Altea, el pueblo marinero y bohemio que tiene locos a los artistas

En lo alto de una colina y entre el mar y la montaña, esta localidad alicantina regala una de las imágenes más simbólicas de la Costa Blanca. De sus playas y calas podemos disfrutar por el día; de su lado marinero, cada tarde al caer al sol en su puerto y en su lonja, cuando las barcas vuelven de faenar y se subasta el pescado; y del encantador casco antiguo de callejuelas empinadas, a cualquier hora y desde todas las perspectivas.

Por hola.com

Altea vigila desde lo alto la bahía que se extiende entre Calpe y Benidorm, o lo que es lo mismo, entre el peñón de Ifach y el Parque Natural de la Serra Gelada. Por algo los árabes llamaron a este lugar así: Altea significa atalaya. El mirador de la plaza del Consuelo es el mejor balcón sobre el fornet, el casco antiguo. Un pueblo blanco de sabor morisco con callejuelas empinadas y bien empedradas, casas encaladas, flores en sus muros y balcones y barrios laberínticos que fueron de labradores o pescadores. También paseando por él se descubren dos torres vigía que protegían el recinto amurallado de tiempos medievales: la de la Galera y la de Bellaguarda, y dos puertas principales: el Portal Nou o Puerta del Mar y el Portal Vell o Puerta de Valencia.

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ATELIERS DEL CASCO VIEJO

Muchos locales del casco viejo de Altea son estudios de artistas o artesanos. Y es que este pueblo mediterráneo ha atraído desde hace tiempo a grandes artistas, como el pintor Benjamín Palencia o el alemán Eberhard Schlotter, que da nombre a una fundación-museo en el centro del pueblo. También escritores, como Blasco Ibáñez, Alberti y otros paisanos que ilustran calles y plazas. Altea da nombre a dos editoriales; una de ellas convoca el Premio Altea de Novela, que se entrega en el Palau Altea, flamante centro cultural en un repecho de la colina, atisbando el mar desde lo alto. También tiene aquí su sede la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Miguel Hernández.

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CARRER DEL MAR Y CARRER SANT PERE

Se mire donde se mire, el Mediterráneo se hace omnipresente en todos los rincones de Altea. El carrer del Mar y el carrer Sant Pere corren paralelos hasta el puerto y la lonja de pescadores, donde cada tarde se subastan las capturas del día. Pescados que se sirven en los coquetos restaurantes que por las noches sacan sus mesas a las aceras y terrazas, y crean, con velas y detalles, un ambiente encantador.

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Donde estuvo el castillo de Altea se alza la iglesia del Consuelo, con sus dos cúpulas azules de cerámica vidriada, robándole brillos al mar. Se las conoce, cómo no, como «la cúpula del Mediterráneo». Despuntando sobre sus casas blancas con mil flores, es el icono de la localidad.

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LAS PLAYAS DE ALTEA

Con 6 kilómetros de costa, Altea tiene playas para todos los gustos, que son de cantos rodados, aguas cristalinas y tranquilas y perfectas para hacer numerosos deportes acuáticos. La de La Roda, con 1400 metros de longitud y bordeada por el animado paseo marítimo, está a los pies del pueblo, con l'Isleta emergiendo a unas cuantas brazadas. La de l’Espigó conduce a la desembocadura del río Algar y tiene ambiente y chiringuito; Cap Blanch, la situada más al sur, es un tramo semiurbano que conecta con la vecina L’Albir. La de Cap Negret va hasta la cala del Soio. Y luego la playa de l'Olla –donde se puede practicar snorkel–, la cala solitaria de la Barra Grande, Solsida, Cala del Mascarat y Mar y Montaña, en la que está permitido el baño con perros.

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A LA MESA

Altea está llena de restaurantes reconocidos por la calidad del producto y, sobre todo, por sus arroces. Uno de los más reconocidos es Oustau (oustau.es) situado en la calle Mayor de Altea, que ofrece cocina de autor con inspiración francesa en su comedor de aire rústico o en su preciosa terraza. También en el casco viejo, en la calle San Pablo, está La Capella (lacapella-altea.com), cuya especialidad son los arroces.

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