HUELVA

Isla Cristina, un verano a remojo en la costa de Huelva

Es llegar el periodo estival y que nuestras mentes fantaseen con el litoral onubense. Con sus infinitas playas de arenas blancas, sus arraigadas tradiciones pesqueras, su gastronomía con sabor a mar y esa luz intensa, única, que la hace tan especial. ¿Qué tal si nos refrescamos en sus aguas mientras descubrimos sus encantos?

Por Cristina Fernández

Apodada «el paraíso de la luz», la provincia de Huelva, cuyo vínculo con el mar va mucho más allá de su gran tradición pesquera, presume de ser la que más kilómetros de costa virgen posee de toda Andalucía. Durante el verano, su infinito litoral de arena fina y dorada y sus cristalinas aguas se convierten en el paisaje idóneo para la práctica de actividades al aire libre, pero también para el relax y el disfrute de los placeres más mundanos.

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Muy cerca de donde la costa onubense llega a rozar las playas de la vecina Portugal, nos encontramos con Isla Cristina, una de sus localidades más auténticas. Es normal que al pasear por sus callejuelas y perdernos por su centro urbano nos sintamos atrapados por ese ambiente marinero, tan especial, que se respira. El paisaje colorido de las embarcaciones de artes menores fondeadas a lo largo de la ría Carreras también influye: la postal es de las de no olvidar.

Precisamente es esta ría salada que se alimenta del Atlántico y que da forma al casco urbano la que nos conduce, en su desembocadura, hasta el puerto pesquero que, con más de 250 barcos, es el primero de Andalucía de pescado fresco. Un enclave que escogemos para comenzar nuestra particular visita a la localidad, pues aquí se hallan sus raíces. Aquí está la verdadera Huelva.

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DE SUBASTAS Y PESCA EN ALTA MAR

A la lonja de Isla Cristina, situada junto al puerto, hay que llegar puntual. A las cuatro de la tarde se convierte en una fiesta. La actividad es frenética. Los barcos de arrastre regresan uno a uno tras una larga jornada de faena en el mar y las cajas en las que se almacena el género bien fresco recién capturado son descargadas por decenas.

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Aprovechamos para dar un paseo entre redes y aparejos junto al muelle, donde las gaviotas sobrevuelan nuestras cabezas dispuestas a capturar aquellos restos que queden descartados. Charlamos con algún pescador veterano que, sentado en el suelo, se esmera en reparar las redes, mientras el trabajo no cesa a nuestro alrededor. Alcanzamos así la lonja, donde el trasiego es aún mayor, y no es de extrañar, es la que más pescado subasta de toda Andalucía, y la segunda de España tras Vigo. ¿Hablamos de cantidades? 10.000 toneladas de pescado salen de Isla Cristina cada año.

Seguir indagando en esta tradición marinera es bien fácil. La oferta de actividades es tan amplia que no sabremos por dónde empezar. Una buena opción siempre es la de conocer de cerca el mar, así que en el puerto deportivo de Isla Cristina nos lanzamos a la aventura junto a Paco, de The Tattoo Fisher (thetattoofisher.com), con quien subimos a bordo de su barco para ir mar adentro. Con él, a unas cuatro millas de la costa y fondeados en una zona tranquila, nos introducimos en el arte de la pesca ligera, aprendiendo todos los detalles sobre el manejo de la caña, los señuelos y la manera de conseguir que la jornada acabe con éxito. El festín más exquisito, a base de pescado fresco dependerá de nuestra pericia y de, muy importante, ¡nuestra paciencia!

¿Y cuál es la razón de esta fuerte tradición marinera, que lleva tantos años conformando la fuente de ingresos más importante de la zona? Pues su gran riqueza medioambiental y el fitoplancton que enriquece sus aguas, alimento esencial para todos esos peces que habitan la zona.

Si la experiencia nos ha sabido a poco, de vuelta al puerto deportivo cambiamos nuestro barco por una de las pequeñas embarcaciones de Excursiones Marítimas Isleñas (excursionesenbarco.es) y zarpamos de nuevo, en esta ocasión para descubrir otro de los ecosistemas con los que cuenta la zona: el Paraje Natural Marismas de Isla Cristina.

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Y aquí un inciso informativo. Las marismas se originaron tras el terremoto de Lisboa de 1755, cuando toda esta zona emergió del mar. Desde entonces, navegar o marisquear por la ría Carrera, que se adentra en la tierra con mayor o menor efecto dependiendo de las mareas –que por estos lares, por cierto, varían cada seis horas–, es una de las actividades más comunes. El paisaje muta dando lugar a lenguas de arena en las que se crían todo tipo de delicias del mar que, unas horas más tarde, cataremos a la mesa de algún restaurante local. ¿Lo mejor de la experiencia? La tapita de gambas blancas de Huelva y vino del Condado con la que finaliza la excursión.

¿UN POCO DE PLAYA?

Ya iba siendo hora de darse el remojón de turno, que si de algo puede presumir Isla Cristina, es de sol, que por aquí brilla una media de 3000 horas al año, ¡y de playas! Y lo mejor es que las hay para todos los gustos, desde familiares, en las que a la sombrilla y la sillita acompañan normalmente nevera, mesa plegable y un menú gastronómico para la ocasión, a más turísticas e incluso, casi solitarias.

