Si te han diagnosticado diabetes, estas vivencias marcan tu vida

Descubrir que padecemos una enfermedad crónica como la diabetes marca un momento de nuestra vida que nos produce ideas y sensaciones contradictorias: rechazo, vergüenza y rebeldía.

Por Cristina Soria

El rechazo al diagnóstico es lo primero que pasa por tu cabeza el primer día que se confirma que padeces diabetes. Es muy habitual pasar un tiempo en el que por un lado tratas de asimilarlo y por otro sientes que esta nueva situación te es tan ajena que puede que nunca la consigas llevar con naturalidad. No lo aceptas, y realmente no quieres que nadie lo sepa, porque en el momento en el que empieces a comunicarlo lo harás real.

“¿Por qué yo?” es una de las frases que en más ocasiones vienen a tu mente cuando recibes el diagnóstico. Ser diabético probablemente te hace sentir diferente, y sientes vértigo al rememorar y proyectar todo lo que no podrás hacer en el futuro y en qué situaciones te verás limitado.

Durante esta fase de rechazo a la diabetes aún estamos encajándolo, y el tiempo que tardamos en completar esta aceptación varía mucho según la persona. En realidad es preferible que no se dilate, pues realmente no conduce a nada positivo alargar esta reflexión, cuando es inevitable y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo. Sin embargo, sentir que esta enfermedad crónica trastocará tu normalidad es una sensación que inevitablemente deja en ti una huella de estrés.

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A principio, ser diabético parece un secreto inconfesable

Probablemente si durante tu vida como no-diabético hubieras visto a alguien midiéndose la insulina en un restaurante no demostrarías el más mínimo interés, y menos rechazo. Es una situación normal y que solo le compete al diabético. Sin embargo, cuando inicias tu vida como diabético, este tipo de situaciones te suponen un reto social difícil de superar.

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Medir la glucemia es reconocer abiertamente que ahora eres diabético, y es un paso que no todo el mundo está dispuesto a dar sin resistirse un poco. De la misma manera, si eres diabético de tipo 1, habrás experimentado el difícil trance de ponerte insulina, que en un inicio, y generalmente durante mucho tiempo, es un acto casi ritual en el que se respira la ansiedad y la vergüenza.

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No hay ninguna razón para que sientas vergüenza

Es tremendamente injusto sentir vergüenza por esta cuestión, y este es un razonamiento que a posteriori siempre aflora. Suficientes cambios supone ya de por sí la diabetes, como para sumar la vergüenza. Sin embargo, es común que durante bastante tiempo ni siquiera consideres ponerte la insulina delante de otra persona. No es para evitar esa imagen a los demás, sino porque en una etapa temprana conviviendo con nuestra propia diabetes ponerte la insulina puede parecernos algo “feo”.

Esto hace que cuando debes ponértela en un lugar público en el que alguien puede aparecer en cualquier momento, como el trabajo o en una celebración de amigos, tratemos de inyectar la insulina con velocidad, para evitar que surja cualquier situación que nos ponga en el centro de la picota social. No queremos compartir este momento, ni que se conozca. 

En este esquema de rapidez, discreción y secretismo pareciera que somos agentes secretos inyectándonos un antídoto. Es común también que, cuando el momento íntimo es difícil de encontrar, busquemos un ángulo de difícil visión y nos pongamos la insulina junto a los demás, pero debajo de la mesa, poniendo expresión de que sigues la conversación general, cuando lo que realmente estás pensando es en el temor a que te descubran.

Pero esto, por suerte, pasará, y comprobarás cómo todo el mundo lo ve con total naturalidad, ayudándote a dejar tus posibles miedos atrás.

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