Hagamos un ‘tour’ por sus imágenes más icónicas en ¡HOLA!

Un piano de cola, mucho ‘glitter’ y estrafalarias gafas de sol. Elton John cumple años

También celebramos esta semana el 55 Aniversario de su primera canción y el 50 de su primer gran éxito

elton john

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El 25 de marzo de 1947 nacía Regional Kenneth Dwight. Para el mundo y la posteridad, Elton John. Icono del glam, Sir, y también el rey absoluto de las lentejuelas y las plumas -y sin tener las piernas de una vedette-, Elton John está de celebración. De varias, en realidad. Acaba de romper con la barrera de los 75 años añadiendo una vela más a su tarta de Cumpleaños, pero también celebra los 55 años de su estreno en la música con ‘I’ve Been Loving You, que estrenó cuando solo era un veinteañero, y los 50 de su primer gran éxito, Rocket man.

Este año, 2023 dará por concluida su fructífera carrera. Desde 2018 -salvo el parón de la pandemia-, el de Can You Feel the Love Tonight ha estado de gira para, al final, decir adiós a los escenarios este verano en la próxima edición del Festival de los Festivales, Glastonbury. Hagamos nosotros también un tour por las portadas que nos ha brindado a ¡HOLA! este genio iconoclasta de la música y la moda. Momentos inolvidables entre pantalones de campana de satén, implantes de pelo, gafas de sol con piedras brillantes de múltiples facetas, drogas, lágrimas y un “glamour” infinito.

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elton john©GTres
elton john©GTres
En esta imagen, un jovencísimo Elton John.

A estas alturas del partido, contar algo nuevo, sorpresivo y paradójico de la vida de este artista se aventura harto complicado máxime cuando él mismo se ha desnudado hasta los límites del “sincericidio” en una película autobiográfica. Rocket man era el título del filme en donde el británico nos confesaba que la música había sido el centro de su vida, sí, pero donde también era capaz de, imagen tras imagen, como si de algodones impregnados en acetona se trataran, quitarse capas y más capas de laca y “brilli brilli” para reverlarnos un fresco no siempre complaciente de sí mismo.

En la cinta, que estrenó en la edición de Cannes de 2019, narraba su vida, siempre excesiva y pocas veces feliz, repleta de gloria, éxito, dinero… pero también de madrugadas insatisfechas, soledad y alcohol. Así, el espectador podía descubrir lo que se ocultaba detrás de su eterna sonrisa diastemática y sus inmensas gafas de tamaño parabólico: la historia del chico de provincias -a veces, interesado y, otras muchas, utilizado- con un hambre voraz y unas ganas insaciables de comerse el mundo, pero también la de un chaval inadaptado que lidia como puede con una relación familiar muy difícil -en especial, con su padre-, enamoradizo pero sin suerte en el amor -con hincapié en su relación dependiente y tóxica con su manager John Reid a quien quizás le debe todo- y sexualmente muy activo y adictivo. Y eso sí, una estrella única sobre los escenarios donde daba rienda suelta a un genio irreverente, rebelde, desprejuiciado y festivo nunca visto hasta entonces.

O quizás estamos equivocados. Sí que hay algo nuevo que no sabíamos. Incluso, que él mismo no sabía. Ahora, que se cumplen 55 años de su primer gran éxito, precisamente ése que dio título al biopic de su vida y que sirve de metáfora perfecta para este hombre fuera del espacio/tiempo, él y nosotros -sus fans- hemos descubierto el origen de la canción. Como lo oyen. Después de seis décadas sobre los escenarios, 32 discos de estudio y más de 300 millones de copias vendidas en todo el mundo, el propio Elton John se ha enterado, por fin, de qué va lo que cantó en su momento para convertirse en estrella después.

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A la izquierda, el cantante en la década de los setenta.

Sucedía hace unas semanas cuando el cantante no pudo evitar que su cara mudara de color y el estupor se dibujara en su rostro ante la revelación que le acaba de hacer Bernie Taupin, coautor del tema. Se sentaba con él para hablar de la reedición de aquel disco mítico que, como decimos, celebra sus 55 primaveras, Honky Château, el quinto de la carrera de Elton, y titulado evidentemente como el castillo francés del siglo XVIII en el que tuvo lugar la grabación. Y, de repente, en medio de la conversación y los recuerdos al estilo Sophia Petrillo en Las chicas de oro, Taupin se arrancaba a disipar las dudas sobre su significado. “Fue una canción bastante fácil de escribir porque es una canción sobre el espacio, así que es una canción muy… espaciosa”, bromeaba antes de hacer partícipe a la estrella de su fuente de inspiración, de eso que le había dado la gloria sin ser él consciente.

