Contratos pírricos, draconianos y leoninos. O cómo triunfar en Hollywood y no morir en el intento

Zendaya ganará un millón de dólares por capítulo de ‘Euphoria’ pero ¿a cambio de qué?

Zendaya en el desfile de primavera/verano de Valentino HOLA4094

Te quedan x días gratis. Recuerda navegar con tu sesión iniciada.

Te quedan pocas horas gratis. Recuerda navegar con tu sesión iniciada.

Estás en tu periodo de prueba gratuita. Sigue disfrutando de ¡HOLA!+.

HOLA.com, tu revista en internet

Tu período de prueba gratuita en ¡HOLA!+ se ha activado con éxito

Disfruta de todo el contenido totalmente gratis durante 7 días.

Recuerda navegar con tu sesión iniciada.

Ya tienes una suscripción activa.

Recuerda navegar con tu sesión iniciada.

60 años después, un millón de euros ha vuelto a ser noticia. La semana pasada se filtraba el salario de Zendaya y a ti te hundía en la miseria más absoluta. Y a mí y a mí, que nadie se ofenda, que se trataba de una licencia literaria rollo “tú mayestático”… Porque resulta que la niña de oro de Disney se embolsará, por cada nuevo capítulo de la nueva temporada de Euphoria, nada más y nada menos que un millón de machacantes con la firma de un nuevo contrato. Todo, según Celebrity Net Worth. Y como actriz ¿eh? puntualicemos, que la novia de Tom Holland también ejerce de productora ejecutiva de la serie, ergo se ha hecho el contrato un poquito a su medida. Exacto, joven, guapa y lista, muy lista.

La de Spiderman se une así, con tan solo 26 años, al selecto club de intérpretes que, en la pequeña pantalla, han alcanzado el millón por episodio y en el que se puede leer el nombre de mitos como Harrison Ford y Helen Mirren, que ganaron lo mismo por 1923 o leyendas de la historia de la televisión como el reparto completo de Friends. Eso sí, solo en las dos últimas temporadas. El otro millón de dólares histórico al que hacíamos referencia al comienzo de este texto no tuvo lugar, sin embargo, en las 576 líneas, sino en la pantalla de toda la vida, en la grande, en la del Technicolor . Y marcó un hito porque 1) era la primera vez que lo lograba una mujer 2) fue el principio de una serie de catastróficas desdichas que dieron como resultado, eso sí, una obra maestra y un sinfín de gossips que, aún hoy, siguen animándonos una tarde mucho mejor que ninguna isla del caribe televisada. Aquel contrato lo firmaría Elizabeth Taylor. Corría 1963 y la película (tres horas y pico, no un capitulito de 37 minutos de nada) era Cleopatra, de Josep Leo Mankiewicz.

Acceso a la versión digital
Zendaya en el desfile de primavera/verano de Valentino HOLA4094©GettyImages

Nos retraemos: La 20th Century-Fox tenía previsto rodar la biografía de la faraona (Lola, no. La descendiente de los Ptholomeos de Giza) con dos millones de presupuesto, en sus estudios de California y Joan Collins como protagonista. Bueno, pues bien ¿De eso? Olvídate. De cinta menor, a lo tonto a lo tonto, Cleopatra se convirtió en un mastodóntico proyecto en Cinecittà (Roma) que a punto estuvo de llevar a la bancarrota a la Major -y a media industria consigo- porque la magnitud del desastre tenía la mismas proporciones que las de King Kong, o sea, sufría de gigantismo. Por el momento (jueves 9 de marzo a las 12:38 minutos) sigue siendo la película más cara de la historia). Ah, y evidentemente, de Collins nunca más se supo hasta que no se convirtió en Alexis Carrington…La elegida para dar vida a la reina de Egipto que se bañaba en leche de burra sería la gran diva de los ojos color violeta y, desde entonces, su rostro estaría unido para la eternidad con la madre de hijo de Julio César y la amante de Marco Antonio. Pero ¿qué ocurrió?

