Eduardo Chillida se sintió atraído por este lugar (en euskera, leku) del barrio Jauregui de Hernani, a solo unos kilómetros de San Sebastián cuando buscaba en los años 80 un hogar para sus voluminosas obras. El espacio abierto y bien comunicado le pareció perfecto para que ‘maduraran’. Pese a estar en ruinas, se enamoró también de su viejo caserío, arraigado a la finca desde hace 500 años. El mismo arraigo que él sentía por sus orígenes. “Mi aitona (abuelo) decía que era como un árbol, con las raíces en su tierra y los brazos abiertos al mundo”.
En Chillida Leku el artista trabajó los útimos 20 años de su vida, ahora es su hijo Luis, su nieto Mikel y otros miembros de la familia, junto a la prestigiosa galería suiza Hauser & Wirth, los encargados de su gestión. Son 11 hectáreas de jardín por las que se diseminan 40 obras de gran formato integradas en el paisaje. Algunas están plantadas en la campa, otras escondidas entre los bosques de hayas, robles y magnolios. “La obra forma parte de la naturaleza, la rodea y la hace viva”, dice Mikel.