“En realidad fue una canción inspirada en Ray Bradbury, de su libro de relatos cortos de ciencia ficción titulado El hombre ilustrado”, explicaba Taupin para detallar después: “En ese libro, había una historia llamada El hombre cohete, que trataba de cómo ser astronauta se convertiría en el futuro en una especie de trabajo cotidiano. Así que tomé un poco esa idea y seguí con ella”. Y, antes de que se le desencajara la mandíbula, Sir John articuló lo siguiente: “Sabes, no tenía ni idea...” y eso que “Rocket Man” fue el nombre que el cantante le dio a su empresa discográfica cuando la fundó allá por el 1973.

En su defensa, aunque exactamente no supiera cuál era la fuente original con pelos y señales, todos -él, crítica y público- vieron claro por dónde iban los tiros de Rocket man. Que el hombre había caminado sobre la superficie de la Luna en 1969 no se le había escapado a nadie. Ni a Bowie -y su Space Oddity- ni a Elton, por muy hasta la coronilla que estuvieran de LSD… (lo cuentan ellos, no hay mala idea en el comentario) porque, además, para los dos era fácil identificarse con un astronauta que viaja al espacio, a planetas lejanos (o artificialmente paradisíacos) donde familia y seres queridos quedan lejos… Sea como fuere, más allá de estar en la inopia, el tema condujo al cantante directamente hasta el número 2 de las lista en UK y al 6 en USA y, en una semana, escalaba hasta el número 1 en ambas orillas del Atlántico. El primero de una media docena de ocasiones.

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Elton se convertía así en una estrella mundial en un momento en el que parecían todos los huecos cubiertos. No era un virtuoso de la guitarra como Jimi Hendrix, ni un sex symbol como Jim Morrison, ni un poeta como Bob Dylan, ni una bestia escénica como Iggy Pop. Pero había creado un personaje ignoto, casi como si astronauta hubiera vuelto del Cosmos reconvertido en alienígena: un pianista con sombreros escandalosos, abrigos de piel brillantes, plataformas de veinte centímetros, purpurina, lentejuelas, plumas de marabú e innumerables gafas de diseños imposibles. Ni Liberace lo superaba en cuestión de exceso y sofisticación. Porque no había ni candelabros ni cretonas o terciopelos empolvados a su alrededor. El era modernidad.

“No he sido una estrella de glam. Tampoco Bowie lo fue. Yo he sido siempre yo mismo, un chico cualquiera que vestía ropa extravagante. Quería darle un toque de humor al escenario”, declaró el artista en 2020. Lo que está claro es que, unas veces andrógino; otras, completamente fuera de cualquier parámetro, su talento le permitía atreverse con todo e ir mucho más allá. Para él, el minimalismo no tenía significado. De hecho, ni siquiera existía en su diccionario. Por eso, una vez convertido en leyenda del pop, en caballero y en señor respetable casado -con David Furnish en 2014- y padre de dos hijos -por gestación subrogada, Zachary, de 12 años, y Elijah. de 10-, Elton John ha flirteado incluso con los grandes nombres de la alta costura que han confeccionado para él boas de plumas y levitas que nada tienen que ver con los divertimentos de segunda mano de las tiendas de baratijas kitsch de sus comienzos.

Diseños exclusivos como los de Alessandro de Michele, ex director creativo de Gucci, quien hizo para él el look con el que acudió a la gala de los Oscars de 2020, donde ganó por cierto la estatuilla a la Mejor canción original con el tema central de la película que cuenta su vida I’m Gonna Love Me Again. Sin olvidar, por supuesto, sus lazos indestructibles con Gianni y Donatella Versace en los 80. La pareja de hermanos le hicieron hueco en el prêt à porter eligiéndolo en 1995 como imagen de la firma de la Medusa, retratado por Richard Avedon, con la campaña publicitaria que protagonizó junto a las supermodelos Kristen McMenamy e Nadja Auermann. Y, algo más importante, ellos serían quienes también cimentaran su amistad con la gran estrella de la realeza del siglo XX: Lady Di. Y es que estaremos de acuerdo en que si alguien le ha lustrado más que nadie esa pátina de glamour que siempre ha envuelto a Elton John, ésa no fue otra si no la Princesa del Pueblo. La imagen de Elton John al piano con los ojos llenos de lágrimas el día del funeral de Diana mientras cambiada la letra de su Good Bye Norma Jean para convertirla en Candle in the wind aún hoy nos toca la fibra sensible.

