Jerusalén o cómo sucumbir a la ciudad más espiritual del mundo

Desde el corazón de la Ciudad Vieja, abrazada por una muralla entre la que conviven judíos, cristianos, musulmanes y armenios, a la ciudad moderna y vibrante. Trazamos una ruta por ambas.

Por Eva de la Parra

Es tarea difícil definir los días que hacen falta para visitar Jerusalén, porque la realidad es que hay tantas ciudades en ella como viajes uno quiera hacer. Pocas ciudades en el mundo pueden presumir de ese poso de historia tan apasionante que la hace única. Una historia que ha convertido a su Ciudad Vieja, esa que evoca al pasado como una reina milenaria, en cuatro diferentes, tan unidas entre sí por una hermosa muralla como separadas por ser cruce de caminos de las tres grandes religiones monoteístas –el judaísmo, el cristianismo y el islam–, que se la disputan piedra a piedra. Pero también hay otra ciudad nueva que mira al futuro, moderna e imparable, donde el pulso se toma en nuevos barrios como Nachlaot, con mercados de moda, gastronomía en auge, tiendas gourmet y hasta sofisticados rooftop donde darte a la buena vida.

Nos sumergimos en un viaje que desvela las dos caras de una de las ciudades más antiguas del mundo, porque si hay algo que nos gusta de Jerusalén son sus infinitos contrastes. 

DESCUBRIENDO OLD JERUSALEM

Las murallas de Jerusalén, hoy Patrimonio de la Humanidad, abrazan a la Ciudad Vieja desde el siglo XVI. Construidas por Solimán el Magnífico, con 12 metros de altura y algo más de 4 kilómetros de perímetro, son el lugar perfecto para comenzar la visita. Con una panorámica 360º desde ellas apreciamos la ciudad al completo y nos hacemos una idea de lo que nos espera.  

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De las ocho puertas que tiene la muralla accedemos por la de Jaffa, junto a la que se encuentra el Museo Torre de David (tod.org.il/en). Una ciudadela que fue en origen el palacio de Herodes, con tres enormes torres, y que hoy acoge el Museo de Historia de Jerusalén. Desde aquí se recorre parte del perímetro superior mientras se admira una vista impresionante. A un lado, la ciudad nueva, con sus modernos edificios; al otro, la vieja; abajo, el barrio armenio, varias excavaciones; de frente, la impresionante cúpula de la iglesia de la Dormición, y al fondo, divisamos el monte de los Olivos, al que iremos más tarde para contemplar otra de las mejores perspectivas de Jerusalén. 

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Con un poco de suerte, en el recorrido de la muralla te puedes topar con Thomas, un judío que cada día, desde hace 15 años, pasea por ella haciendo sonar su shofar, un instrumento de viento con un sonido profundo que se fabrica con el cuerno de un animal puro, limpio, como el carnero. Lo toca por el pueblo de Israel, para recordarles, como cuenta la Biblia, que Dios está allí para ayudarles. Los que quieran hacer una visita más completa a la Torre de David, por la noche es posible vivir una experiencia mágica, el espectáculo de luz y sonido que se proyecta sobre los muros de la torre y la ciudadela.  

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Al descender de la muralla saldremos de su perímetro por la puerta de Sión, para acercarnos a uno de los lugares más especiales, el edificio que alberga la tumba del rey David, un lugar sagrado para los judíos al que cada día se acercan a rezar junto a la tumba de quien fue rey de Israel. Una gran menorá (candelabro judío de 7 brazos) dorada recibe a los visitantes antes de entrar a la pequeña sala, que se encuentra dividida en dos partes, una para hombres y otra para mujeres. En ella los judíos rezan delante del sepulcro cubierto por una tela con inscripciones en hebreo. La espiritualidad solo queda interrumpida por los ruidos de los turistas tirando decenas de fotos. 

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El lugar impresiona y más cuando se descubre que en el mismo edificio, en el piso superior, encontramos nada menos que el Cenáculo. Allí donde, según la tradición cristiana, Jesús celebró la Última Cena con los apóstoles antes de que lo arrestaran los romanos. Una bella sala abovedada en la que se unen turistas con peregrinos y religiosos que se sientan a rezar. El mihrab en uno de sus muros se debe a que los musulmanes convirtieron este edificio en mezquita en el siglo XVI. Una muestra más de cómo las tres grandes religiones conviven en espacios sagrados comunes. 

