son el Panorámico, el Parque Municipal do Monte o la histórica Quinta Jardins do Imperador.

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Y movimiento es lo que brinda el descenso en unos típicos carros de cesto que se deslizan sobre esquís de madera y, empujados por las manos de dos carreiros, recorren 2 kilómetros por las calles en cuesta de Funchal. Una experiencia divertida para despedirse de una capital que siempre sorprende.

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar a Funchal

La compañía TAP (flytap.com) vuela desde España a Madeira todo el año vía Lisboa y/o Oporto, desde Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Alicante, Málaga, Sevilla, Gran Canaria y ahora también desde Tenerife. Es posible disfrutar de una parada en la capital lusa a la ida o a la vuelta con el programa Portugal stopover. 2 destinos al precio de uno. 

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