Estamos ante uno de los platos más emblemáticos de numerosos países de Oriente Medio, que se puede degustar tanto en los puestos callejeros como entre los mezzes (aperitivos) de los mejores restaurantes y, por supuesto, en los hogares. El falafel es fácil de preparar, constituye una buena –y diferente- forma de tomar legumbres y, además, cada vez es más popular en todo el mundo, gracias en buena medida al auge de las dietas vegetarianas y veganas al no contener ningún ingrediente de origen animal. Tampoco tiene gluten por lo que es perfecto para personas con celiaquía.
Esta elaboración cuyo origen exacto no se conoce, pero sí se cree que su germen se encuentra en el Antiguo Egipto, compite en protagonismo con el humus, también a base de garbanzos y otro de los entrantes que adoramos, y que, en su versión más clásica, consiste en una especie de paté triturado con tahini, ajo, zumo de limón y aceite de oliva.
Una de las peculiaridades del falafel es que el garbanzo no se cuece, tan solo se pone a remojo entre 12 y 14 horas para ablandarlo antes de triturarlo hasta obtener una especie de arena gruesa que se mezcla con cebolla, perejil y cilantro y hay quien le pone comino. Con esa masa -se recomienda dejar reposar en la nevera durante 1 hora- se forman pequeñas albóndigas y se fríe en aceite vegetal a 180ºC. Puedes añadir un toque de cayena, cúrcuma o semillas de sésamo para personalizar. ¡Así de fácil y delicioso!
El falafel -que también puedes cocinar en el horno a 200 °C durante 20–25 minutos, girándolos a mitad de cocción- se puede tomar solo, como primer plato, como aperitivo, como una tapa en una estupenda cena informal a base de picote para comer con las manos pero también puede constituir la base para otras elaboraciones. Aquí tienes 6 formas diferentes de comer falafel.
