Falleció en la madrugada del 31 de agosto de 1997 en el Hospital Pitié-Salpêtrière de París

Se cumplen 25 años de la muerte de Diana de Gales

La ex mujer del príncipe Carlos fue un elemento modernizador de la monarquía británica, desafió las reglas para dar a conocer su verdad, inició un camino como figura humanitaria y su prematura muerte la hicieron eterna y un modelo para las princesas del siglo XXI

Por Sira Acosta

Ha pasado un cuarto de siglo desde la fatídica madrugada en la que murió Diana de Gales, justo cuando se cumplía un año de su divorcio con el príncipe Carlos, justo cuando empezaba a mostrar al mundo su personalidad al margen de la Casa Real británica y su capacidad como figura humanitaria. Es posible que Diana no fuera la que mejor hiciera el trabajo, teniendo en cuenta que su papel establecido era el de velar exclusivamente por los intereses del Estado y ejercer de "comparsa" del heredero, es decir, tenía que brillar, pero no mucho y decidir más bien poco. Sin embargo, Diana, al principio de forma inesperada e inocente y después con plena conciencia de ello, hizo justo lo contrario. Diana se bajó al barro, se quitó los guantes para tocar a la gente y luchó por tener una agenda autónoma propia centrada en las causas que para ella eran importantes. En ese camino -que duró apenas 16 años- descubrió un talento innato para empatizar con la gente y la gente le adoraba, el público sentía su dolor, sus desafíos y sus alegrías, y así fue como Diana de Gales no solo eclipsó al heredero, eclipsó a la Reina y a todo un sistema con normas que ella puso a prueba. Su prematura y trágica muerte generaron espontáneas y desorbitadas muestras de dolor en todo el mundo y así fue como ingresó en el universo de personalidades deslumbrantes, que nos identifican, que generan sensaciones y que perduran para siempre, en definitiva, cuando Diana murió se convirtió en eterna y en el icono de princesa del siglo XXI.

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Se cumplen ahora 25 años desde su última noche, de ese sábado 30 de agosto de 1997 en el que Diana de Gales llegó a París con Dodi Al Fayed, hijo del multimillonario egipcio Mohamed Al Fayed. Se habían detenido allí de camino a Londres, después de haber pasado nueve días navegando por aguas francesas e italianas a bordo del Jonikal, el yate del empresario. El plan de esa noche era dormir en la capital francesa, hay que recordar que Al Fayed "padre" es el propietario (entre otras cosas) del mítico Hotel Ritz de París, en el número 15 de la Place Vendôme, cerca de allí los Al Fayed también tenían un apartamento, concretamente en la rue Arsène Houssaye, al lado de los Campos Elíseos. En el recorrido, de menos de cuatro kilómetros, que une esos dos puntos, Diana perdió la vida.

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Tras cenar en la suite imperial del hotel, alrededor de las 00:20 horas del domingo 31 de agosto de 1997, la Princesa y Dodi querían volver al apartamento y se subieron en un Mercedes S280 conducido por Henri Paul, Jefe de Seguridad del Hotel Ritz. De copiloto iba Trevor Rees-Jones, guardaespaldas de Dodi y el único que sigue vivo. El coche esperó a la pareja en la puerta de atrás del hotel, cruzaron la Place de la Concorde y condujeron en paralelo al río Sena hasta el paso subterráneo de la Place de l'Alma, allí el Mercedes colisionó con el decimotercer pilar central del paso subterráneo. Dodi Al Fayed y Henri Paul (el conductor) murieron en el acto. Diana resultó gravemente herida, pero seguía con vida después del impacto. Un bombero que desconocía su identidad la sacó del vehículo y fue llevada en una ambulancia al Hospital Pitié-Salpêtrière, en el distrito XIII de París. Alrededor de las 4 de la mañana, después de una cirugía de urgencia, Diana murió.

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Tanto la investigación francesa como la británica -que duraron años- concluyeron que fue un homicidio involuntario por parte del conductor del vehículo y de los paparazzi que iban detrás del coche. El Mercedes iba a 105 kilómetros por hora, ninguno de sus ocupantes llevaba el cinturón de seguridad puesto y el conductor –que era del equipo de seguridad del hotel y no un conductor profesional habituado a ese tipo de vehículos- había mezclado alcohol y medicamentos. Trevor Rees-Jones, el guardaespaldas y copiloto, sobrevivió al impacto, alegó pérdida de memoria durante tres años y después escribió un libro en el que negó las teorías de la conspiración que exponía Mohamed Al Fayed (más de un centenar de teorías de las que nunca se encontraron indicios y que apuntaban a un complot entre los Windsor y los servicios secretos) pero sí criticó el mínimo e improvisado dispositivo de seguridad en torno a la que fue la pareja más buscada del triste verano de 1997.