Abandonamos el Cenáculo y nos adentramos de nuevo intramuros para descubrir los cuatro barrios que unen y dividen a la vez a la Ciudad Vieja. Sin separación entre ellos, cruzar sus calles y pasar de uno a otro produce la sensación de haberse cambiado de ciudad, y en ocasiones hasta de país, cuatro barrios donde conviven armenios, judíos, musulmanes y cristianos. 

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EL TRANQUILO BARRIO ARMENIO 

Entrando de nuevo por la puerta de Sión daremos de lleno con el barrio armenio. El más tranquilo de todos y el menos visitado por turistas, en sus encantadoras calles empedradas abren pequeñas tiendas de artesanos donde exhiben cerámicas de colores y su templo más destacado, la catedral de Santiago, llamada así porque alberga parte de los cuerpos de dos apóstoles, Santiago el Menor y Santiago el Mayor. Aquí está la cabeza de este, el resto del cuerpo se encuentra en España, en la catedral compostelana. 

DEL BARRIO JUDÍO A LA EXPLANADA DE LAS MEZQUITAS 

Del barrio armenio caminamos hacia el corazón del barrio judío para llegar a uno de los lugares más emblemáticos de Jerusalén, visita indispensable para cualquier viajero: el famoso Muro de las Lamentaciones. Llegar a él requiere pasar por un control de seguridad donde suele haber colas. Los apenas 70 metros en los que hoy rezan los judíos son solo una pequeña parte de las murallas que rodeaban al Segundo Templo (516-455 a. C.). Lo hacen allí porque ese es el lugar más cercano a la Piedra Fundacional, la roca sobre la que Abraham ofreció a su hijo en sacrificio a Dios, el centro del mundo, el jardín del Edén donde todo comenzó. 

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La piedra que hoy se encuentra bajo la omnipresente Cúpula de la Roca, la mezquita que los musulmanes construyeron en este lugar también es sagrada para el islam –es la misma desde la que Mahoma ascendió a los cielos–. Los judíos tienen prohibido el acceso a La Roca por lo que su forma de orar cerca de ella es la esquina occidental del muro, allí donde los hombres recitan los salmos una y otra vez.  

Los turistas pueden acercarse con respeto, e incluso escribir en un pequeño papel sus plegarias o deseos, como manda la tradición judía, y dejarlo entre los huecos del muro. En la zona encontramos sillas para sentarnos e incluso estanterías con ejemplares de la Torá para aquellos que quieran orar. Todos estos papeles, convertidos en objetos sagrados al tocar el muro, no pueden ser destruidos y cada cierto tiempo se retiran y entierran en el monte de los Olivos. 

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Desde la plaza frente al muro se accede, por una pasarela de madera, a la Explanada de las Mezquitas. Son muchas las puertas que conectan las calles del barrio musulmán con ella, pero los no musulmanes solo tienen permitido el acceso por la pasarela. Es importante ir temprano e informarse bien de los horarios porque no son muy amplios. Tanto hombres como mujeres deberán respectar un sencillo código de vestimenta y pasar un control de seguridad. Una vez allí encontramos dos edificios sagrados para el islam, la Cúpula de La Roca, con su inmensa cubierta bañada en oro, el edificio más fotografiado de toda la ciudad, y la mezquita de Al-Aqsa, junto a la cúpula de la Cadena o los arcos conocidos como Balanzas de las Almas. El acceso al interior de todos ellos solo está permitido a los musulmanes.  

De regreso a la plaza del muro nos quedan dos visitas interesantes. El Davison Center (travelrova.co.il), donde podemos ver otras partes de él y restos arqueológicos de lo que fue el acceso a la plaza del Templo y, sobre todo, el Centro Arqueológico de los túneles del Kotel (thekotel.org). Resulta toda una sorpresa descubrir una nueva ciudad subterránea de espacios fascinantes bajo grandes arcos de piedra que unían la ciudad con la explanada del Templo, antiguas calles y fuentes, otros tramos del muro y una piedra enorme, de más de 500 toneladas, de las más grandes que se han utilizado nunca en construcción y que nos hablan de la grandeza que tuvo Jerusalén. Y cómo no, nuevas excavaciones y un proyecto de futuro, ampliar el espacio de la explanada frente al muro y sacar a la luz esta ciudad subterránea uniéndola con el exterior. 

