Cómo aprender a confiar en los niños para crianza respetuosa.©AdobeStock

Crianza

¿Sabes cómo aprender a confiar en tus hijos?

Para conseguir una crianza respetuosa, una de las claves es tener confianza en las habilidades y desarrollo autónomo de tu hijo. Si no te crees capaz, ten en cuenta estos consejos.

Cuando hablamos de la educación de nuestros hijos, tenemos muchas expectativas y nos cuestionamos constantemente, poniendo a prueba nuestra capacidad para escuchar, para dar apoyo, mantener siempre el control y tener mucha paciencia. Un reto importante que es superado, como nos dice Einat Nathan, terapeuta familiar y experta en crianza, con una larga trayectoria en el Ministerio de Educación de Israel y en el Adler Institute, “por el hecho de aceptar que los niños son seres independientes”. Un hecho que pone de manifiesto en su recién publicado libro, La madre que quieres ser (Ariel), en el que nos explica y reflexiona sobre “ese pensamiento que tenemos los padres de que nuestros hijos vienen al mundo para hacernos felices, complacernos y enorgullecernos”. Sin embargo, esto no es así, “necesitan que los acompañemos en el aprendizaje de las emociones, los límites o las frustraciones; no están aquí para hacernos sentir bien”.

Junto a este, otro de los errores que solemos cometer es el de iniciar la crianza de nuestros hijos sin confiar en sus capacidades y, por tanto, pensar que somos nosotros quienes debemos llevar todo el peso de su desarrollo, siendo quienes den los pasos por ellos. Pero, de nuevo, nos equivocamos. Son estos dos errores los que nos pueden impedir crear un buen concepto de crianza respetuosa. De esto y de cómo podemos confiar en nuestros hijos y en su capacidad hemos hablado con ella.

'La madre que quieres ser', de Einat Nathan (Ariel)©Ariel

Einat, ¿nos resulta difícil, como padres, asumir que nuestros hijos son seres independientes?

La respuesta, en realidad, es bastante complicada. Los niños nacen indefensos, dependen totalmente de nosotros. De hecho, no hay ningún animal en la naturaleza que necesite tantos años como para llegar a su versión desarrollada e independiente. Esa dependenciacrea un vínculo psicológico y emocionante con nuestros progenitores muy profundo, el cual nos permite ,a los padres, comprometernos con esta tarea tan difícil, enamorarnos de los niños y vivir de una manera muy intensa ser padres.

Además, en la actualidad, se ha intensificado. ¿Por qué? Porque, hace años, los niños debían crecer y ser independientes relativamente pronto, no les quedaba otra: tenían que trabajar, ayudar en el campo o arreglárselas con sus hermanos. La tarea de los padres era, más que nada, cuidarlos para que sobreviviese. Todo lo aprendían naturalmente, dentro de la tribu o comunidad en la que vivían. Sin embargo, hoy en día es cuando los padres han empezado a confundir ese aprendizaje y les damos a los niños servicios innecesarios, que hagan por ellos lo que deberían hacer por sí mismos. Este es el motivo por el que reforzamos esa dependencia de los niños y nos hace sentir mejores padres. Creemos que para ser buenos padres debemos ofrecerles todo esto.

Es decir, son dependientes al principio y nosotros alargamos esa dependencia, pero ¿qué hay de la confianza? ¿por qué no pensamos que puedan hacer las cosas por sí mismos?

Porque no estamos lo suficientemente seguros de nosotros mismos. Fíjate a tu alrededor, estamos rodeados de libros, de consultores y expertos, de grupos en las redes sociales y, cada fuente, nos dice una cosa diferente. El error está en poner el foco y preguntarnos “¿quiénes son los mejores padres?”, en vez de preguntarnos “¿qué necesitan los niños, no nosotros, para conseguir su total independencia emocional y física?”.

Esto también se refleja en la culpabilidad que tenemos los padres por casi todo. Si nuestros hijos hacen algo mal o no del todo bien, ¿por qué nos señalamos como los principales y únicos culpables?

