El cielo es rojo

Por Loreto Sesma

“El cielo siempre es rojo”, me dijo un día mi padre. Tendría once años y estábamos en una de las plazas por la que pasábamos de camino a la oficina de mi madre. Cuando no tenía muchos deberes y hacía buen tiempo, parábamos a tomar algo ahí y charlábamos sobre lo que se nos ocurriera en ese momento. Mi padre es un tipo muy peculiar, digno de investigación en vitrina y probeta, imposible de clasificar y, por lo tanto, imprevisible. Por eso, de vez en cuando, dice algo que se te queda grabado para siempre. Aquel día me dijo que el cielo era rojo. No, no lo dijo, lo decretó.

Me ha costado darme cuenta todos estos años, pero tenía razón, el cielo siempre es rojo. Es un rojo anaranjado, como el fuego naciendo cuando una hoguera empieza a arder o como el atardecer en Madrid. Como la etiqueta de una caja de bombones, como la sangre diluyéndose en el agua o la mercromina. Pensaba en esto la semana pasada mientras participaba como miembro del jurado del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla. Conseguí recordar a la perfección el momento en el que me llamaron para decirme que había ganado. Estaba volviendo de la universidad, justo a mitad de camino y en esa cuesta criminal que tenía que escalar para ir a casa. Hacía muchísimo frío, ya había oscurecido y yo salía de mis prácticas de Producción Radiofónica. La fecha, 15 de noviembre de 2017. Lloré con esa extraña felicidad incrédula que te dan los sueños cumplidos.

Ese día, más que nunca, el cielo era rojo. Y lo sigue siendo, lo será siempre. Mira que a veces me dejó atropellar por el propio ritmo de la vida y me olvido de quién soy y qué quiero, por qué lo quiero. Corro, corro y corro y muchas veces consigo llegar a todos los lados menos a donde quiero, solo, única y exclusivamente a donde debo. Apunto en la agenda compromisos, recordatorios de compromisos, recordatorios de los recordatorios de compromisos. Y dejo de escribir porque vuelvo a llegar tarde al siguiente deber.

A veces me dedico el mismo tiempo que se deja escapar de las esferas herméticas del engranaje de los relojes, es decir, ninguno. Y descubro, un buen día, que hace bastante que no me dedico el mimo que necesito pero que, sobre todo, me merezco. Agujas temporales que se clavan bien adentro cuando, de repente, atisbas que no hay nada peor que olvidarse de ti mismo porque es entonces cuando dejas de reconocer quién eres, qué quieres y por qué.

Siempre he pensado que pasamos por la vida de las personas que necesitan algo de nosotros. Algunos encuentros son tan fugaces como el efímero choque de hombros al salir del metro, otros duran unos segundos más y son la mirada sostenida en un mismo bar, pongamos incluso en la misma barra. Otros acercamientos surgen de la genética, el flechazo, otros del roce o el beso y algunos incluso de la propia colisión.

De hecho, cuando pienso en esto me viene siempre a la cabeza la misma reflexión: nuestro planeta surgió de una colisión con Tea. Sobrevivió gracias a esa misma colisión y encima, por otro lado, nació la Luna. Primero es una atracción, un magnetismo tan poderoso como inevitable; después, la velocidad. Por último, el encontronazo.

De alguna manera, he ido dándome de bruces con esos mensajeros improvisados en cada cosa que iba haciendo, en cada sitio al que acudía. De algunos me he enamorado, otros se quedaron por el camino (menos mal). Algunas veces, muchas de ellas y cuando menos lo esperaba, era la sangre la que llamaba siendo ese mensajero ha sido mi padre. Escribía el otro día en Instagram en una historia: “que quede claro, amo mi vida y mis curros (pero un día me da algo)”. Para mi sorpresa, fueron muchas las personas que me contestaron diciéndome que estaban en la misma situación. Yo estaba de camino al aeropuerto para coger el avión que me llevaría a Melilla, ciudad en la que recordaría todo esto. “El cielo siempre es rojo”, me dijo un día mi padre.

“El cielo siempre es rojo y será del color que tú quieras siempre y cuando tú creas en ello. No hagas ni el más mínimo caso a todos los que te dirán que no es del color del que tú lo ves. Si para ti el cielo es rojo, siempre lo será”. Me hablaba de los sueños, aunque yo en ese momento no lo entendiera.

Desde que lo comprendí veo mares de fuego extendiéndose entre las nubes