Madre con hija con dolor de tripa©AdobeStock

Psicología infantil

‘Mamá, me duele la tripa’, ¿sabes cuándo se trata de una somatización?

El malestar psicológico puede derivar y traducirse en problemas físicos también en la infancia. Dolores de cabeza o abdominales, mareos... hay muchas formas en que las somatizaciones pueden actuar.

Las somatizaciones pueden ser muy comunes tanto en la infancia como en la adolescencia. Pero no siempre se saben detectar. Detrás de ellas hay un malestar psíquico que hace que esos dolores en el plano físico aparezcan y sean totalmente reales. ¿Cómo hay que actuar frente a ellas?

Las Dras. Azucena Díez, pediatra y psiquiatra infantil y adolescente, y Cecilia Hernández, especialista en psiquiatría infantil y de la adolescencia, acaban de publicar el libro Somatizaciones en la infancia y la adolescencia (Ed. Plataforma), donde abordan el tema con profundidad. Hemos charlado con ellas.

¿Qué factores influyen para que algunos niños o adolescentes tengan somatizaciones y otros no?

En la aparición y el mantenimiento de las somatizaciones influyen múltiples factores que podríamos agrupar en tres grandes grupos: factores individuales, como la predisposición genética o determinadas formas de ser que hacen que los niños sean más propensos a presentar somatizaciones (habitualmente son más frecuentes en niños con un temperamento ansioso, perfeccionistas o con dificultades para identificar o expresar sus sentimientos), factores propios de la familia relacionados con el estilo de crianza y la comunicación familiar, y factores sociales o ambientales, situaciones que son un perfecto caldo de cultivo para que estos síntomas aparezcan.

¿De qué tipo son las somatizaciones más frecuentes que se dan entre la población infantil y juvenil?

Todos nosotros hemos vivido algún tipo de somatización. ¿Quién no ha sentido una gran tensión en el cuello después de un día de trabajo difícil? ¿Cuántas veces nos ruborizamos al sentir vergüenza o nos tiemblan las manos en una situación estresante? Estas reacciones tan habituales son la muestra de que las reacciones de nuestro cuerpo y las emociones que sentimos (cuerpo y mente) están estrechamente relacionadas. Estas situaciones, por supuesto, no son trastornos de somatización, lógicamente de ser así padeceríamos estos trastornos todos: niños y adultos.

Desde el punto de vista médico podríamos decir que hablamos de somatización cuando existen de uno o varios síntomas físicos, en ausencia de resultados anormales en las pruebas médicas (analíticas, pruebas de imagen, exploración). 

Prácticamente cualquier tipo de síntoma puede ser una somatización: dolores de cualquier tipo y localización, parálisis, debilidades extremas e incapacitantes, tos, estornudos, erupciones (enrojecimientos) en la piel, crisis epilépticas que no lo eran, vómitos que no mejoran con nada, embarazos “psicógenos”, cegueras o sorderas inexplicables, etc.

Las somatizaciones más frecuentes son los dolores, principalmente de cabeza o abdominales, y los síntomas de tipo inespecífico, como cansancio, mareo o debilidad.

Libro Somatizaciones en la infancia y la adolescencia©Plataforma Editorial

¿Cuál debe ser el abordaje de las somatizaciones en estos pacientes?

La mayoría de las somatizaciones que presentan los niños y adolescentes no requieren atención médica. Solo en ocasiones en las que los síntomas son muy intensos, duraderos en el tiempo o producen repercusiones en la vida de los niños y sus familias, suelen ser motivo de consulta.

La evaluación inicial del paciente la suele hacer el pediatra. Lo primero que hará este será preguntarnos sobre las características de los síntomas y las circunstancias en las que aparece. Además, realizará las exploraciones que considere indicadas para descartar la presencia de otra enfermedad médica subyacente. Puede ser que conociendo las características y viendo a nuestro hijo, el pediatra ya tenga la información que precisa para poder descartar otras causas y explicarnos, por tanto, que estamos ante una probable somatización. Con este proceso, es habitual que tengáis la información suficiente para que la angustia familiar desaparezca, y que paralelamente los síntomas mejoren o desaparezcan con un manejo adecuado de estos, pudiendo seguir los niños con su vida con normalidad. En otras ocasiones, será necesario realizar un tratamiento específico de la mano de especialistas de salud mental (psiquiatras, psicólogos, enfermeras, auxiliares…) y en coordinación con otros especialistas.

En todo caso, los dolores o molestias en las somatizaciones son reales...

Puede darse la desafortunada situación en la que, cuando el pediatra u otro profesional os explique lo que está pasando, utilice frases como que no se ha encontrado nada “importante” en la exploración o en las pruebas, que “a su hijo no le pasa nada”, “no está enfermo”, “se lo está inventando”. Estas afirmaciones son injustas además de no ser ciertas, ya que los síntomas son reales, y normalmente los niños y adolescentes no se los inventan, sino que los sufren, a menudo sin comprender tampoco lo que les pasa. De igual forma, como padres, también es importante que vuestros hijos sientan que no ponéis en duda lo que les pasa.

