¿Imperfecciones humanas?: la perfección de la Naturaleza

Yul Brynner, Audrey Hepburn, Kate Moss, J. Lo o Gisele Bundchen convirtieron el 'pero' en la clave de su éxito

Por Martín Álvarez C.

La perfección fuera del canon existe. En el tiempo en el que los caballeros las preferían rubias (y tentadoras) como Marilyn Monroe, lo demostró Audrey Hepburn, una cara con ángel, pero morena (y sutil); en el tiempo en el que los galanes de Hollywood gastaban sombrero de ala ancha de medio lado y pelo engominado del tipo de Cary Grant, lo demostró Yul Brynner, un magnífico con rasgos exóticos, pero de frente más que despejada. La hemeroteca no engaña. Son tan sólo dos de todos los ejemplos que han convertido el pero del momento en la clave de su éxito por siempre jamás. La lista es larga… Aunque hoy, con tantos avances para corregirse, cambiarse y homogeneizarse, se tome por salida la huida de la mirada crítica (propia y ajena) y cueste más que nunca ser (y tolerarse como) un fuera de serie. Los últimos casos de estrellas-muy-queridas-y-admiradas-tal-y-como-son (o tal y como eran) han estallado en la red con una virulenta reacción a los supuestos retoques de alguno de sus rasgos característicos y distintivos. Última prueba de que las imperfecciones humanas son la perfección de la Naturaleza.

Miradas de misterio

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Por una mirada... un mundo. El verso no especifica ni color (verdes, azules, negros o marrones); ni tamaño (grandes o pequeños); ni otras características (jóvenes o maduros, más o menos almendrados, profundos o misteriosos...). Pero es que Gustavo Adolfo Bécquer era un romántico, y nosotros... no. Hoy un párpado caído (de envejecimiento o de nacimiento, lo mismo da) tiene el desprecio ganado en cada miradita de reojo al espejo; tiene la guerra declarada por un ejército rival de féminas y por la armada invencible de expertos en belleza, y tiene los días contados a pinchazo de jeringa botoxiana y corte de bisturí.

Sin embargo, hubo quienes hicieron de su caída de párpado, la caída de los prejuicios estéticos: su particular mirada Acero Zoolander. James Dean (arriba a la izquierda de la imagen), un icono gigante del séptimo arte, deba tal vez su leyenda de rebelde sin causa precisamente a unos ojos que escondían más que enseñaban, a unos ojos que se resistían a confesarse, pero que invitaban a indagar el misterio; Kate Moss (abajo a la izquierda), top de altura hoy, acaso sin dar la talla en otro tiempo, tocó techo y derrocó a las mismísimas reinas de las pasarelas de los noventa, de obvia belleza, instaurando el nuevo reinado del encanto de la insinuación; y la oscarizada Renée Zelwegger (a la derecha), luceros de la gran pantalla (¿quién podría desear otra Renée distinta a nuestra Renée?), son algunos ejemplos.

Pero puestos a apropiarse de las miradas verdaderamente más alucinantes, por qué no copiar (o aspirar al menos) las pupilas del citado Bécquer en su visión del mundo, del renacentista Miguel Ángel en su clarividencia artística, del físico Albert Einstein en sus teorías visionarias, de la embajadora de Unicef Audrey Hepburn en su mirar a África o de la beata Teresa de Calcuta en su continuo discurrir en contemplación de los más necesitados. Envidiables de verdad porque vieron y porque miraron; por cómo vieron y por cómo miraron.

Con dos tres narices

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Érase que no se era un hombre (o una mujer) a una nariz pegado. Parafraseando a Quevedo, sí hay narices superlativas, pero acordes a unos ojos y unos labios superlativos como en el caso de Sofía Loren (arriba a la derecha de la imagen); sí las hay pensativas, pero es que la reflexión forja el carácter del individuo y del rostro como a la recordada Farrah Fawcett (izquierda); sí las hay frisonas, pero es que la Creación siempre firma grandilocuente como en Owen Wilson (abajo derecha). El apéndice (mayúsculo o no) se llena de aire de vida... y del aroma del ser amado; es foco de atracción (por encima de atributos)... y de la personalidad, y alerta en estado de necesidad. Porque hay ocasiones en las que hay que echar narices.

