Los dos códigos de estilo de las Grimaldi: de la elegancia de Carolina a la modernidad de Estefanía

Por hola.com

No sabemos cómo Carolina de Mónaco hubiera reinterpretado la etiqueta de la gala del decimoquinto aniversario de la Asociación de la Lucha contra el Sida, pero Estefanía de Mónaco, presidenta de honor de la fundación, y sus acompañantes, tanto el príncipe Alberto como sus hijos, Louis Ducruet y Camille Gottlieb, se prestaron al juego: vistieron la cita como cualquier turista durante unas vacaciones de verano en Hawai o en el Caribe o similar. Tal vez la princesa Carolina hubiera convertido un conjunto de playa en un atuendo sublime con una corona de flores, como en su luna de miel con Philippe Junot en la Polinesia; con unas gafas de sol de aviador, como en su dorada juventud, o con una pamela, como en la Riviera francesa hace unos años, tal vez sencillamente esa no era la intención de la velada.

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Pero la ocasión ha servido para poner frente a frente los dos códigos de estilo de las Grimaldi: el sofisticado de la princesa Carolina y de sus hijas, Carlota Casiraghi y Alejandra de Hannover, y el desenfadado de la princesa Estefanía y de sus hijas, Paulina Ducruet y Camille Gottlieb. Si en los vestidores de Carolina y sus chicas entran primeras firmas de moda y exclusivos complementos dignos de una princesa siempre idónea para una portada de glamour, Estefanía y sus hijas no se andan con las sutilezas de su género y abren de par en par las puertas de su armario a transparencias, minifaldas, cazadoras y botas moteras, tachuelas y otros complementos (y actitudes) que, aun de última moda, se encuentran desterrados en otras cortes reales.

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Carolina de Mónaco es una princesa modelo. Se corona con un redoble de elegancia el Día Nacional, cuando los Grimaldi se ponen las mejores galas, luciendo traje de Chanel, tocado de época y collar de perlas por ejemplo, pero también se distingue entre las mejor vestidas y se convierte en inspiración andante el resto de días del año. Lo mismo en bodas, bautizos, cumpleaños y aniversarios reales, que en sus compromisos oficiales o que en sus salidas de incógnito, impone estilo con un golpe de tacón como una reina con un golpe de su cetro. Y Carlota Casiraghi y Alejandra de Hannover le siguen los pasos. Por el contrario Estefanía de Mónaco parece que nunca se haya sentido completamente a gusto en esa piel de princesa de escaparate y, cuando toca mudar y ejercer en Palacio, se camufla en la mera corrección, con justas concesiones a la etiqueta de la realeza, a la sombra de su hermana: nada de sombreros, nada de joyas, melena retirada hacia atrás..., lo más principesco que acata es la distinción de la Dama Gran Cruz de la Orden de Grimaldi prendida en el abrigo, unos guantes y una diadema.

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Las citas oficiales que presiden están hechas a su imagen y semejanza. El baile de la Rosa en el que Carolina de Mónaco y sus hijos dan la bienvenida a la primavera es Alta Costura en flor. El Festival de Circo, ese espectáculo en pos de un imposible, no puede tener mejor madrina que Estefanía de Mónaco, que lo ha sido no solo de título, sino de corazón y alma, llegando a cambiar incluso por un tiempo la vida en Palacio por una vida en la carpa. Cada año, en compañía de sus hijos, vuelve con su más difícil todavía, un deslizarse por la cuerda floja desde el chic de alta cuna hasta la moda urbana con escotes de vértigo, minifaldas de impresión y piercings y tatuajes como adornos de gran impacto, el atuendo que mejor la define: moderna, natural y rebelde con causa(s).

Ambos códigos de estilo son reflejo de la personalidad de cada una y expresión de dos maneras de vivir la condición de princesa. Carolina de Mónaco ha sido la perfecta Primera Dama en ausencia de la princesa Grace hasta que en 2011 el príncipe Alberto se decidió a casarse y tiene asumido que es embajadora de Mónaco las 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 365 días del año. Como hermana pequeña, Estefanía de Mónaco apenas tiene tareas de representación y es libre de las mismas exigencias. Ahora bien, si no como princesa, puede ser como madrina en la próxima boda de su hijo Louis Ducruet con Marie Chevallier, cuando se decida a jugar la baza del glamour. 

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