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Después de tanta dosis de historia toca perderse por las calles del barrio judío y disfrutar de su trasiego, curiosear en sus tiendas, pisar lo que fue en su día el cardo romano, sentarse a tomar un zumo de granada o naranja recién exprimido en algunos de los muchos puestos que los ofrecen. O comer una deliciosa pita recién horneada y reponer fuerzas, porque esta ciudad de cuestas requiere de estos pequeños descansos.  

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BARRIO MUSULMÁN, EL MÁS GRANDE INTRAMUROS 

Si hablamos de muchas ciudades dentro de Jerusalén, el paso al barrio musulmán es la mayor muestra de cambio. De repente estamos en una ciudad islámica, con sus zocos llenos de puestos, casi como si paseáramos por la medina de Marrakech. En las calles huele a especias, a hummus y se escucha de fondo la llamada al rezo desde los minaretes de las mezquitas. Para los amantes de la comida árabe una dirección imprescindible es Lina Restaurant (42 Al Khanka St), junto a la Vía Dolorosa, cerca de la 8º estación, entrando en el barrio cristiano, posiblemente el mejor hummus que probaréis en la ciudad.  

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Lo mejor para conocer este barrio es acceder a él por la imponente puerta de Damasco, aunque también dan a él la puerta de Herodes o la de los Leones. Y como a esta ciudad nadie la gana a contrastes, por este barrio atraviesa la Vía Dolorosa, el recorrido que hizo Jesús cargando con la cruz hasta el monte del Calvario y que muchos peregrinos y religiosos franciscanos reviven (especialmente los viernes). Algunas de sus 14 estaciones se encuentran en las calles del barrio musulmán. Próximas al Santo Sepulcro, ya dentro del barrio cristiano, están las últimas estaciones (de la 10 a la 14).  

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CAMINO DEL GÓLGOTA POR EL BARRIO CRISTIANO 

Todos los caminos en las intrincadas callejuelas de este barrio conducen al mismo sitio: la iglesia del Santo Sepulcro, uno de los lugares más sagrados para la cristiandad, que se cree que se construyó sobre el Gólgota (el monte Calvario), en el que crucificaron a Jesús. La forma más habitual de acceder a ella es por la plaza de la entrada principal, pero os recomendamos hacerlo por la parte trasera, por la iglesia copta de Santa Elena, ubicada prácticamente sobre el techo del Santo Sepulcro. Descendiendo por unas pequeñas escaleras se llega al interior donde un grupo de monjes etíopes rezan bajo la luz tenue de las velas.  

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En el interior de la basílica se vive una especie de status quo entre las seis confesiones cristianas que lo custodian: católicos (franciscanos), griegos ortodoxos, armenios, coptos, sirios y etíopes que se turnan, cada dos horas. Asistir a este cambio en la custodia del templo con los cánticos de los religiosos en procesión es un momento único. A todos esos custodios se suman la familia musulmana que guarda las llaves de la basílica desde el siglo XII, pasando de generación en generación.  

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En el interior vemos, nada más entrar, la piedra de la Unción, los pasos nos llevarán después a la capilla del Calvario –donde Jesús fue crucificado–, la capilla de Adán, la de Santa Elena o la de los Cruzados. El Edículo acoge la tumba de Jesús, bajo la cúpula más grande de la iglesia y donde los visitantes hacen cola para acceder a un pequeño espacio en el que apenas caben 4 o 5 personas y, en silencio, solo pueden permanecer unos minutos. Es la última estación del Via Crucis, la culminación del viaje para los peregrinos que se acercan hasta aquí movidos por la fe.  

