‘Líos de agujas’, traición y poder: lo que se esconde tras la retirada de Tom Ford

Analizamos los últimos movimientos de uno de los diseñadores más influyentes del siglo XX

Tom Ford

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El mundo sigue girando como si tal cosa. Sin embargo, se ha consumado un hecho por el que ya nada es igual. En septiembre del año pasado, él, la mayor revolución del mundo de la moda del fin del milenio mostraba al mundo desde la pasarela de Nueva York el que sería su último trabajo y, paradójicamente, el primero tras quedarse viudo después de 35 años de amor. En noviembre, se cerraba la venta de su coloso. No al completo… Quizás por eso el planeta sigue rotando… Sea como fuere, la semana pasada, se rubricaba la transacción. Y, Tom Ford dejaba la moda.

El heredero natural del gran Halston; el diseñador que, a la vez que couturier, era paradigma y modelo de belleza masculina; el hombre que fue capaz de vender ropa al que solo buscaba sexo; el artífice de las imágenes más provocadoras e, incluso, procaces de la moda aun sin perder nunca la elegancia…. soltaba sorprendentemente la aguja y el dedal. Lo hacía al mismo tiempo que caía en sus manos una abultada contrapartida: 2.800 millones de dólares. Estee Lauder, un viejo amigo, tomaba ahora las riendas.

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Tom Ford©GTres

Este punto de inflexión sucedía cuando, hasta hace muy poco, ese supuesto —el de abandonar los patrones y las maniquíes—, no se le había pasado por la cabeza. Recordemos aquella negativa que repetía como un mantra en Venecia cuando se alzaba con el premio del Jurado del Festival de Cine con sus Animales nocturnos. “No me alejaré nunca de la moda. La moda me da los medios para tener la libertad de hacer las películas que me apetecen. Si solo me dedicara a hacer películas, sufriría” ¿Qué le ha hecho entonces cambiar de opinión ahora? ¿Ha perdido la vocación? ¿El entusiasmo? ¿Como a sus personajes en el cine, la soledad le impide vivir? ¿Le ha vencido la vacuidad y la tristeza por la muerte de su marido? ¿O es que el más heterosexual de los homosexuales va a centrar todos sus esfuerzos en vestir a aquellos que, como él, siguen creyendo en la belleza tal y como ha sido siempre desde que el mundo es mundo? Analicemos qué habría llevado al texano a tomar esta decisión crucial y desentrañemos si, en realidad, lo suyo no tiene vuelta atrás o si, por el contrario, es el descanso del guerrero. Algo así como el autoexilio de Napoleón a la isla de Elba para coger las fuerzas suficientes con las que regresar como emperador.

Porque es cierto que hoy no corren buenos tiempos para aquello que lo convirtió en el Eros orgiástico de la Modernidad, véase la hipersexualización de la moda y del arte publicitario y, también, obviamente, de la mujer. Cuando triunfó, no es que fuera el primero en descubrir que el sexo vendía, pero probablemente sí quien sacó más partido de ese axioma del marketing del siglo XX. Utilizar el sexo como reclamo era provocador, transgresivo y cool, pero nadie como Tom Ford fue capaz de, sin perder la sofisticación y la belleza estética, ir elevando progresivamente la temperatura con cada colección y campaña hasta alcanzar la cúspide erótica de la historia de la moda. Lo haría con una imagen que, aún entonces y, todavía más ahora, sería impensable: la de Louise Pedersen viendo cómo un adonis desnudo le rasura el vello púbico con forma de la “G”, la “G” de Gucci para su campaña primavera-verano 2003.

Aquello le valió las críticas más sonoras y furibundas de los adalides del buen gusto y los bofetones le llegaron por todas todas partes. De los defensores de la moral, por un lado, que denunciaban sus imágenes explícitas. Y, por otro, del feminismo, en todas sus facciones, por el uso de la mujer como objeto. Sin embargo, él parecía disfrutar de las polémicas. Siempre, en su opinión, gratuitas y provincianas.