Porque vivimos en una cultura donde los logros y los éxitos reciben grandes aplausos, una cultura donde los niños deben exaltar nuestras maravillas y nosotros, los padres, debemos a su vez exaltar las maravillas de nuestros hijos, como si fuesen nuestra tarjeta de presentación, personal y transferible. Esto provoca que nos alejemos del proceso natural en el cual los niños logran ser independientes.

Si el niño se equivoca, el padre actual se pregunta: ¿qué es lo que hago mal como padre o qué es lo que está mal en mi hijo? El espacio de aprendizaje, el cual debe contener errores, desaparece por completo. Nos preocupamos directamente por lo que pensarán y dirán el resto de nosotros, en que hemos fallado como padres. No existe ni un mínimo de paciencia para cometer errores, nos generamos entre los padres una competencia inexistente y nos enfocamos en lo que no funciona y en lo que debemos corregir. Y ¿si no hay que corregir nada? Lo que conseguimos es estresar a nuestros hijos y creer que esto se llama educación, pero lo único que hace es generarlos a los niños una percepción de incapacidad con la que, por cierto, no nacen. Ellos se creen capaces de todo.

Entonces, ¿deberían ser ellos mismos quienes guíen su propio aprendizaje?

El desarrollo y crecimiento de nuestros hijos depende de nosotros, eso es innegable, de los padres. Al igual que en la agricultura, es nuestra responsabilidad crear las condiciones más favorables para el crecimiento de una planta. Como la planta necesita luz, agua y buena tierra para crecer, hay que ofrecerle las mejores condiciones que podamos darle. Los niños también. Necesitan un padre paciente, alentador y que sepa liberarse del control excesivo, no un padre que lo sepa todo, sino que pueda transformarse en el mejor experto para los asuntos de la familia. El resto del aprendizaje y el desarrollo les compete a ellos, deben equivocarse, corregir y saber cómo ser autosuficientes. Cuando encontremos ese equilibrio de dar y dejar hacer, estaremos acertando.

¿Qué consejos o qué deberíamos cambiar para aprender a confiar en nuestros hijos y en su capacidad de aprendizaje?

Después de todo lo que hemos hablado, no hay mejor consejo que el de reconocer la dependencia emocional que existe entre nosotros, los seres humanos, y de que debemos dejar más espacio a los niños para cumplir con el proceso de aprendizaje que les harán, cada día, más independientes. Todo lo demás, la naturaleza sabe hacerlo muy bien. Lo único que tenemos que cuidar, como hemos dicho, es que las raíces de nuestro árbol estén firmes. Para ello:

  • Liberar el control absoluto que tenemos sobre ellos. Los padres debemos entender que, a raíz de nuestra necesidad de control, limitamos la posibilidad de nuestros hijos para experimentar, cometer errores y aprender. Un hecho que les ofrece fortaleza y adaptación.
  • No solucionar sus problemas al instante. Si un padre no puede contener la frustración de su hijo y soluciona el problema por él, lo que está creando es una necesidad de control mayor, tanto en él como en su hijo. Cuando un padre le dice a su hijo qué debe hacer exactamente, está dañando su capacidad de pensamiento independiente. La actitud correcta es preguntarle qué piensa él que debe hacer.
  • Hay casos en los que intentamos atenuar las emociones negativas de nuestros hijos con actitudes de distracción o diciendo que “no ha pasado nada”, pero lo que hay que hacer es reconocer la dificultad, reflejar la emoción y darle a nuestro hijo el conocimiento de que todos los seres humanos pueden llegar a sentirse así. Después, debemos preguntarles qué necesitan para sentirse mejor. La gestión emocional es también un proceso de crecimiento natural y no debemos atenuarlo.
  • Dejarles tiempo libre, alentarlos siempre, pero no jugar en su lugar.
  • Si aparecen heridas cuando no logran sus objetivos, recordarles siempre que nosotros y a través de nosotros, ellos siempre van a ver la mejor versión de sí mismos, pero dejar que gestionen la situación emocional.
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