Así será el hombre del futuro: más parecido a nosotras

Octavio Salazar, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Córdoba y autor de 'El hombre que no deberíamos ser': "Los hombres somos discapacitados emocionalmente"

Por JULIA GIRÓN

¿Día de la Mujer o por la igualdad de género? Lo cierto es que, en pleno siglo XXI, tan lejos de la paridad real entre hombres y mujeres como seguimos estando; el 8 de marzo debería ser una fecha que nos invite a la reflexión sobre el modelo de sociedad hacia el que caminamos. Una reflexión que implica necesariamente a nuestros compañeros masculinos, como tan bien apunta el escritor y jurista cordobés Octavio Salazar, en su libro El hombre que no deberíamos ser (Editorial Planeta), y a los que carga con la enorme responsabilidad de construir a ese ‘hombre del futuro’ que tantas mujeres llevamos años reivindicando. “Ha llegado el momento de que los hombres nos pongamos delante del espejo y nos preguntemos: ¿Existe una manera mejor de ser hombre?”. Querido lector, por favor, tome nota.

Dice usted en el libro que una de las revoluciones pendientes de este siglo es aquella que deben protagonizar los hombres. ¿Qué papel les corresponde asumir en el movimiento por la igualdad?

Solo reivindico que nosotros nos incorporemos a esa lucha, ya que todavía hoy somos la mitad privilegiada del planeta y, por tanto, sin la transformación de la masculinidad que todavía hoy sigue siendo hegemónica difícilmente llegaremos a un mundo donde las mujeres no tengan más obstáculos que nosotros. En este sentido, lo que planteo es que tenemos una singular responsabilidad ya que somos los que, en esa estructura jerárquica sobre la que se apoya el patriarcado, seguimos ocupando un lugar de privilegio, detentamos de manera mayoritaria el poder y la autoridad. Todo eso genera unas consecuencias negativas en las mujeres que todavía hoy, no son tan ciudadanas como lo somos nosotros. En todo caso, son ellas las que deben liderar y protagonizar la revolución feminista que es, sin duda, la gran revolución de este siglo. Y nosotros acompañarlas.

Porque se puede ser feminista y hombre al mismo tiempo… ¿Qué es un hombre feminista para los que no entiendan el concepto?

Un hombre feminista es aquel que, en primer lugar, tiene conciencia de género, es decir, de que existe un desigual reparto de riqueza, de oportunidades y de derechos en función del sexo de las personas. Y que, a partir de esa conciencia, toma partido por la igualdad y asume que él mismo debe cambiar su manera de ser y estar en el mundo para conseguir que finalmente mujeres y hombres seamos tratados como equivalentes. Es decir, un hombre feminista no es otra cosa que un hombre demócrata. En definitiva, que existe otra manera de ser hombre que no reproduzca los roles y estereotipos de siempre.

Pero, ¿se está consiguiendo? ¿Le preocupan las nuevas generaciones de jóvenes?

Me preocupan, entre otras cosas porque tengo un hijo adolescente, y porque detecto cuando trabajo con ellos que continúan reproduciendo roles y estereotipos, y que incluso se está produciendo un retroceso en ámbitos que pensábamos que ya habían sido conquistados por la igualdad. Me refiero, por ejemplo, a cómo los jóvenes construyen sus relaciones afectivas y sexuales. Algo que tiene mucho que ver con los imaginarios colectivos con los que se "maleducan" - la música, la tele, el cine, los medios en general, las redes sociales- y en los que asistimos incluso a un repunte del machismo.

De hecho, como apunta en el libro, aunque puede que hayamos superado –al menos en parte- el viejo y machista ‘yo ayudo a mi mujer’, en la práctica vemos cómo las mujeres seguimos arrastrando la carga de compaginar vida familiar y laboral.

Es evidente que los hombres seguimos sin incorporarnos al ámbito privado con el mismo nivel de responsabilidad que las mujeres. Aún no hemos dado el salto de la conciliación, a la corresponsabilidad, y seguimos pensando que es cosa de ellas. A los niños, por ejemplo, no se les educa todavía para ser cuidadores. Se entiende que cuidar es femenino. Este es uno de los grandes escollos para la igualdad real: tenemos que plantearnos de una manera distinta la armonización entre lo privado y lo público. Y que no sea, claro, gracias al ‘heroísmo’ de las mujeres.