Tom Ford©GTres

“También me gusta cosificar a los hombres, pero la cuestión es que en nuestra cultura no puedes mostrar la desnudez masculina de la misma manera que la femenina. Nos sentimos muy cómodos con una cultura que explota a las mujeres y no a los hombres. Aunque yo no lo considero explotación de ninguna manera”. Evidentemente, lo suyo tampoco era ser políticamente correcto. Así hablaba -sin despeinarse, sobran las palabras- para The Guardian. Con una deslumbrante camisa blanca desabrochada tres botones exactamente y traje negro hecho a medida ligeramente slim fit. Acababa de sacar al mercado una de sus grandes creaciones: el tanga hilo/joya para hombre, con la doble “G”, y combinado con botas cowboy, un outfit tan emblemático por cierto que hoy se encuentra en la exposición permanente del Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Porque pese a sus detractores, esta visión sexy -y nos quedamos cortos- de la moda, le convirtió en el rey Midas del sector. Consiguió reflotar Gucci primero, cuando parecía al borde de la bancarrota; renovar YSL, después, cuando el peso del genio torturado era una losa; y, por último, construir su propia firma con su nombre y hacer de ella el epítome del lujo por el lujo, eso que, luego, con su cine, ha querido demoler hasta la extenuación como si espiara fantasmas… Ford era exclusivo, sofisticado, licencioso, tan decadente como arrebatadoramente atractivo… Y favorecedor. Mucho. Representaba, incluso para quien no hubiera oído hablar jamás de estas referencias, la evolución natural del Hollywood Regency de Tony Duquette y Edith Head, del Hollywood Babylone de Anger también, por qué no, y de su prolongación en la Disco 54 de finales de los setenta, de Halston y de Lauren Hutton. De hecho, habría que recordar que hasta que Chloè no le dio la oportunidad en su departamento de prensa de París, Tom fue un bello modelo publicitario, un asiduo de aquella mítica discoteca de Manhattan donde la única consigna era ser bello o rico o famoso o las tres cosas a la vez. Algo así como Bianca Jagger subida a la grupa de un caballo blanco cual Lady Godiva bajo una bola plateada.

Su seña de identidad fueron siempre las blusas de satén, los terciopelos de seda italiana, el marabú, el oro, el carey y… “un toque de suciedad. No quiero decir que quiera meterme entre las piernas de alguien y encontrar moscas zumbando por ahí… Debería estar limpio. Pero no hay nada peor que besar o abrazar a alguien y que huela a desodorante. El olor del cuerpo es una cosa maravillosa”. Sin embargo, bajo esa fachada carnal, irreverente y de superficialidad pornográfica, siempre subyacían mensajes de empoderamiento sexual y cuestionamiento al sistema. Tom Ford sostenía dos cosas. La primera es que, siempre que tocas la tecla correcta y triunfas, hay un precio a pagar. “Lo más inmediato es que te encasillan. En mi caso, no importa lo que haga, siempre seré el diseñador sexy al que le encanta el negro. Como Miuccia (Prada) es la diseñadora inteligente. E Yves Saint Laurent el delicado y el sufrido diseñador… Si la gente me ve como el padre del ‘porno chic’, ¿por qué negarlo?”. Lo segundo, que muy al contrario de la opinión general, sus imágenes eran profundamente feministas: “Mi concepto mujer no es el de una señora sentada esperando a un hombre, sino la que toma las riendas de su deseo”.

Tom Ford©GTres
Livia Giuggioli, Tom Ford, y Cate Blanchett.

Su desfile del septiembre pasado fue una reivindicación de esos dos principios. El canto del cisne negro. Pero tampoco fue el primero. Y es que si bien cuando se despidió de Gucci echó mano del melodrama impostado, con pétalos de rosa y peonías cayendo sobre sus invitados, el que ha sido -que sepamos- su adiós definitivo ha sido más trágico, más personal, más íntimo… Más distante también. Como si él mismo diara carpetazo al fin de una época.

No hubo fotos de instagram. Las prohibió. Lo que sabemos es fruto de las crónicas de moda y de los flashes de los fotógrafos. Como lo había sido siempre antes, cuando los hechos fortuitos construían la leyenda y no se “repetían ad nauseam” en las redes sociales, con memes y otras ordinarieces. Apenas pudieron verlo “in situ” cien mortales y a todos se les requisó el móvil. Diseñó para ellos un espectáculo coreografiado al milímetro en el que las modelos, sus modelos y musas, supermodelos de la talla de Amber Valletta, Karlie Kloss, Karen Elson y Joan Smalls, o lo que es lo mismo, la crème de la crème del star system de la moda de los 2000 aparecían como extrañas aves exóticas en urnas de cristal mientras que la silueta del diseñador, de espaldas, se intuía en los videos que Steven Klein había rodado para la ocasión. Trece años de historia se revelaba ante sus ojos.

