'Olemos a lo que comemos', ¡cuidado con tu dieta!

Aunque el sudor se supone que no tiene olor, y que adquiere cierto aroma solo cuando entra en contacto con las bacterias de la piel, lo cierto es que los restos químicos de nuestra digestión pueden tener un impacto negativo en nuestro olor, al emanar como sudor, en función de cuál sea nuestra dieta.

Por Cristina Soria

Puede que recuerdes la frase popular “somos lo que comemos”, porque sin duda los nutrientes de los alimentos son los que hacen que nuestro cuerpo se regenere y se mantenga vivo. Sin embargo, no está de más tener en cuenta que algunos de los alimentos que nos llevamos a la boca producen un efecto secundario, y no solo somos lo que comemos, sino que nuestro olor corporal y bucal varía en función de los nutrientes que ingerimos, que hacen que nuestra sudoración modifique su aroma.

Esto no tiene nada que ver con mantener un nivel óptimo de higiene. Podemos ducharnos escrupulosamente y cepillar los dientes después de todas las comidas, y sin embargo nuestro olor corporal podrá variar en función de lo que hayamos comido.

Según un estudio de Firmenich, liderado por el doctor Christian Starkenmann, el olor corporal es una cuestión química que incluso difiere en función de nuestro sexo. Todo tiene su explicación científica, pues la piel de las mujeres tienen más azufre, y esta sustancia al mezclarse con la bacterias se transforma en un compuesto llamado “tiol” que guarda un olor similar a la cebolla. De la misma manera, los hombres tienen en su piel un ácido que cuando entra en contacto con las enzimas que producen el sudor generan un olor similar al queso.

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La falta de fibra da el protagonismo a los alimentos que producen mal olor

Es bastante razonable que aquellos alimentos que el organismo es capaz de metabolizar de forma natural dejen la mínima huella en nuestro olor. Por el contrario, cuando ingerimos alimentos procesados estamos dándole a nuestro aparato digestivo una difícil tarea, de la que no siempre saldrá victorioso. Cuando algunos elementos de un producto procesado no consiguen ser digeridos por el estómago pasan a una fase de fermentación y putrefacción, por lo que el organismo trata de deshacerse de ellos.

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Si tenemos costumbre de alimentarnos con productos procesados, es muy probable que no estemos obteniendo toda la fibra que nuestro organismo necesita, y esto hace que estos elementos fermentados y putrefactos de los que hablamos, no logren salir fuera de nuestro organismo en la deposició, por lo que el organismo los eliminará usando un plan B: la sudoración. Así es como emana el mal olor de lo que comemos.

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Pero no solo los alimentos procesados tienen esta cualidad: las preparaciones muy especiadas, aunque utilicen materias primas naturales y la elaboración sea casera, pueden acabar dándonos un disgusto olfativo. El comino y el orégano son, entre las especias más comunes, de las que más mal olor producen en nuestro organismo. Pero una buena idea puede ser equilibrarlas con otras que favorecen todo lo contrario, como el perejil y la hierbabuena, que limpian nuestro organismo de toxinas y propician un buen olor corporal.

Además, es sabido que los alimentos lácteos también pueden ser responsables de un mal olor corporal, y en concreto del aliento. Esto se debe a que para el organismo resulta muy difícil romper las moléculas de los lácteos, siendo esta una de las razones por las que los lácteos producen tantas intolerancias. La consecuencia en el aliento es ese olor tan característico de “huevos podridos” que tan incómodo nos resulta.

Minimizar los olores

Además de consumir más fibra y de evitar en nuestra alimentación los productos que aumentan la segregación de olores, un truco muy efectivo puede ser ingerir líquidos. Cuanto más hidratado esté nuestro organismo, más se diluyen los malos olores y llegan más debilitados al exterior. Además, puedes recurrir a incluir en tu dieta infusiones de hierbas aromáticas, y las que mejor funcionan son la manzanilla y el anís. 

Las nueces también son un recurso muy bueno si queremos neutralizar los olores corporales, pues su alto contenido en zinc y magnesio convierten a este fruto seco en un escudo contra la expulsión de olores fuertes relacionados con la alimentación.

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