Bueno, pues que, además de cientos de contratiempos y desgracias, se sumaron 7.000 caprichos de una estrella en la cumbre, con un Oscar por Una mujer marcada y cuatro nominaciones consecutivas, una vida sentimental que ni el tren de la bruja y, por supuesto, un contrato que le permitía hacer todo, todo y todo. Y fundamentalmente porque fue fruto de un error. ¿Cómo? Pues eso, que si hay que buscar culpas, que nadie mire a Liz, sino al productor de la película, Walter Wanger, que le pidió a la estrella que se convirtiera en Cleopatra y ésta le respondió que estaría encantada siempre y cuando firmara un cheque por un milloncejo de nada. Ipsofacticamente, le mandaron a su agente un contrato que eso parecía un filling the gaps y ella rellenó los huecos con sus necesidades véase caprichos entiéndanse excentricidades. La cosa es que cuenta la leyenda que ella pidió el kilito en broma, pero que Wanger, que no entendía su flema británica, se lo tomó en serio. Mec: Error. Sea como fuere, el contrato incluyó una cifra jamás vista en Hollywood y la Taylor hizo historia y la película también. El contrato, evidentemente, traería cola.

Cleopatra©GettyImages
Elizabeth Taylor en la película ‘Cleopatra’, de Josep Leo Mankiewicz.

Porque además de dinerete por -en un principio- cuatro meses de rodaje, la entonces mujer de Eddie Fisher (otro día contamos esta historia porque es de lo más maravilloso del mundo) pidió rodar en Italia para quitarse problemas con Hacienda y añadió una cláusula que decía que, por cada semana que se alargara el rodaje, ella vería retribuido el retraso de la producción con 50.000 dólares más en su cuenta... Y solo se alargó… ¡3 años! También pidió 3.000 dólares para gastos personales por cada mes de rodaje que… ¡se alargó 3 años!) y servicio de transporte gratis para ella y toda su familia que… sí, también alcanzó los 3 años pero para distintas familias porque en el transcurso de este tiempo La gata sobre el tejado de zinc se enamoraría de Richard Burton, se divorciaría de Eddie, sería excomulgada… bueno, cosas que pasan cuando eres una star… En resumen, estas nimiedades hicieron que, por arte de magia, ejem ejem, el presupuesto inicial pasara de dos a seis millones de dólares… Y era nada más que el principio porque la famosa mala salud de hierro de la actriz comenzó a darle la murga… El caso que, cada semana, los gastos de producción ascendían a 315. 000 dólares y ni que decir tiene que la actriz tenía escrito por contrato que cobraba por adelantado…

La broma -hay que añadir que el estreno fue un fracaso- adelantó el derrumbe del ya de por sí incipiente declive de la dictadura de las Majors, aquel régimen semiesclavista que obtuvo con Louis G. Mayer el momento de mayor esplendor y al que puso Olivia de Havilland -luego relatamos- su primera piedrita en el zapato. No obstante, pese a la ida de olla de la Taylor, de aquellos tiempos caducos aún quedan ciertas reminiscencias leoninas en contratos que no aguantarían ni un primer asalto en el SMAC porque no nos olvidamos: la fábrica de sueños es, eso, una fábrica. Y, a veces, como el orfanato de Oliver Twist.

Olivia de Havilland©GTres
Olivia de Havilland.

Y si no que se lo pregunten a Eva Longoria que, antes de convertirse en la estrella que es hoy, cuando empezó a rodar la serie que la encumbró, Mujeres desesperadas, se encontró caminando descalcita sobre el filo de una navaja. Por un lado, sabía que aquella era su gran oportunidad, por otra, le ponían delante de un contrato con la misma forma de un platito de lentejas, que no hay legumbre con peor fario, desde la Biblia ¡ojo! Aquel contrato especificaba que, bajo ningún concepto, podría quedarse embarazada durante el tiempo que duraba su relación contractual con el estudio. O lo que es lo mismo: durante ¡6 años! Eso o a por otra cosa, mariposa. La actriz tenía entonces treinta y debió de pensar que bueno, ya si eso, sería mamá con 37… Pero ¿cómo va a ser que una compañía internacional te diga cuando puedes o no quedarte embarazada? Cuestión de guión, si Longoria quería hacer ese papel tenía que respetar la integridad de su personaje.

