Almudena de Arteaga, duquesa del Infantado: ‘En la nobleza hay machismo y lo he sentido. Pero las cosas están cambiando’

La novelista lleva veinticinco años contando historias de mujeres que han revolucionado a la aristocracia española. En ‘La virreina criolla’, narra la vida de Felicitas de Saint-Maxent, la exótica heredera americana que se convirtió en virreina de Nueva España

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Almudena de Arteaga, XX duquesa del Infantado, lleva veinticinco años escribiendo novelas históricas sobre mujeres que han revolucionado a la aristocracia española. Su primera obra, publicada en 1997, se centró en una antepasado suyo, Ana Hurtado de Mendoza, princesa de Éboli, que acabó sus días en prisión por orden de Felipe II. Desde aquel éxito editorial, De Arteaga ha escrito sobre Eugenia de Montijo, Juana la Beltraneja, María de Molina… Ahora, acaba de publicar La virreina criolla (HarperCollins), la fascinante historia de Felicitas de Saint-Maxent, la rica heredera americana que se casó con Bernardo de Gálvez y se convirtió en virreina de Nueva España en 1785.

Almudena de Arteaga H+©Fernando Junco
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“Me interesan las historias de mujeres que lo tuvieron todo y que perdieron todo”, explica la autora en conversación con ¡HOLA!. Felicitas, la protagonista de su nueva novela, pertenecía a la familia más adinerada de Nueva Orleans. Viuda ya a los diecinueve, se casó en 1777 con De Gálvez, sobrino del secretario de Indias, con el que tuvo dos hijas y un hijo. Tras fallecer su marido, en 1786, siendo virrey de Nueva España, se trasladó a Madrid, donde se hizo célebre como anfitriona de tertulias en las que participaban literatos y políticos como Aranda, Cabarrús o Jovellanos. Carlos IV terminó desterrándola por sus ideas modernas y ilustradas, acusándola de “afrancesada”.

Al igual que sus personajes, Almudena de Arteaga es un mujer que ha hecho historia. Tras la aprobación de la ley de igualdad del hombre y la mujer en el orden de sucesión de los títulos nobiliarios, en 2006, se convirtió en la principal heredera de la Casa del Infantado, una de las más antiguas de la nobleza española. La escritora, en condición de hija primogénita, desplazó a su hermano Íñigo, quien hasta hacía unos años, como primogénito de entre los varones, estaba llamado a ser el XX duque. En 2018 la aristócrata se convirtió legalmente en duquesa del Infantado y heredó otros cinco títulos nobiliarios. Sin embargo, su título favorito es el de “reina de la novela histórica”.

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-Una vez más nos descubre a una mujer desconocida, Felicitas de Saint-Maxent, la virreina criolla. ¿Cómo llegó hasta este personaje?

-Buscaba escribir la historia de una mujer que englobase a toda una generación de mujeres. Felicitas es un personaje real que vivió muchas cosas: el Nueva Orleans colonial, la pelea de los españoles contra los piratas del Caribe, el virreinato de Nueva España, la Revolución Francesa… Cuando quedó viuda, Felicitas hizo una promesa a su marido, el virrey Bernando de Gálvez, y la cumplió. Teniéndolo todo en Estados Unidos y Sudamérica, decidió coger a todos sus hijos y venir a España. Hizo el “tornaviaje” al revés de lo que estaba haciendo todo el mundo en esa época. En ese momento, los europeos estaban viajando a América en busca de oportunidades. Ella hizo lo contrario. Y al llegar a España, revolucionó la sociedad montando tertulias y salones literarios y políticos. Era rica, pero llegó a ser desterrada por sus ideas ilustradas y afrancesadas. Lo perdió todo.

-Ahora, la época del virreinato está siendo revisada por los historiadores. ¿España se portó bien con sus colonias?

-Yo lo quiero dejar muy claro. Los virreinatos no eran colonias, eran provincias de España. Todos los que vivían en esos virreinatos eran españoles. Este revisionismo que estamos haciendo los españoles es una trampa. En Norteamérica sí que había colonos, no eran ingleses. Pero desde el siglo XVI, todos los habitantes de los virreinatos españoles tenían los mismos derechos que los ciudadanos que vivían en España. Aquel que vivía en los territorios de México o Argentina era tan español como el que vivía en Guadalajara, Sevilla o Madrid. No teníamos esclavos.

