Las 'Mesdames' de Francia

Por hola.com

Entre los personajes más peculiares de la Familia Borbón, concretamente de su rama francesa, se encuentran tres mujeres, hijas del rey Luis XV (1710-1774) y de la princesa polaca María Leszczyńska (1703-1768), que nunca contraerían matrimonio y que pasarían a ser conocidas popularmente como las Mesdames (‘Las señoras’, en su traducción al castellano) de Francia. Se trata de las princesas Adelaida (1732-1800), Victoria (1733-1799) y Sofía (1734-1782). Algunas fuentes añaden igualmente a dos hermanas más, las princesas Enriqueta (1727-1752) y Luisa (1737-1787), si bien la trayectoria de ambas es totalmente diferente a la de las otras tres: la primera, la niña de los ojos de su padre, al morir prematuramente con apenas veinticinco años tuvo poco tiempo para decidir si quería llevar vida de soltera o casar, mientras que la segunda, la benjamina de la familia, tomaría los hábitos y seguiría así su vocación religiosa. Según la leyenda las tres Mesdames nunca se decidirían a ir al altar por el respeto y orgullo que sentían por la dinastía de los Borbones, que les imposibilitaba renunciar a su apellido a favor del de un hipotético marido. Esta semana repasamos pues la vida de las tres princesas solteras que pasarían a la Historia como las Mesdames de la Corte de Versalles.

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La Madame más popular, debido a su innegable belleza, fue la mayor de las tres, Madame Adelaida, quien también sería conocida como Madame Quatrième – al ser la cuarta hija de los Reyes, después de Luisa Isabel (1727-1759), futura esposa del Duque de Parma don Felipe (1720-1765), la ya mencionada Enriqueta y la no menos desafortunada Luisa (1728-1733), quien moriría en la más tierna infancia de una virulenta gripe -. Poseedora de una personalidad impactante – no pocos testigos la describirían como una mujer extremadamente enérgica y osada – no es extraño que Adelaida se convirtiera en una suerte de líder entre sus hermanas.

Adelaida sería la única de las Mesdames con claras ambiciones políticas. Por un lado, siempre buscó tener una relación cordial con su padre, al que acompañaba con frecuencia en las cacerías y con el que no era raro que discutiera de asuntos de Estado – la unión entre padre e hija era tan fuerte que las malas lenguas llegaron a insinuar una relación incestuosa -. Por otro, en una etapa ulterior de su vida, Madame Adelaida intentaría de forma sibilina convertir a la esposa de Luis XVI (1754-1793), la malograda María Antonieta (1755-1793), en una aliada dentro de la siempre compleja corte versallesca. Sin embargo, María Antonieta no se dejaría embaucar, lo que de hecho provocaría que Adelaida siempre le guardara un profundo rencor.

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A diferencia de sus hermanas, quienes cumplirían el tópico de la solterona más fielmente, es conocido que Adelaida fue una mujer deseada, pese a su en ocasiones virulento carácter. Así, hubo rumores de que habría mantenido una cierta intimidad con el Príncipe de Conti, don Luis Francisco (1734-1814) o con el apuesto príncipe alemán Francisco Javier de Sajonia (1730-1806). Sea como fuere, Madame Adelaida nunca consideraría a estos candidatos como merecedores de su mano y se mantendría soltera el resto de su vida, montando a caballo y disfrutando de su gran pasión, la música.

A diferencia de su hermana mayor, Madame Victoria destacaba por su sencillez y timidez. Durante su juventud estuvo muy unida a su madre y menos a su padre, al que no perdonaba sus infidelidades. Tampoco era de su agrado el frívolo estilo de la Corte por lo que progresivamente iría abandonando la vida pública para concentrarse en sus aficiones, como la práctica del clavecín o la jardinería, de la que era experta. De Victoria no existen datos que apunten a enamoramientos o noviazgos, aunque su nombre sonó como posible candidata a casar con Fernando VI (1713-1759), en un momento en el que se temía por la vida de la esposa de aquel, la portuguesa Bárbara de Braganza (1711-1758).

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La tercera en discordia, Madame Sofía, suele ser considerada como la menos interesante y la menos atractiva físicamente de las conocidas como las Mesdames de Francia. Mujer muy reservada – probablemente a causa de varios complejos físicos que la perseguían – y de carácter asustadizo – tenía una profunda fobia a las tormentas, en especial a los truenos, que de hecho la provocarían auténticos ataques de pánico durante toda su vida-, iría a la zaga de su hermana Adelaida, quien siempre funcionaría como una suerte de segunda madre para ella. En su caso, su vida sentimental fue completamente inexistente. Fue la que murió más joven, con 47 años, en 1782, siendo enterrada en la Basílica Real de Saint Denis.

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Con la llegada del nuevo Rey, Luis XVI, las tres hermanas habían sido autorizadas a permanecer en sus aposentos de Versalles, donde poco a poco, su carácter se iría avinagrando, convirtiéndose con el tiempo en un trío de señoras siempre malhumoradas. Entre el pueblo francés no tardarían en ser conocidas como “las tías solteronas del Rey”.

Como todos los miembros de la Familia Real francesa, para las dos Mesdames supervivientes el estallido de la Revolución supondría un auténtico terremoto en sus vidas. Atemorizadas, abandonarían junto a sus parientes el Palacio de Versalles el 6 de octubre de 1789. Las dos hermanas se instalarían provisionalmente en el Château de Bellevue, a escasos diez kilómetros de la capital gala. Una vez que la amenaza revolucionaria no dejaba de crecer, las dos Mesdames ponen rumbo a Italia en 1791. En su huida son detenidas por los revolucionarios que, después de retenerlas por algunos días en la localidad de Arnay-le-Duc, deciden dejarlas en libertad después de comprobar que eran inofensivas y que no tenían ninguna motivación política. Finalmente, agotadas y humilladas, llegarían a Roma donde se instalarían brevemente para trasladarse poco después a Nápoles, donde serían acogidas por María Carolina, hermana de María Antonieta, quien ejercía de Reina consorte en tierras napolitanas, al estar casada con Fernando I de las Dos Sicilias (1751-1825).

La vida allá discurre con cierta normalidad – aunque durante un tiempo se ven obligadas a trasladarse a Grecia por la inestabilidad política en Italia -. De regreso en tierras transalpinas, concretamente en Trieste, la salud de las dos hermanas comenzará a debilitarse a pasos agigantados. En 1799 Victoria fallecerá a causa de un cáncer de mama. Apenas un año después morirá Adelaida. No sería hasta los tiempos de la Restauración Borbónica, a partir de 1814, que sus restos mortales fueran trasladados a la Basílica de Saint-Denis, en París.