Es habitual que a las familias y a los niños les cuesta aceptar que el estrés y otros factores psicológicos puedan ser los causantes o estar contribuyendo al mantenimiento de los síntomas, o se sientan culpables por no haberlo detectado antes o responsables del estrés de sus hijos. Es importante aceptar el diagnóstico y examinar los posibles factores estresantes que están presentes para poder ayudar a vuestros hijos. Incluso en el caso en el que haya un foco “claro” de estrés en el entorno familiar (separación de los padres, nacimiento de un hermano, presencia de enfermedades, fallecimientos, alta o baja exigencia sobre los hijos, exceso o falta de atención/tiempo/cuidados, discusiones entre hermanos y otros miembros de la familia, etc.), este no sería el único factor determinante o causante de los síntomas somáticos, pero sin duda es una buena oportunidad para poder mejorar ciertas cosas a nivel familiar (estilo de comunicación, manejo y expresión de emociones, aceptación de dificultades).

En los casos en los que es necesario un tratamiento más específico, será necesaria la derivación a salud mental en la mayoría de los casos. Para muchas familias, es difícil aceptar la derivación al psiquiatra o al psicólogo cuando los síntomas de sus hijos son fundamentalmente físicos, ya que sienten que no se les cree, o tienen miedo de que no se realicen más pruebas complementarias. En estos casos el pilar fundamental del tratamiento es un programa de rehabilitación.

¿En qué consiste el programa de rehabilitación?

Podemos resumirlo de la siguiente forma: volver a la normalidad.

Pero ¿cómo puede volver a la normalidad un niño, después de meses sufriendo dolores abdominales que le han impedido ir a clase,y jugar con sus amigos? ¿Por dónde empezar? ¿Y en el caso de una adolescente con desmayos a la hora del recreo? ¿Cómo va a caminar mi hija, si tras meses de debilidad ahora no tiene fuerza en las piernas? Es evidente, que el camino para “volver a la normalidad” puede no ser fácil.

Este programa de rehabilitación es un programa individualizado, pensado y adaptado a cada niño, situación y familia en particular. Estará guiado por un equipo multidisciplinar que puede incluir, entre otros, psicólogos, psiquiatras, pediatras, neuropediatras, enfermeras, auxiliares, fisioterapeutas, rehabilitadores, logopedas… Para el éxito del tratamiento, es imprescindible la participación de la la familia y al colegio, así como otros entornos importantes en la vida del niño.

Puede ser necesario el uso de medicación para reducir la ansiedad o la depresión, y hay que limitar el uso de otros fármacos, como analgésicos. En casos graves, puede ser necesario el ingreso en pediatría o en psiquiatría

¿Cómo pueden ayudar los padres a los hijos que somatizan con frecuencia?

La mejor forma de conseguir que los niños con somatizaciones frecuentes y que les condicionan su vida consigan vencer estas dificultades es con cariño y con firmeza. Como padres, enfadarnos con nuestros hijos, no les ayuda. Debemos tener presente en todo momento que ellos sufren, no se lo inventan, ni han elegido esa situación. Las actitudes de enfado, rabia o marginación emocional por parte de sus padres, profesores o entrenadores inducen en los niños más sensaciones de culpa, desesperanza e indefensión. En las somatizaciones, cuando les duele, les duele de verdad. Esto no significa que les permitamos acomodarse y les facilitemos evitar las situaciones que les estresan, sino que debemos animar y “empujar” a los niños a recuperar su normalidad. Para ello, debemos hacerles ver que todos remamos en la misma dirección, estamos en el mismo equipo y queremos lo mismo: que mejore, vaya al cole, vuelva a ser feliz y a recuperar sus actividades y sus amistades.

¿Cómo desde casa los padres pueden diferenciar las somatizaciones de las simulaciones que puede hacer un menor para evitar una situación?

Las somatizaciones implican síntomas reales, cuando un niño sufre una somatización y tiene por ejemplo cefalea (de origen psicológico), le duele igual que si tuviera una migraña (de origen neurológico). O si se queja de dolor abdominal, el dolor es real, e indistinguible a priori de cualquier otro causado por motivos que asientan en el sistema digestivo. En las simulaciones, que cuando son graves y constituyen ya un trastorno se denominan trastornos facticios, con una buena observación y analizando pormenorizadamente la situación, se descubre que el niño no tiene los síntomas que refiere, sino que los finge intencionadamente.

Volviendo a los ejemplos anteriores, si simula que le duele la cabeza no estará pálido, podrá hablar en tono de voz alto, gritar o saltar. Si finge dolor abdominal y le ofrecemos su postre preferido, el dolor “desaparecerá”. Otra estrategia frecuente es que coloquen el termómetro cerca de una lámpara para simular fiebre. Los niños, por muy inteligentes que sean, son ingenuos, y se les pueden tender pequeñas “trampas” que nos ayuden a distinguir somatizaciones y simulaciones. Lo fundamental es escucharles, llegar a conseguir que confíen en nosotros, sus padres, o en otros adultos de referencia, como sus profesores. Porque también a los niños que simulan probablemente les esté ocurriendo algo que les hace sufrir y evitar una situación.

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