Que ésa es otra, que te encasillen. Es decir, que solo te den papeles que respondan a un estereotipo. Que riza el rizo cuando, además, por contrato te especifican que el estereotipo, cariño, no-se-cam-bia. Rebel Wilson contaba también la semana pasada que su contrato para la película Dando la nota le prohibía tajantemente perder peso mientras interpretara su papel, a sazón: “Amy la Gorda. “No puedes perder más de 5 kilos ni ganar más de 5 kilos. Tienes que mantenerte en tu peso. Está en tu contrato”, le dijeron los abogados del filme porque ella había sugerido que no se encontraba bien y que, quizás, solo quizás, podía deberse a su alimentación.

Porque el star-system de Hollywood, otra cosa no, pero cláusulas abusivas en términos de imagen, todas las del mundo. Imagen, en el sentido físico y en el figurado. A ver, que ganan millones (recordemos Zendaya… O mejor, no que, eso, ni trabajando toda una vida). Y que tampoco se puede tener todo… Alguna contrapartida mala tienes que tener, ¿no? O tickets de comida o horario intensivo de 7 a 14h o clausula abusiva. Tú verás. Y ¿Cláusula incumplida? Varapalo económico que te crió. En el caso de la industria del cine de Hollywood, casi todas van dirigidas para impedir el espionaje industrial. Sí sí. De hecho, fuimos conscientes hace muy poco con una entrevista que le hicieron vía zoom a Benedict Cumberbatch, quien estaba rodando Dr. Strange: en el multiverso de la locura, y de repente, enciende la pantalla y aparece la imagen de unas vigas en el techo de su salón.

Rebel Wilson©GettyImages
Rebel Wilson explicó que su contrato para la película ‘Dando la nota’ le prohibía tajantemente perder peso mientras interpretara su papel.

“Estás viendo el techo porque no te puedo enseñar mi rostro. Estoy rodando la nueva Dr. Strange y está todo completamente embargado. En fin. Solamente quería explicarte por qué estoy enfocando a este techo tan atractivo”, bromeaba el actor que, por cierto, también dio otra entrevista enfocando al parasol de su coche… Y mira, él, al menos, tenía licencia para hablar. Hay quien ni eso. Mark Ruffalo casi se ve de patitas en la calle por decir, antes de tiempo, que la mayoría de personajes se morían en Los Vengadores y Tom Holland vio peligrar la mitad de sus honorarios en Spiderman por desvelar las vicisitudes de Peter Parker en la última entrega de la saga…

Aunque quizás, las “especificaciones” más divertidas son las que aparecen en los contratos de los actores de Marvel de las que se extrae que para los creadores de los Superhéroes “guión” es sinónimo de “información clasificada libro rojo asesinato JFK”. Veamos: Los actores solo pueden leer sus guiones en una habitación sin ventanas ni móviles; reciben sus separatas solo cuatro horas antes de ponerse a rodar; tampoco pueden rodar sus propias escenas de riesgo, ya que su integridad física en la ficción es imprescindible.

De hecho, el físico que debe mantenerse igual en el tiempo. Chris Hemsworth seguro que está deseando ponerse una túnica y darse al bollo, pero por ahora, por contrato, es Thor. Punto. Y seguimos... Nada de fumar frente a las cámaras: terminantemente prohibido. Y, previa a la firma de documentito de nada, investigan tu pasado para descubrir si hiciste una broma en redes fuera de lugar como Gina Carano, si robaste en un supermercado como Winona Rider o si existe algo que se pueda volver en tu (su) contra en un futuro y provocar un escándalo que empañe la imagen de la empresa. S’acabao el Hollywood Babylone. Ea. Ni volumen 1 ni 2. Algún día hablaremos de los libros de Kenneth Anger. I promise myself como Nick Kamen.

Pero vamos, que esto es peccata minuta para lo que fue en su día, obra del hombre más poderoso que jamás haya dado el cine, el rey Midas (o Leopoldo II de Bélgica, según se mire) del cine: Louis B. Mayer. “La única razón por la que tantas personas han estado en el funeral de Mayer es porque querían asegurarse de que había muerto, sentenció sarcástico su alter ego, Goldwin (el de la Metro). Ogro, tirano, déspota, maltratador… fueron algunos de los calificativos más habituales con los que, el sector, siempre a sus espaldas, se referían al inventor del Hollywood Dorado y el star system, un engranaje de producción capitalista en el que los intérpretes eran tratados como productos de consumo y su valor dependía de las oscilaciones del mercado, antojadizo ever. Pero no solo su trabajo, también su vida.