El frescor de la Naturaleza

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Ni ayer… ni mañana… El mejor día es hoy. Sin que la edad importe. Lo mismo a los veinte que a los sesenta puede suceder el mayor éxito de la vida; lo mismo en la juventud temprana que en la madurez tardía se puede estar guapa a rabiar. A la actriz británica Helen Mirren (izquierda de la imagen y en la galería de joven), tras una larga trayectoria cinematográfica de casi cuatro décadas, le llegó el codiciado Oscar en 2006, nada menos que con sesenta y un años, por su papel protagonista en The Queen y, desde entonces, otros tantos premios y nominaciones siguen sumándose a su palmarés. Pero no sólo derrocha talento a sus ya setenta, también una luz, una sensualidad... El frescor de la Naturaleza. Ese no sé qué inimitable que posee la armonía sin aditivos ni conservantes. La actriz sueca Alicia Vikander (arriba derecha), oscarizada por La chica danesa, desprende su esencia en flor, como nuestra Fiona Ferrer (abajo derecha y de cuerpo entero en la galería), modelo, empresaria, escritora... y bloguera de HOLA.com, que tiene en mayor estima de todos otro triunfo: ser donante de médula a su madre. Rasgo de una belleza reversible, un interior y un exterior que impactan indistintamente.

Que vienen curvas

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Jennifer López (sobre estas líneas) hizo del vulgaris pandero la excelencia: el señor Culo. Y así, a golpe de cadera en la mejor estima, quitó de una sentada el peso del complejo a muchas mujeres. Caderazas y culamen, otrora tan denostados, se revalorizaron en curvas. Le siguieron el contoneo Beyoncé, Sofía Vergara o Maria Menounos (en la galería fotográfica), que abrieron baile a Adele y Meghan Trainor, grandes del mundo de la música. Pero la tímida aceptación de las formas sinuosas desembocó en frenético delirio. Algunas vieron su ideal en el pompi en boga y engrosaron sin mesura el suyo propio. No una talla, ni dos, sino siete u ocho hasta proporciones... incómodas. Afortunadamente algunas otras no danzan al vaivén de las modas y permanecen en su sitio, sin cruzar el paso al otro lado, fieles a sí mismas y genuinas, como Keira Knightley, Sienna Miller u Olivia Palermo (bajo estas líneas), nuevas Audrey del siglo XXI.

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Melenas candentes

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La melena de color fuego está candente gracias a bellezas como Nicole Kidman (arriba a la izquierda de la imagen), Amy Adams (abajo a la izquierda), Lily Cole y Jessica Chastain (derecha), pero no siempre fue así. Las mujeres de cabellera cobriza eran consideradas brujas, mujeres perversas y amigas de lo oscuro en la mitología griega. Algunas divas del cine en tiempos del technicolor, como Rita Hayworth o Maureen O’Hara, que encarnan a la perfección el prototipo (exóticas, atractivas y pasionales), le dieron su oportunidad y escribieron al rojo vivo su leyenda. Lo cierto es que son pocas las pelirrojas naturales (la mayoría se concentran en Escocia) y aún son menos las que perduran conservando su color sin sucumbir a la tentación del rubio. Pero, afortunadamente, haberlas... haylas.

Sin pelo (de tonto)

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Brillan las ideas en las cabezas de Bruce Willis (abajo a la izquierda), de Dwayne La Roca Johnson (abajo a la derecha) y de muchos otros hombres que en el otoño de sus vidas (o antes incluso) se enfrentan con el mejor talante a la caída del pelo. Combatir el sentimiento de pérdida sea tal vez la batalla más difícil de todas, pero la victoria de Yul Brynner (arriba) es inspiradora y hoy un regimiento de famosos y de no famosos se alistan a su rape forzoso demostrando que no tienen pelo... de tontos. Ellos y otros, con más o menos cabello, con más o menos edad, con más o menos kilos, con más o menos nariz..., estiran los márgenes del canon a su medida y evidencian la perfección de la Naturaleza. Quien quiera, puede. Abrir la revista ¡HOLA! es un buen ejercicio para descubrir, aceptar, admirar la excelencia en los demás. Cuestión de cultura.