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Niños

¿Inquieto o hiperactivo? Cuando ves que tu hijo se mueve más que los demás

En ocasiones, es difícil distinguir entre un niño con un temperamento impulsivo de otro con TDH, por lo que es necesario tener una serie de factores en cuenta antes de alarmanos

Tu hijo corre prácticamente todo el tiempo, salta allá donde ve oportunidad, le cuesta estarse quieto, no se concentra… y compruebas que lo hace en una medida desproporcionada en relación a otros niños de su edad y saltan las alarmas. ¿Será hiperactivo? Efectivamente, esos síntomas de TDAH, pero hay que tener en cuenta que estos “síntomas son idénticos a los de la infancia”, como nos indica Rafa Guerrero, psicoterapeuta, profesor universitario y autor de El cerebro infantil y adolescente. “Las características de la infancia incluyen eso, una dificultad para poder focalizar, para poder estar centrado en la en la tarea, en la ficha que están haciendo en el colegio o en el partido de fútbol que están jugando con sus amigos”. Es, por tanto, “lo habitual, lo que se espera de ellos, del desarrollo cognitivo”, aun partiendo de que pueda haber unos niños con un temperamento más movido que otros; el problema aquí es la etiqueta.

 

“La etiqueta de ‘inquieto’ no nos gusta, es negativa” y puede, en consecuencia, perjudicar a la autoestima del menor e incluso provocar una preocupación innecesaria en sus padres. “En cambio, hay otras personas que ese mismo comportamiento lo describen como ‘curioso’” y ahí la percepción cambia radicalmente, a pesar de que se trate de lo mismo, de “niños que tienen una una personalidad, una manera de relacionarse con el entorno y con las personas, que es más inquieta o que es más curiosa”.

¿Cuándo hablamos de TDH?

El primer factor que debemos tener en cuenta para valorar la hiperactividad es que “no podemos hablar de TDH hasta los seis años”, subraya Rafa Guerrero. “La Asociación Americana de Pediatría dice que a partir de los cuatro años ya se puede diagnosticar”, algo en lo que el psicólogo difiere: “a los cuatro años el cerebro no está suficientemente desarrollado como para que los profesionales podamos discriminar o valorar si realmente hablamos de un niño que aún está desarrollándose a muchos niveles o hablamos de un TDH”. Habrá que esperar, por tanto, a esa edad “para poder ver si esto es algo madurativo, si es algo normal o hablamos de un de de un trastorno”.

El segundo factor es el porqué del comportamiento que muestra el niño; “habrá que tener en cuenta sus circunstancias familiares, sociales, escolares... todos los ámbitos donde se desarrolla el chiquitín, pero siempre a partir de los seis años”. El motivo es que hay muchos menores que al atravesar una serie de circunstancias, como puede ser “el acoso escolar o unos padres que se están divorciando” que supone “un verdadero caos” porque están viviendo una situación ambiental “donde hay normas, límites... y todo eso repercute en dificultad para concentrarse, genera comportamientos impulsivos e hiperactividad”. Efectivamente, el menor cumpliría con los síntomas “pero es que estos síntomas o estas consecuencias aparecen no como un trastorno del neurodesarrollo, que eso es lo que es el TDH, sino que aparecen como una consecuencia ambiental diferente”. Por eso, Guerrero insiste: “no podemos diagnosticar el TDH en base a los síntomas, hay que diagnosticarlo en base a la raíz” del problema.

Boy running and jumping over sand dune on beach vacation©iStockimages

Sobrediagnóstico

No tener en cuenta esos factores ha provocado un sobrediagnóstico en TDAH, especialmente a raíz de la pandemia, del que Rafa Guerrero lleva tiempo alertando por las graves consecuencias que puede tener en el desarrollo de los niños mal diagnosticados. “Es como si le damos unas muletas a alguien que no las necesita”, pone como ejemplo. “Esto ya lo decía María Montessori, que cualquier ayuda que sea innecesaria para un niño va a ser un obstáculo para su desarrollo”.

“Nosotros como adultos, maestros, madres, padres, psicólogos, pediatras..., lo que tenemos que hacer es atender las necesidades de los niños”. Para ello, Guerrero lo compara también con un niño diagnosticado como invidente cuando sí ve: “a lo mejor llega un punto en el cual el niño llega a creer que no es capaz de ver o que no ve”. “Por eso es tan importante evaluar de una manera completa y de manera exhaustiva; es decir, no no vale una evaluación de cinco, de diez o de 20 minutos, como se están haciendo ya” en muchos casos.

¿Qué hacer ante la duda?

Todo esto no implica que aquellos padres que vean un comportamiento especialmente impulsivo en su hijo no acudan a un profesional. “En el caso de que veamos algo que se salga de lo normal o que ya lleve un tiempo muy nervioso o la profesora ya nos ha citado una tutoría y nos ha dicho que lleva desde que ha iniciado el curso, en septiembre, y sigue sin percatarse y muy inquieto”, puede indicarnos “que algo puede estar pasando”. La cuestión es “¿el qué?”. Eso es precisamente lo que hay que averiguar. “Yo siempre digo que los los papás, cuando tengan alguna duda, que consulten con los médicos o con los profesionales de la salud mental”. Es necesario perder el miedo o el tabú que pueda implicar porque son ellos, en definitiva, quienes pueden dar respuesta a nuestras inquietudes como padres.