92nd Annual Academy Awards - Arrivals©GettyImages

Con Mayer, se les construían biografías, siempre glamurosas y aspiracionales como que Lana Turner fue descubierta en una cafetería; se retocaban caras y cuerpos, desde la frente Rita Hayworth a la nariz de Marilyn Monroe; incluso, se gestó un nuevo periodismo que combinaba crónica del corazón con la información cinematográfica (¿de qué me suena a mí esto?) A las estrellas se les enseñaba a vestirse, a moverse, a hablar… Pero todo podía venirse abajo si Mayer se torcía. Porque sobre el papel, la vida de estas estrellas en la tierra era lo más parecido a un sueño teniendo en cuenta el infierno que vivía el publico de castigo bíblico en castigo bíblico. Que si la Depresión, que si la Segunda Guerra Mundial, que si la Postguerra… Pero en realidad era más papel “albal” que brillo auténtico. Los actores estaban sujetos a un sistema de contratación por el que pasaban a ser propiedad de la compañía.

Durante, al menos, siete años. Esto implicaba que no tenían poder de decisión ni sobre sus carreras ni sobre sus vidas. Pero ¿y si te negabas? Como poco, la productora te suspendía. Te apartaba del trabajo y te dejaba sin sueldo durante un tiempo indeterminado, que podía ser de unas semanas o varios meses dependiendo de lo indignado que estuviera contigo Mayer para el que, no todo era libre albedrío, que no, que él sabía muy bien lo que se hacía. El castigo no era otra cosa que un escudo de protección económico de los Estudios porque producían a destajo rollo cadena de montaje y la línea no se podía parar. Pero llegó un momento en que aquellos hangares que hoy son la máxima atracción de Los Ángeles devinieron en un Campo de Concentración rollo Treblinka. Si llegabas tarde a un rodaje, te suspendían; si rechazabas un papel, te suspendían; si tenías una conducta “inadecuada”, te suspendían. Así que, si una estrella comenzaba a subirse a la parra véase estaba teniendo demasiado éxito, se le asignaba un papel por debajo de sus capacidades, de bajo presupuesto, totalmente alejado a su estilo y si lo hacía, sería un fracaso, caput. Si se negaba y lo rechabaza, ponalización al canto o sea, caput también.

La Major, como la banca de un casino en Las Vengas, siempre ganaba. Y si te seguían poníendo farruco, se ponía en marcha la maquinaria maquiavélica de la prensa sensacionalista capaz de destruir la mejor de las reputaciones. En una sociedad tan pacata como la de entonces, caer en el ostracismo social era peor que la muerte. Que se lo digan a Joan Crawford o Marilyn por su pasado como modelos fotográficos de dudoso gusto o a Cary Grant y sus sucesivos compañeros de piso. Para eso, Louis B. Mayer contaba con Hedda Hopper. Goldwin con Louella Parsons… Cuando las compañías se unieron, con las dos. Ellas eran como Torquemada pero en “repe”.

Hasta que Olivia de Havilland, la sosainas de Melania en Lo que el viento se llevó, dio un golpe sobre la mesa y dijo ¡basta ya! Porque de blandurria no tenía ni un pelo -cardado-. Ocurría, como contábamos que ,si bien los contratos standard duraban siete años, si eras penalizado, el Estudio no descontaba ese tiempo de suspensión. O sea, ¿dos meses de castigo? pues la condena de tu contrato sería de 7 años -el standard- y dos meses (más)…. Total, que al final los contratos, en vez de durar lo firmado, se alargaban ad infinitum. Y eso fue lo que a Olivia de Havilland le hartó hasta la coronilla, efectivamente, cardada. Cuando transcurrieron los siete años del contrato de Olivia, le dijeron que tenía que trabajar seis meses más y ella, los cumplió. Y entonces le dijeron. “No no, Oli, que tienes otros seis más”. Ella se puso como una hydra en las puertas de Tara y se plató ante el todopoderoso Jack Warner (el de la Warner Brothers). Asesorada por su abogado, la actriz estudió las leyes de California, donde se estipulaba que “ningún patrón puede mantener a un empleado durante un contrato de más de siete años” y llevó a la Warner ante la Corte Suprema de California.