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La muerte de Diana despertó una oleada de dolor, indignación y muestras de cariño hasta el punto que la Casa Real británica se vio forzada a rectificar y cambiar los planes para celebrar un funeral a lo grande en honor a la princesa de Gales, algo a lo que no tenía derecho por haberse divorciado y perdido su condición de Alteza Real. Sin embargo, a esas alturas no importaba si Diana era o no una princesa Windsor, porque Diana se había convertido en la princesa del pueblo, en la más amada, carismática e imitada por un país que revindicaba que Isabel II diera explicaciones y un pésame público. Tal y como predijo el príncipe Carlos al enterarse de la muerte Diana, muchos le culparon a él y se produjo una reacción como nunca antes había vivido la dinastía Windsor, una reacción que podría haber destruido a la monarquía y que puso a la Reina en un papel muy complicado durante bastante tiempo. El funeral de Diana, que tuvo lugar seis días después del accidente, se convirtió en uno de los eventos más seguidos en la historia de la televisión, se recuerda por la desgarradora imagen de los príncipes Guillermo y Harry caminando detrás del ataúd de su madre y porque fue una de las pocas veces que Isabel II -en sus 70 años de reinado- tuvo que inclinar la cabeza.

Diana además murió en un momento clave de su vida y esto, en parte, alimentó su figura icónica, ya que falleció cuando empezaba vivir. Doce meses antes de su accidente, en agosto de 1996, los príncipes de Gales firmaron el divorcio; un proceso que la Casa Real estuvo postergando desde 1992 y que llegó gracias a la escandalosa entrevista del siglo, en la que la Diana contó que en su matrimonio eran tres, confirmando la relación entre el príncipe Carlos y Camilla Parker- Bowles, que resultó ser el verdadero amor del heredero. Tras el divorcio, Diana de Gales siguió manteniendo su residencia en el Palacio de Kensington y la custodia compartida de los príncipes Guillermo y Harry, que entonces tenían 14 y 11 años respectivamente. Entonces su agenda se volvió frenética, llena de viajes oficiales y de compromisos internacionales de la máxima relevancia. Se volvió más cercana y carismática, abanderó luchas de las que la Casa Real se desentendía como la no estigmatización de los enfermos de SIDA e hizo apariciones míticas, al más puro estilo estrella de Hollywood, como la que tuvo lugar en Sídney con el vestido azul diseñado por su amigo Gianni Versace, que moriría también en el verano de 1997.

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Durante ese año, en el que podía volar sola y al margen de los intereses del Estado, la princesa Diana fue premiada por sus labores benéficas en Estados Unidos, donde era enormemente popular, y emprendió una cruzada para visibilizar el problema de las minas antipersona, un proyecto que ganó el Premio Nobel de la Paz y un gesto que no gustó a algunos sectores del Reino Unido que lo consideraron una intromisión en política perjudicial para el país. Entonces quedó claro que Diana iba por libre, eclipsando a su exmarido y poniendo nerviosa a la Casa Real. Se rodeó de figuras inspiradoras, como Nelson Mandela y Teresa de Calcuta, y multiplicó su presencia en el Reino Unido donde era recibida con devoción. Durante ese último año Diana también viajó a Angola, a Bosnia y a Pakistán, trascendiendo que mantenía una relación con Hasnat Khan, el cirujano pakistaní del que -según sus amigos íntimos- estuvo enamorada hasta el día de su muerte. Una relación que había dejado de funcionar debido a que a él le estaba costando lidiar con la enorme popularidad de la Princesa.

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En julio de 1997, durante su último verano, Diana se llevó a los príncipes Guillermo y Harry (entonces segundo y tercero en la línea sucesoria) de vacaciones a bordo del Jonikal, el barco de los Al Fayed, entonces la atención en torno a la princesa de Gales y el multimillonario egipcio se disparó. El círculo cercano de la Princesa -aquellos que hablaron con ella en los últimos días y semanas previas a su muerte- contaron (así lo recogió la investigación de la Policía Metropolitana de Londres) que para ella esa era una relación de verano, algo pasajero, nada que ver con la gran historia de amor que describió el padre de Dodi tras la muerte de ambos. Quizá, lo único cierto, es que encontraron la muerte juntos, durante las primeras horas del 31 de agosto de 1997.

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