Sus vestidos de espejo de la colección primavera/verano 2014; su vestido capa blanco, que llevó Gwyneth Paltrow para los premios Oscar 2012; el conjunto de corsé y falda en color rosa fucsia de la colección primavera/verano 2020 que llevó Zendaya en los premios Critics‘ Choice Awards; sus trajes de paillettes con estampados de lentejuelas combinados con blusas transparentes; el traje azul con blusa a juego de Madonna en los premios VMA de 1996… Un viaje al pasado que terminaba de la manera más apoteósica posible: la de su funeral. Y Valleta y Moore y Kloss y Stone y Smalls llegaban a él emocionalmente destruidas por la pérdida: una cantaba ópera, la otra se lamentaba, una no podía contener la rabia, otra estaba en shock, otra más lloraba desconsolada... Todas, por supuesto, con otra serie de vestidos icónicos. Ahora, todos teñidos de negro. Y Ford viéndolo todo a través del cristal. Asistiendo a su propia ausencia. ¿Era posible que Tom Ford nos dejara huérfanos aún estando vivo? o ¿Era una doble puesta escena? Moría para sus musas, pero y ¿para sus musos? ¿Koretajarena, Josh Wald, Tyron Beckford? A ellos también los dejaba viudos… ¿o no?

Lo cierto es que Peter Hawkings ya ha firmado como director creativo de la Casa. Un sustituto perfecto. Diríamos que constituye una réplica casi exacta de él. Tan parecida, incluso físicamente, que parece ficticio. Él era su mano derecha. En su división femenina… “Peter empezó a trabajar conmigo hace 25 años como ayudante de diseño en Gucci. Su nombramiento me transmite tranquilidad y confianza, creo que el legado de prendas de alta calidad y buen diseño continuará siendo posible en sus manos”, escribía Ford en el comunicado oficial de la Maison con la que se formalizaba el traspaso de poderes a principios de este mes. Como si de un legado en vida se tratara. O como decidido a cumplir uno de los quince consejos para el buen hombre moderno que regaló hace unos años a Vogue UK y que, desde entonces, da vueltas por internet como breviario de estilo. “Tirar los calcetines y los calzoncillos cada seis meses”. ¿Se habría cansado tanto de sí mismo como para cambiar de vida como el que cambia de ropa interior?

Tom Ford: Autumn/Winter 2020 Runway Show©GettyImages
La cantante Miley Cyrus en la presentación otoño/primavera 2020 del diseñador.

Porque este acontecimiento se produce en el mismo punto en el que se ha deshecho de su casa victoriana de Chelsea en Londres y de joyas arquitectónicas como el rancho en Santa Fe que le encargó al Premio Pritzker Tadao Ando en los 2000 o la icónica casa de los años cincuenta diseñada por Richard Neutra en Bel Air, ese palacio formalista como el que tenía su Colin Firth de A single man, su alter ego viudo en su debut tras las cámaras. A cambio, sí que es cierto, se ha comprado un exclusivo refugio invernal en Palm Beach, Florida, un Estado, en un principio, tan diametralmente opuesto a él como estéticamente divergente… Si excluimos, claro, su amplísima comunidad gay…. Aunque también ha cumplido un sueño mucho más cercano a su idiosincrasia y su Credo estético aunque, no así a lo que ha sido, hasta ahora, su forma de vida: un piso en Manhattan, concretamente, el templo de minimalismo lacerante que perteneció a Halston, tan parecido a Ford, pero tan promiscuo sexualmente… Una serie de movimientos que nos llevan a pensar en un cambio de vida, de identidad, de huida del pasado… O de construcción de un nuevo presente.

Recordemos que cuando estrenó en Venecia Animales nocturnos, en donde narraba en dos tiempos la vida de una galerista de arte de Los Ángeles, profesionalmente triunfadora, pero personalmente fracasada, Ford declaraba que aquel personaje femenino era literalmente él. “Alguien que tiene todo lo material, pero que se da cuenta de que esas cosas no son lo más importante, que se tiene que enfrentar a la vida de los ricos y la gente absurda de la que tanto ella como yo formamos parte. Yo, en ese sentido, percibo la vacuidad y lo banal de nuestro estrato social de igual manera y, a veces, y no miento, me horroriza”. Filmaba su repulsa del lujo por el lujo y la banalidad. Él, un hombre que justamente vive por y para el lujo y cuya búsqueda de la belleza es obsesiva. No hay más que verlo. A sus 60 años, es uno de los hombres más guapos, atractivos y sexis del mundo de la moda, y ha sabido envolverse de un aroma irresistible. Siempre impecable, bronceado, sin ojeras, con la piel tersa y luminosa, la mirada insinuante, con trajes que le quedan como un guante y el cuello de la camisa dejando ver los centímetros justos de clavícula desnuda. “Mi imagen es mi herramienta, entiendo su potencial para vender”, diría al Daily Telegraph en 2005 en plena promoción de A single man.

