El verdadero paraíso canario está en Isla de Lobos

Al norte de Fuerteventura, la pequeña isla que emerge de las aguas del Atlántico demuestra que hay más paraísos dentro del paraíso. Caminar o recorrer en bicicleta sus senderos salvajes, ascender a un volcán para disfrutar de magníficas panorámicas o bañarse en las aguas más extraordinarias del archipiélago canario son algunas propuestas para disfrutar de este tesoro natural.

Por ELENA ORTEGA

Llamada Isla de Lobos por las focas monje o lobos marinos que la habitaron durante siglos, este edén de 4,5 kilómetros cuadrados de superficie volcánica aglutina gran riqueza natural, con más de 100 especies vegetales, otras tantas marinas y distintos tipos de aves. De las focas monje ya no queda rastro, fueron reducidas por los pescadores, pues debido a sus necesidades alimentarias, unos 50 kilogramos de pescado al día, reducían los recursos marinos de la zona. Aunque se plantea su reintroducción, actualmente la única presencia de estos mamíferos es en forma de esculturas que dan la bienvenida a la isla. Junto a ellas, también recibe a los visitantes el busto de la escritora Josefina Plá, nacida aquí a principios del siglo XX.

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Situada en el estrecho de la Bocaina, que separa Fuerteventura de Lanzarote, y dominada por volcanes, la isla fue nombrada Parque Natural en 1982, hecho que la liberó de proyectos urbanísticos conservándola tan agreste como mágica. Y el centro de visitantes es la introducción idónea a la Canarias más indómita.

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CÓMO LLEGAR A ISLA DE LOBOS

Desde el puerto de Corralejo parten, varias veces al día, los barcos que la comunican con Fuerteventura en aproximadamente 20 minutos de brisa oceánica. En 2019 se impuso un cupo de 400 visitantes al día para reducir el impacto turístico, por lo que para acceder a ella habrá que obtener un permiso previamente (lobospass.com/welcome). Las propias compañías que navegan hasta Lobos también se encargan de gestionar dicho permiso al realizar la compra del billete.

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Las extensas dunas de Corralejo acompañan durante el trayecto en barco y, una vez en Lobos, se magnifican. Surfistas y pequeñas embarcaciones comparten olas en la entrada al puerto. Tampoco faltan buceadores atraídos por la gran calidad de los fondos marinos del estrecho, con una profundidad que no supera los 30 metros.

EL PUERTITO

A cinco minutos a pie, El Puertito es el único punto salpicado por unas pocas casas de pescadores que se mimetizan con el paisaje. Una de ellas acoge un pequeño restaurante regentado por los descendientes del último farero de la isla. De sus paredes cuelgan fotografías antiguas que se combinan con fabulosas vistas al mar. No hay más restaurantes en Lobos, por lo que aquellos que no lleven comida desde Fuerteventura, deberán reservar menú y hora nada más bajar del barco si quieren hacerse con alguna de sus codiciadas mesas.

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Frente a él, una pasarela de madera flota sobre las aguas transparentes de la que seguramente es la piscina natural más especial del archipiélago. Desde ella, algunos se zambullen en sus aguas turquesa de ensueño, mientras que otros desenfundan sus cámaras para hacerse con la imagen más capturada de la isla. Los brazos de piedra volcánica acarician las tranquilas aguas dibujando diminutas playas en las que continuar disfrutando, por medio del snorkel, de la vida marina.

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EN BICI POR LA ISLA

Después de un refrescante chapuzón, es el momento de explorar Isla de Lobos. Una buena forma de hacerlo es alquilando una bicicleta en Corralejo (es.fuertebike00.com) y viajando con ella en el barco. A pie, es posible recorrerla en unas dos horas. La ruta es circular y muy sencilla, ya que apenas hay pendientes. Transcurre entre arena volcánica y campos de lava adornados por las aulagas (una especie de arbusto) que tanto definen el paisaje majorero.

La primera parada del recorrido es el saladar de Las Lagunitas, un ecosistema costero de alto valor biológico y gran calidad para aves migratorias como el chorlitejo patinegro o el pardillo común. También se encuentran en él especies vegetales, entre las que se distinguen la lengua de pájaro, el balancón, la uvilla de mar o la siempreviva Limonium ovalifolium, endémicas de la isla y restringidas a esta área debido a su necesidad de lugares encharcados y suelos arenosos.

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Una sucesión de colinas desnudas guía hacia la Caldera de la Montaña, el cono volcánico de 127 metros de altura cuyo proceso eruptivo comenzó durante el Pleistoceno, hace 50.000 años. Desde su cima se divisa toda el islote, una pequeña parte de Fuerteventura y la costa sur de Lanzarote.

EL FARO DE MARTIÑO

Antes de ascender a él es aconsejable coger fuerzas con un pícnic improvisado a la sombra del faro de Martiño, en el extremo norte del islote. El faro se inauguró en 1865 y su último habitante, hasta 1968, fue Antonio Hernández, más conocido entre los locales como Antoñito el Farero. La poetisa Josefina Plá y el periodista y escritor José Rial Vázquez fueron otros de los personajes célebres que vivieron en esta torre de luz.

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De regreso hacia el sur, toca relajarse en la playa de la Calera, también conocida como playa de la Concha. Con forma de medialuna, arenas tostadas y aguas cristalinas, es el segundo mejor lugar de la isla para bañarse y descansar. Muy próximas quedan las salinas del Marrajo, construidas en los años 50 para obtener la sal de forma natural por medio de la vaporización del agua marina, pero que nunca llegaron a funcionar.

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El recorrido regresa al puerto, pero si sobra algún minuto más es recomendable volver a El Puertito para despedirse de la estampa más bonita de la hermana pequeña de Fuerteventura.