Empieza el curso yendo al gimnasio, pero recuerda los efectos secundarios

Entre los propósitos más reiterados del nuevo curso destaca siempre la intención de mejorar nuestro estado físico y apuntarnos a un gimnasio. Pero no abandonar durante los primeros tres meses se convierte en una dura prueba a superar por los efectos secundarios que implica.

Por Cristina Soria

Si para septiembre albergas intenciones sinceras de pagar la cuota de un gimnasio y asistir con regularidad, cuando eso es algo que hace años que no haces, o tal vez no tienes un recuerdo a todo color de la última vez que fuiste, debes tener en cuenta que aunque tus intenciones sean buenas tal vez necesitarás algo más para superar este trance. Porque según el diccionario, un “trance” es una situación de apuro. 

Puede que lo que te empuja a ir al gimnasio sea la confirmación fehaciente de que no puedes dejar pasar un día más antes de ponerte muy en serio a preservar tu salud física, y sabes que hacer ejercicio de forma continua es una de las claves más efectivas. Sin embargo, este trance en ocasiones consiste es superar los primeros días, pues los efectos secundarios de arrancar una temporada de gimnasio pueden ser letales y hacerte abandonar tu propósito antes de tiempo.

Todo está en tu mente

Si no tienes costumbre de ir al gimnasio, o vas por primera vez después de años, o tal vez de décadas, este gesto implica la inmersión en un entorno que puede resultar hostil o poco apetecible. Implica llegar a un lugar desconocido donde todo el mundo parece que sabe lo que tiene que hacer, se conocen entre ellos, y la gran mayoría lucen unos cuerpos muy trabajados. Si ese no es tu caso, cuando toques la primera máquina y veas que no es demasiado fácil pensarás “¿Qué hago yo aquí?”.

Si lo permites, todas estas sensaciones de extrañamiento y de “inferioridad” jugarán un papel en contra de ti y podrían acabar minando tu ánimo. El primer efecto secundario de acudir al gimnasio cuando no se tiene hábito es sentirte tremendamente torpe, desconectada de casi todo lo que se debe hacer, y lejos del resultado físico que lucen los demás en sus propios cuerpos.

Como nos ocurriría en un primer día de colegio, cuando somos los nuevos, sentir que no das pie con bola, mientras los demás charlan amistosamente y parecen muy seguros de sí mismos puede incluso generar en ti la sensación de ser observada o juzgada, sintiendo en la nuca la presión y la responsabilidad de que esta incursión en el gimnasio no parezca que te supera.

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El mejor consejo que podemos darte es que, si llevas tanto tiempo sin ir al gimnasio que sus paredes te parecen Marte, sondees entre tus amistades hasta descubrir quién puede ser tu mentor. Busca a alguien con con ir, especialmente los primeros días, una mirada amiga que te ayude a sentir que no estás sola en esto, y de esta forma, además, estarás generando un vínculo que no te permita abandonar fácilmente, porque una vez que le comentes a tu amiga que vas a ir, y vayáis un par de veces juntas, renunciar serían palabras mayores.

Además, haz como un buen estudiante en su primer día de cole, preséntate al profesor. Busca la forma de apoyarte desde el minuto uno en los monitores, conóceles, explícales tu situación, busca complicidad, consejo y cobertura. Siente que ellos están de tu parte y sácales el máximo provecho. Cuanto mejor te expliquen los ejercicios que debes hacer, y mejor los hagas, mejores resultados sacarás con el mismo esfuerzo y menos probabilidad de lesionarte tendrás.

Mucho cansancio, pocos resultados

Aunque es cierto que los primeros resultados se notan pronto y que luego existe un estancamiento razonable en la percepción de que estamos avanzando, incluso esos primeros resultados suelen tardar en apreciarse mucho más de lo que generalmente esperamos y deseamos. Si haces bien tu entrenamiento, y vienes de un largo periodo de inacción, es muy probable que durante el primer mes (y el segundo) salgas molida de cada sesión, y que creas que has perdido el control de tu cuerpo para los años venideros.

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Las agujetas son demoledoras si tu inacción ha sido muy continuada. De hecho, puede que salgas con ellas puestas ya desde que termina la sesión y que no se te vayan hasta pasadas 48 horas. Esto puede ser entendido como un efecto secundario desmotivador cuando precisamente lo que queremos es sentirnos más ágiles y resistentes. Intentar levantar un lápiz después de la sesión y que te tiemble el pulso no es precisamente edificante.

Ten en cuenta que las agujetas son, precisamente, un síntoma claro de que estás trabajando los músculos y de que tu esfuerzo tiene un objetivo que está en curso. Sin embargo, puede que estés haciendo algo mal si las padeces siempre y de forma muy contundente. Pide ayuda y descubre cómo calentar adecuadamente en función del ejercicio físico que vas a realizar, además de estirar convenientemente cuando hayas terminado. Este punto también es importante, porque a veces ponemos más ímpetu en el propio calentamiento preliminar y muy poco en estiramiento final, y ambos son cruciales para que nuestros músculos no desarrollen lesiones y se minimicen las agujetas.

Además, busca la forma de modular la intensidad de tu ejercicio. No quieras avanzar en tu entrenamiento más allá de tus posibilidades. Entrenarte es como subir escaleras, y cada escalón está para ser subido, si saltas de tres en tres es fácil que te caigas. Regula el tiempo de entrenamiento y la intensidad con la que lo realizas, no dejes de consultar estas cuestiones con tu monitor.

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Puede que no obtengas el merecido descanso

Lo más común en la vida ajetreada de cualquier persona que tenga responsabilidades familiares y trabaje es que el momento de ir al gimnasio sea bastante tarde. Solo hay que asomarse a los ventanales de cualquier gimnasio para darnos cuenta de que hasta las seis de la tarde el flujo de personas es bastante moderado y que a partir de esa hora no cabe un alfiler en ninguna clase ni sala de musculación. Si terminas tus ejercicios a las 20h (por ejemplo) es fácil prever que dormirás como un lirón. Y sin embargo es probable que descubras que, cuanto más agotada estás, menos duermes a pierna suelta como esperabas.

Esta situación está relacionada con la frecuencia cardiaca, que se incrementa notablemente cuando comenzamos un entrenamiento que nos supone un gran reto, además de que liberamos hormonas que, lejos de sumergirnos en un sueño reparador, nos activan e instintivamente nos hacen estar alerta.

Ambas cosas son efectos secundarios que se minimizan con el paso del tiempo. El ejercicio físico continuado produce finalmente que el corazón regule de forma más eficiente la frecuencia cardiaca una vez que se acostumbra al ejercicio. Podríamos decir que esta es una de la consecuencias positivas de adquirir mayor resistencia física. Además, cuando tu organismo entiende que te has pegado una paliza, no porque te persiga un depredador, sino porque ese es tu estilo de vida, dejará de liberar hormonas que eviten que te duermas para no caer en una trampa mortal, y se revertirán liberando otras que te den el justo sueño reparador que necesitas.

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