El juicio De Havilland vs. Warner Bros. duró dos años y medio, entre 1943 y 1946, en los que la estrella no pudo rodar una sola película ni ingresar medio centavo pero, para sorpresa de todos, el tribunal le dio la razón. Nació así, en la jurisprudencia americana, Ley De Havilland todavía una piedra de toque en este tipo de conflictos laborales en las colinas de Beverly Hills. De hecho, cuando Jared Leto y su grupo 30 seconds to Mars demandó a su discográfica, su demanda invocó el texto de la actriz que dio vida a Lady Marian. Nada volvió a ser igual. El problema vendría entonces con aquella obligaciones que no aparecería redactadas en los contratos y que sin embargo pondría en juego el pan que habían de ganarse con el sudor de su frente… bajo las sábanas. ¿Hace falta que hablemos de Harvey Weinstein y Ashley Judd y el movimiento metoo?

Ahora, ni Don Juan ni Juanillo. Es decir, que ni régimen de esclavitud ni todo el monte es orégano. Las estrellas saben que lo son y están muy seguras del reclamo que suponen para la pantalla. Algunos, demasiado, y por aquello de “oye, aquí quien manda soy yo”, algunas especificaciones han hecho historia porque rozan, en ridículo y grandielocuente, el grito famoso de la Reina de Corazones en Alicia en el país de las maravillas “el café está frío, que le corten la cabeza”, “es queso havarti, yo quiero cheedar, que le corten la cabeza”. Will Smith, por ejemplo, exigió por contrato para el rodaje de Men in black, una casa prefabricada pero rodante para tener calor de hogar durante el rodaje a lo largo y ancho de Nueva York. Aha. Ahora, Smith vivía en Manhattan, era solo cuestión de un taxi.

Clooney, con Gravity, pidió que se le construyera una especie de jacuzzi completo con una playa falsa al lado de su roulotte donde, ademas, tenía una cancha de baloncesto para entrenarse. Y, siguiendo con las casas, Russell Crowe no pide ninguna ad hoc, pero si, cortinas negras allá donde va. En todas las habitaciones del hotel, b&b o whatever. Y teléfonos de poliestireno ¿poliqué? Eso. Uma Thurman, sobre casas, ni idea, ahora, que nadie vista mejor que ella. Nadie puede llevar una prenda de firma si ella no lleva dos por lo menos. Ah, y el 50% de su vestuario del filme es, por contrato, de la menda leranda. Aunque, para fantasía, la cláusula de Jennifer López en Qué esperar cuando estás esperando que rodó en 2012. Resulta que la hoy divertidísima esposa de Ben Affleck (sic) añadió un párrafo en su contrato donde se negaba explícitamente a hablar o “ser hablada” por persona alguna del rodaje. Excepto, del director, por lo que si alguien quería decirle algo tenía que dirigirse a su asistente personal. La mujer se estaba separando de Marc Anthony y no quería que sus palabras fueran utilizadas por la prensa…

Ben Affleck y Jennifer Lopez©GettyImages
Jennifer López añadió un párrafo en su contrato donde se negaba explícitamente a hablar o “ser hablada” por persona alguna del rodaje.

A ver, que todo esto se les permite o se les ha permitido porque, por lo general, las estrellas contaban con un porcentaje de los ingresos de pantalla. Cuanto más estrella, más ingresos para todos, pero con la pandemia y las plataformas digitales el sistema de exhibición ha cambiado, así que ¿ahora qué? Pues en esa deriva estamos. Las estrellas reclaman a los Estudios tarifas adicionales o una remuneración especial para compensar lo que podrían haber ganado en las taquillas y Disney, por ejemplo, ha sido la primera compañía en enfrentarse al problema.

Ya ha tenido renegociar condiciones con Tom Hanks porque decidió unilateralmente cambiar los planes de distribución de Pinocho y en esas sigue ahor con Jude Law que firmó ser el Capitán Garfio en Peter Pan y Wendy pero ahora, tiene dudas el muchacho… Pero si algo está claro es que no es buen momento para ponerse tonto porque las reglas hoy por hoy son, paradójicamente, muy turbias. Cuando una producción coreana con actores desconocidos puede dar más réditos que otra con grandes superestrellas problemáticas y sin dolores de cabeza de por medio, ¿quién quiere inclinarse por tomar ibuprofenos sin un mañana? Máxime cuando por cada antiinflamatorio retienes dos litros de líquido…