“Cristina, la duquesa de Arcos, es muy amiga mía. Yo soy consejera de la Diputación. Las cosas están cambiando, indudablemente. En las Ordenes de Caballería ya se está pidiendo que entren mujeres. Los últimos reductos de hombres están cayendo”

-Felicitas era una mujer criolla, exótica, de mundo. ¿Cómo fue recibida en Madrid?

-Su familia política, los Gálvez, era muy poderosa en España. Ella viene a nuestro país a heredar a su marido, y se encuentra con los Gálvez, que no se esperaban que “la criolla” se llevara parte del dinero. Ahí empieza a tener problemas con algunos de sus propios parientes. Su exotismo impactó en la corte madrileña.

-¿Fue una adelantada a su época?

-Indudablemente, porque fue contracorriente y no temía a nada. Lo tenía todo, material e intelectualmente. Conoció a Alejandro Malaspina, al naturalista Humboldt… Llegó a una ciudad casi desconocida y rehizo su vida en Madrid.

-Fue perseguida por sus ideas. ¿Cree que si hubiera sido hombre, la historia habría sido diferente?

-Ella apoyó incondicionalmente a Francisco Cabarrús, que en ese momento estaba siendo perseguido por la corte de Carlos IV. Felicitas fue cabeza de turco. Cabarrús y otros tantos fueron desterrados, pero volvieron antes que ella. Ella lo pasó peor. Quizá por ser mujer, no se pudo defender tan bien como hubiese querido.

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-Y murió poco después del destierro…

-De la noche a la mañana le quitaron todo. Se tuvo que ir de Madrid con lo puesto. Tuvo que dejar su casa con todo. Incluso tuvo que separarse de su hijo, al que la corte envió a un colegio militar. Todo eso le pasó factura. Sufrió mucho. Durante el destierro, estuvo muy enferma. Piensa que era una mujer del Caribe, enviada al frío invierno de Valladolid.

-Usted, al igual que sus heroínas, ha hecho historia. Es la cuarta duquesa del Infantado. En su momento fue una revolución. ¿Cómo lo recuerda?

-Cuando cambió la ley, en 2006, yo no entendía nada. Yo adoraba a mi hermano Iñigo, íbamos de la mano a todas partes, pero entonces tuve un desencuentro con él. Luego, Iñigo se nos fue. Fue una revolución, muchas mujeres habían luchado por ello. Natalia Figueroa, que luchó mucho y abrió brecha, se quedó sin su título. Yo tuve más suerte. Siempre estaré muy agradecida con Natalia por todo lo que hizo por todas las demás.

-Ahora hay una mujer al mando de la Diputación de la Grandeza de España, el organismo que agrupa a los nobles con títulos. ¿Están cambiando las cosas?

-Cristina, la duquesa de Arcos, es muy amiga mía. Yo soy consejera de la Diputación. Las cosas están cambiando, indudablemente. En las Ordenes de Caballería ya se está pidiendo que entren mujeres. Los últimos reductos de hombres están cayendo.

-¿Hay machismo en la nobleza?

-Hay machismo y yo lo he sentido. Mi padre era un firme defensor del “antiguo régimen”, no del nuevo. He sentido plenamente el machismo y todo el que me conoce, lo sabe. Afortunadamente, lo he superado. Las cosas están cambiando, para las mujeres nobles también.

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-La siguiente duquesa también será mujer, porque usted solo tiene hijas mujeres.

-Tengo dos hijas mujeres y mi nieta mayor también es mujer. Afortunadamente, las próximas duquesas del Infantado serán mujeres por derecho propio.

-Antes, los reyes de España tenían corte. ¿Los nobles echan de menos esa proximidad o intimidad con los monarcas?

-Yo hablo por mí misma, pero cada uno tiene sus propias ideas. Soy monárquica y estoy muy orgullosa de serlo. Tenemos unos reyes fantásticos, que luchan por España. Todos los días se levantan y luchan exclusivamente por nuestro país. No concibo una república. Mis abuelos vivieron en una república y ayudaron mucho a Don Juan Durante en el exilio.

-Entonces, ¿los nobles no añoran la corte?

-No, para nada. Ni el rey vive metido en una corte, ni los nobles vivimos metidos en palacio. Todos somos muy normales, la inmensa mayoría trabajamos. Ya no conozco a ningún noble que no tenga que trabajar. Creo que ahora hay más cortesanos en La Moncloa que en Palacio.