Aquella película, como la novela de Christopher Isherwood, -puntal de la literatura gay norteamericana desde su publicación en 1964- narraba la tragedia de un hombre de mediana edad atravesado por el duelo tras la pérdida de su pareja, precisamente ese miedo que se despertó en él cuando diagnosticaron cáncer de garganta a su marido. Un miedo a la muerte, a la depresión y la dura lucha contra el alcoholismo que siempre Tom Ford ha escondido tras su elegancia inmaculada. “George –el personaje que interpretaba Firth–, tiene mucho de mí, esa forma obsesiva de tranquilizarse, porque es la única manera de sostenerse en pie. Lo único que conecta a su mundo íntimo con el exterior es lustrarse los zapatos, limarse las uñas, seguir usando una camisa blanca perfecta. Si deja de fijarse en esos detalles, va a colapsar. Hay una parte enorme de mí en eso”, dijo Ford a la revista W.

tom ford y eva longoria©GTres
Tom Ford y Eva Longoria.

Richard Buckley, periodista de moda y redactor jefe de Vogue Hommes international, no superaría la enfermedad. Moriría en septiembre de 2021 después de 35 años de convivencia, siete años de casados y un hijo en común, Alexander, al que tuvieron por gestación subrogada en 2012. Se conocieron en 1986, cuando el diseñador tenía 25 años, en un desfile y, cuando en un trayecto de ascensor de diez pisos que ambos compartieron, su mirada castaña se cruzó con “aquellos penetrantes ojos azul agua” supo que era el hombre de su vida. Visto con perspectiva, podríamos decir sin error a equivocarnos que, pese al intenso contenido sexual de sus propuestas en moda, en su vida privada -como en sus testamentos cinematográficos- Ford siempre se ha mostrado contrario al sexo sin sentimientos -los personajes penaban en el amplio sentido del término por sus escarceos extramaritales- y su relación fue de fidelidad -y estabilidad- absoluta con su marido.

De hecho A single man podría recordar en espíritu al Scorsese de La edad de la inocencia, reivindicando el derecho al amor verdadero cuando se ha apagado el deseo y también las relaciones vistas popularmente como prosmícuas cuando, en realidad, son tan normativas como un matrimonio religioso. “Lo importante en una relación son las cosas pequeñas, como el olor del cuello de tu pareja”. Eso también lo habría podido decir Newland Archer de las camelias de la Condesa Ollenska…

Pero, entonces, ¿a qué nos lleva todo esto? ¿Todo ha cambiado? Quizás no tanto. Florida, Ford Lauderdale, venta de casas… Todo lleva sobreimpresa, un G. Otra G y no es la de legendaria Maison florentina. Y leyendo el contrato de venta, Estee Lauder se ha quedado con Tom Ford, sí, pero solo con la parte femenina. Ermenegildo Zegna, socio desde hace años para la confección de moda masculina, compró el negocio de moda de caballero que funcionaba y funcionará como una marca independiente y que seguirá produciendo las colecciones de ropa de caballero bajo licencia. De hecho, y aquí viene lo bueno, Tom Ford seguirá siendo el director creativo tras la firma de la venta que tanto se ha cacareado. Al menos, hasta finales de 2023. Domenico De Sole, socio de Ford desde los años noventa, y al frente de Zegna, ha sido el asesor de la transacción y artífice de las operaciones financieras. Algo así como si en una película de Hitchcock, el protagonista hubiera fingido su propia muerte para tramar su venganza y regresar en el momento oportuno.

“Buscad un buen socio y no lo dejéis escapar. Es clave. Os hace falta alguien que crea en vosotros, respete vuestras opiniones y vuestra visión. Estas relaciones no son fáciles y vienen a ser como matrimonios. Y pensad globalmente”, dijo Tom Ford también en esos 15 mandamientos. Y, sí, estaba hablando de De Sole. De esta manera, el hombre gay más heterosexual del mundo no ha dejado escapar la división de su fima en la que siguen rigiendo las leyes de la mercadotecnia en las que él está laureado cum laude: la del sexo y la bellexa masculina. Un ámbito en el que, ni siquiera pese a la presión de las redes demonizadoras, la belleza normativa ha sucumbido. Aquí, los cuerpos siguen siendo atléticos, bellos, hercúleos, hiperbólicos, bronceados, sexuales, jóvenes, atrevidos, incluso, desvergonzados… Como los 300. Y Tom Ford sabe cómo vestirlos. Ya sean 3000 o 30 millones. Vestirlos, sí, pero, evidentemente, para volverlos a desnudar.


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