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Con la coronación de Carlos III en ciernes, su nombre ha vuelto a estar en el ojo del huracán tras negarse a poner música a la solemne ceremonia que tendrá lugar el próximo 6 de mayo, una negativa más que sumar a la Adele y la otros tantos otros… Quizás él tenía más motivos que ninguno. Su relación con Lady Di -no exenta de idas y venidas- lo convirtió en enemigo íntimo del futuro Rey de los británicos cuando, su madre, Isabel II, sin embargo, fue una de sus mayores fans. Es más, pese a su conservadurismo propio de una institución como la Casa Real, la Reina veía con buenos ojos la vida de homosexual militante del cantante. Increíble pero cierto.

Porque precisamente fue Isabel II, la que tantas trabas puso en la vida de su nuera, la que facilitó que se conocieran la Princesa de Gales y el músico dado que, desde muy joven, entre sus groupies, el del suburbio de Pinner, contaba con dos de ellas coronadas: la reina Isabel y su hermana Margarita. Tanto fue así que Elton John formó parte de la fiesta en la boda del Príncipe Andrés con Sarah Ferguson. No obstante, no sería hata un cumpleaños del hijo mediano de la reina, el de 1981, cuando Elton no conociera a la joven Diana Spencer. Desde entonces, ambos construyeron una relación muy sólida en la que Elton John rompía con los formalismos de la Corona y la rígida estructura emocional de la que Diana quería zafarse mientras que ella encontraba en él un amigo fiel con el que tuvo una unión clave: la beneficencia y la moda.

Habría que recordar que el culto a la imagen de la Princesa se había convertido en un fenómeno planetario. Era la mujer más fotografiada de su tiempo y, su estilo, pese a que fue cambiando a lo largo de los años, siempre fue un referente para mujeres de los cinco continentes. Elton miraba ese mundo con los ojos de un visionario del pop, con lo que le fue fácil, no solo adorarla, sino también desembarcar con ella en el universo del “enfant terrible” del new baroque y del lujo de las postrimerías de los 80s y 90s, un artista de la aguja y el hilo para el que una star era oro en polvo. Hablamos del italiano Gianni Versace. Los tres formarían un triángulo de glamour desbordante y, sobre todo, de retroalimentación artística. De hecho, sería precisamente la intensidad de la relación a tres bandas lo que terminaría generando un inesperado cortocircuito entre el cantante y la Princesa.

El de I’m Still Standing editó un libro con el diseñador calabrés que titularon “Rock and Royalty” a beneficio de la Fundación contra el Sida. Lady Di habría aceptado ser la autora del prólogo pero, sin embargo, en el último momento, la Princesa hizo mutis por el foro. El contenido abiertamente sexualizado y los desnudos pesaban demasiado como para acarrear sobre los hombros otro “chorreo” de la Casa Real.

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La espantada encolerizó al cantante. “Le escribí, la llamé y le grité”, recordó Elton John en su biografía. Y la respueta de Diana fue real y flemática, formal y severa: una nota en la encabezaba la siguiente frase: “Estimado señor John…”. Aquello pareció ser el final. Pero como en las tragedias románticas en las que siempre tiene que morir alguien para que los personajes caigan en la cuenta de la futilidad de la vida y de que, como cantaban The Beatles, “el amor es lo importante”, el 15 de julio de 1997, Elton John recibía una llamada teléfonica desde Miami: el genio de las hojas de acanto y las grecas augusteas había muerto a disparos en la puerta de su mansión de Ocean Drive.

Fue un golpe enorme para el músico y Diana entendió que era el momento para terminar con ese “distanciamiento estúpido”, como ella mismo lo calificó: “Lo siento muchísimo, volvamos a ser amigos”, le dijo en el funeral. Se reencontraron. Lloraron juntos. Pero fue por poco tiempo... 46 días después, Lady Di moría en el asfalto de París cuando el coche en que viajaba chocaba a toda velocidad contra una pilastra del Pont de l’Alma. Vicisitudes reales aparte, nadie pudo evitar que la entonces ya divorciada Diana tuviera un funeral de Estado y que Elton John rubricara, en la Abadía de Westminster, uno de los mayores himnos musicales del siglo XX. Iba vestido de negro. Nunca antes -y nunca después- hemos vuelto a verlo vestido así. Decía adiós a la rosa de Inglaterra dentro de un féretro que llevaba inscrito el nombre de Diana. Ella le regaló el mayor éxito de su vida: más de 33 millones de copias vendidas de aquel single para la eternidad.


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