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De sus 13 kilómetros divididos en 12 playas destacan la playa Central, de las más populares, que goza de todo tipo de servicios como duchas o casetas, o la del Hoyo. En ambas es fácil toparse con uno de los reptiles más comunes en la zona, el camaleón. Sin embargo, quizás el vuelta y vuelta y el refrescón en las frías aguas atlánticas apetezca en rincones algo más vírgenes. Entonces, propuestas como la playa del Parque Litoral, la de las Gaviotas o la de Punta del Caimán, serán un acierto. Rodeados de pura naturaleza, y con la brisa marina como acompañante, la jornada playera se tornará una experiencia para repetir hasta el infinito.

La playa de Urbasur, la de Redondela o la del Hoyo también son buenas alternativas, hasta llegar a las amadas arenas de Islantilla, a medio camino entre Lepe e Isla Cristina. No hay duda, el paraíso onubense, se halla aquí.

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Eso sí, para los más aventureros, la oferta se multiplica. Porque los inmensos arenales de Isla Cristina son el escenario perfecto para el aprendizaje y la práctica de deportes de viento y agua como kitesurf, windsurf o paddle sup. Para quienes tienen ganas de aventurarse y probar, las escuelas de vela de la zona ofertan innumerables cursos y actividades durante todo el año. Entre ellas, Wind Zone (windzone.es) y Waterproof Kite Club (waterproofkiteschool.com).

PARADA Y FONDA

Siempre se ha dicho que la playa da hambre, y a esto hay que ponerle remedio. ¿Dónde y qué comer en esta localidad pesquera por antonomasia? La lista de propuestas es infinita. Un clásico de la zona es el restaurante La Sal (Flores, 13), en pleno corazón de Isla Cristina, donde el producto local es el gran protagonista. Este negocio de corte tradicional hará que la boca se nos haga agua con tan solo traspasar sus puertas. ¿En la carta? Clásicos onubenses como las coquinas, las almejas, las gambas… ¡y el pulpo!, que en sus fogones se cocinan hasta de 14 maneras diferentes. Toca comerse el mar a bocaditos.

Otra opción la encontramos en Doña Lola, en un edificio junto a la Ría Carreras conocido como Espacio Capitana (espaciocapitana.com). Aquí la apuesta es más vanguardista, pero los sabores continúan siendo los de siempre, su tataki de atún rojo, el aguachile de corvina salvaje o cualquiera de sus arroces harán nuestras delicias. Y, de postre, no hay duda: el disfrute de una de las puestas de sol más bellas de la zona.

DESPEDIDA CON SABOR A SAL

Antes de poner salir de Isla Cristina, puede ser buena idea perdernos por sus callejuelas, esas en las que la esencia del sur se nota, se palpa y se contagia. En ellas nos encontramos con uno de los puntos clave de su patrimonio arquitectónico, la fachada blanca impoluta de la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, que nos tienta a adentrarnos en su interior y contemplar de cerca tallas como la de la Virgen de la Soledad.

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Desperdigados por el núcleo urbano, además, un buen puñado de edificios de corte modernista lucen deslumbrantes. Uno de ellos, Casa Gildiga, es una reconstrucción del 89 idéntica al original. Levantado en 1931, sus hermosos ventanales y balconadas llaman nuestra atención. Como también lo hace otro imperdible: la Casa de Don Justo, de 1927, que se encuentra en el Paseo de las Flores y luce sus relucientes azulejos que dejan intuir su autoría, el sevillano Aníbal González estuvo detrás.

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Y ahora sí, ponemos rumbo a las marismas de Isla Cristina, aunque esta vez, por tierra. ¿Qué mejor manera de recorrer este peculiar ecosistema que hacerlo a nuestro ritmo, descubriendo los detalles de su formación y de la flora y fauna que lo habitan? Abocetas, garcetas, garzas reales e incluso flamencos saldrán a nuestro encuentro mientras alcanzamos nuestra última parada: las Salinas del Alemán (salinasdelaleman.es), una histórica empresa salinera capitaneada en la actualidad por Manuela Gómez.

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Accesible en visitas guiadas, estas incluyen una ruta por el complejo para conocer los detalles del proceso de producción –que en verano, además, se encuentra a a pleno rendimiento–, y pueden completarse con otra experiencia más, la de disfrutar de un baño de magnesio y barro en sus piscinas naturales. No se nos ocurre mejor final para nuestro periplo onubense.

Para rematar, eso sí, una parada en su tienda   gourmet  será esencial. Entre sus variedades de sal –flor de sal, flor de escamas y flor salina natural– llenaremos la despensa del producto más exquisito, el que nace de la tierra de Isla Cristina.

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PARA DORMIR

Isla Cristina cuenta con una oferta de alojamiento de lo más variada que abarca desde resorts a glampings en los que disfrutar de la naturaleza de primera mano. Entre los primeros se halla el Occidental Isla Cristina (barcelo.com), en primera línea de playa, a la que se accede tras atravesar una pequeña zona natural protegida. Si se apuesta por el glamping,  Kampaoh Isla Cristina (kampaoh.com) no solo cuenta con coquetas tiendas de estilo tipi totalmente equipadas, también posee unas nuevas tiendas construidas en bambú procedente de Indonesia. Solo por refrescarnos en su ducha libanesa, de techo abierto, tras un largo día de playa, ya merecerá la pena la experiencia.

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