El escritor y jurista cordobés Octavio Salazar. Foto: Luis Serrano


¿En qué consiste ese nuevo pacto social entre hombres y mujeres que reivindicas en el libro? ¿Cuánto tardará en llegar la igualdad real?

Ese nuevo pacto pasa por revisar las estructuras básicas de nuestro mundo, por eso me temo que tardará tiempo en producirse, salvo que todas y todos hagamos bien las tareas pendientes. Un pacto que ha de suponer, insisto, revisar cómo entendemos las relaciones entre lo privado y lo público; que ha de implicar un cambio no solo en quienes detentan el poder, sino también en la manera que se ejerce; que ha de superar un orden cultural en el que nosotros somos los legítimos detentadores del prestigio, la autoridad o el mérito. Y todo ello pasa por que los hombres salgamos de esa jaula que implica ser "un hombre de verdad" y dejemos de construirnos negando a las mujeres y a todo lo que tiene que ver con ellas. Me temo que tardaremos en verlo porque lo que planteo afecta al poder puro y duro - el político, el económico, el cultural - y porque el modelo económico e imperante a nivel global casa perfectamente con los intereses depredadores del patriarca.

Últimamente se habla mucho sobre la inteligencia emocional como una de las competencias más demandadas por las empresas en el futuro. ¿Es requisito también para avanzar hacia una sociedad más igualitaria?

Estoy convencido. Creo que el "hombre que deberíamos ser" pasa por la necesaria recuperación de todo ese mundo emocional al que siempre nos hemos negado por entender que era femenino. Hemos de asumir que somos seres vulnerables, y por tanto interdependientes, y que, además de racionales, nos movemos por las emociones. Tenemos que educarnos en esas herramientas. Los hombres, en general, somos discapacitados emocionalmente. Y en todo caso solemos echar mano de emociones negativas como la ira, a través de la que con frecuencia damos rienda suelta a nuestras frustraciones. Y eso genera violencia.

En el libro recuerda que ha habido mujeres que han llegado a presidir instituciones tan poco ’femeninas’ como el FMI, o grandes naciones como Alemania, Inglaterra, Argentina o Brasil. Sin embargo, no dejan de ser excepciones. ¿Cómo atajamos esto?

Pues se ataja sumando estrategias, algunas con resultados más inmediatos y otras con efectos más a medio plazo. Hay que usar acciones positivas para forzar a las instituciones a que incorporen a mujeres, de manera que haya incluso una sanción para quienes no lo respeten. Hay que cambiar la cultura política y el funcionamiento de estructuras como los partidos, los sindicatos y las organizaciones empresariales. Y, por supuesto, hay que trabajar para que se reconozca la autoridad de las mujeres. Todo ello pasa, inevitablemente, porque nosotros renunciemos a buena parte de la cuota de poder que seguimos teniendo.

¿Y cómo se enseña a perder privilegios?

Yo creo que una buena forma de enseñarnos a perder nuestros privilegios es tratar de colocarnos en el lugar de las mujeres y detectar cómo incide nuestra posición de poder en la situación de ellas. Es decir, hacer la inversión de roles y sentir de qué forma el estar nosotros en una posición cómoda hace que vosotras no lo estéis. Yo creo que la clave está en que veamos y asumamos críticamente que hay un paralelismo siempre entre nuestras posición privilegiada y la vuestra subordinada. Y, además, no estaría de más recordar que en muchos casos bajarnos de ese púlpito hará que no sintamos la presión de ser el héroe de la película y vivamos por tanto más felices, más relajados, menos presionados por lo que significa responder a las expectativas de lo que implica ser un hombre de verdad.

¿Otro paso sería comenzar por igualar el salario entre hombres y mujeres?

Claro, es que la desigualdad presente todavía en el contexto laboral es la que a su vez determina múltiples discriminaciones y, al final, la mayor vulnerabilidad de las mujeres. Ahí sí que existe una responsabilidad no solo de los empresarios, sino muy especialmente de los poderes públicos. Debería ser un objetivo prioritario en la agenda política y deberían preverse, por supuesto, sanciones para aquellos que continúen manteniendo una injusticia tan evidente.