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Antes de visitar la zona más moderna queda acercarse a un último punto, ya extramuros, el Monte de los Olivos (donde apenas hay árboles, ni siquiera olivos) con otra gran panorámica de la Ciudad Vieja y la siempre visible cúpula dorada en el horizonte. Bajo nuestros pies está el cementerio judío en activo más antiguo del mundo, desde luego un sitio especial para descansar hasta la eternidad. Y si aún quedan ganas de profundizar en la historia hay que acercarse al Museo de Israel (imj.org.il/en), uno de los más importantes museos de arqueología del mundo, que exhibe una enorme maqueta de cómo fue Jerusalén en la época del Segundo Templo y donde se conservan los manuscritos del mar Muerto. 

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JERUSALÉN MODERNA, DONDE LA CIUDAD SE MUEVE A OTRO RITMO 

 Aunque la mayoría de viajeros acuden a Jerusalén llamados por su historia o sus convicciones religiosas muchos salen de ella sorprendidos con la ciudad que crece más allá de las murallas. Allí el pulso de la vida es más rápido, el poso de la historia se aligera en sus calles, sus mercados, en nuevas aperturas hoteleras, restaurantes de gastronomía puntera, tiendas de artesanos, galerías de arte y hasta degustaciones de vino en una bodega en el centro de la ciudad. 

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Habrá que acercarse a Hutzot HaYotzer (artistscolony.co.il), la colonia de artistas de Jerusalén. Al pie de las murallas y cerca de la puerta de Jaffa, en sus encantadoras calles abren tiendas de artesanos en las que ver y adquirir joyería de diseño, cerámica, ropa, pintura... Algunos de los mejores artistas de Israel tienen aquí sus estudios. 

A diez minutos andando de la colonia encontramos Montefiore Winery (thewindmill.co.il), en el histórico molino de viento de la ciudad. Aquí se realizan catas de vinos locales acompañados de quesos con vistas al Monte de los Olivos. Un plan diferente para abrir el apetito.  

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A la hora de comer, un place to go es The First Station (firststation.co.il), la antigua estación de ferrocarril de Jerusalén, que ha sido rehabilitada y convertida en el nuevo centro gastronómico de moda, con unos cuantos restaurantes con diferentes estilos de cocina y puestos de street food. Aquí la gastronomía va más allá del hummus o el falafel y además es el primer lugar de Israel certificado donde todos los locales ofrecen opciones veganas. Una buena elección es el restaurante Adom (adom.rest/en), con una cocina de influencia mediterránea y buen ambiente. Es importante tener en cuenta que en The First Station los locales abren incluso en sabbat, el séptimo día de la semana judía (nuestro sábado), cuando en el resto de la ciudad la mayoría de comercios cierran y no se trabaja. 

Como toda ciudad moderna en Jerusalén también hay rooftops para los que quieran tomar una copa al atardecer. Dos recomendaciones, la terraza del hotel Notre Dame (notredamecenter.org), con vistas memorables, o el hotel Mamilla (mamillahotel.com/rooftop), un hotel elegante que no puede estar mejor situado. En su terraza se fusionan gastronomía y buena música.  

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Dejamos para el final uno de los lugares más vibrantes de Jerusalén, el mercado de Mahané Yehuda (en.machne.co.il), en el barrio de Nachlaot, el lugar al que acuden todas las comunidades que conviven en la ciudad. Tiendas de frutas y verduras, pequeños comercios con objetos de lo más variados y puestos de comida por todas partes, una explosión de color, aromas y sabor. El mejor momento para visitarlo es cuando cae la noche y sus puestos se transforman en restaurantes de comida para llevar o tomar, más aún en víspera de sabbat, el momento de más ambiente, porque los judíos se abastecen para el día siguiente. Si el corazón de Jerusalén está en su Ciudad Vieja, en Mahané Yehuda reside, sin duda, su alma

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DATOS PRÁCTICOS 

Iberia, El Al o Air Europa operan vuelos directos desde Madrid y Barcelona al aeropuerto de Tel Aviv, a una hora en coche o algo menos de media en tren (rail.co.il) de Jerusalén. En la ciudad hay numerosas opciones de alojamiento desde 5 estrellas como el King David (danhotels.com) o Mamilla (mamillahotel.com) a encantadores hoteles boutique como el American Colony (americancolony.com) o el coqueto hotel Bezalel (atlas.co.il), todos en la ciudad nueva. 

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