Consejos para enseñarle a tu hijo cómo perder©Pexels - Allan Mas

Crianza

¿Tu hijo tiene ‘mal perder’? Consejos para corregirlo

Puede llegar a convertirse en un problema y debería abordarse en casa desde el principio

“Hay que saber perder”. “No se puede ganar siempre”. “Lo importante es participar”. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas frases? Cuando éramos pequeños, infinidad de veces. ¿Y cuántas las hemos dicho? Ahora que somos adultos y padres, otras tantas. Siempre que perdíamos a algún juego, era la forma de consuelo que nos ofrecían los mayores y que, indirectamente, nos decían “disfruta del proceso y no tanto del resultado final”. Sin embargo, a muchos padres nos choca que este aprendizaje no vaya en línea con la motivación que queremos ofrecerle, con la que busquen dar lo mejor de sí mismos y optimizar su rendimiento.

Entonces, ¿qué es mejor para nuestros hijos a la hora de educarlos? O le transmitimos ser muy competitivos o le enseñamos a encajar bien las derrotas. Quizás, sean compatibles. Una competitividad adecuada y la capacidad de aprender o gestionar los errores puede ser la clave del éxito. Por tanto, si tu hijo no sabe perder, lo mejor es que te pongas manos a la obra para trabajar en ello. Si quieres saber cómo hacerlo y entender de dónde viene su frustración, lee lo que Patricia de Diego, coach educativa y familiar con más de diez años de experiencia, tiene que decirte.

Patricia, ¿qué es no saber perder?

Podemos definir el no saber perder como una sensación que sentimos los niños y adultos y que puede tener consecuencias negativas si no aprendemos a gestionarlo desde pequeños.

En primer lugar, lo que sentimos es frustración por no haber sido capaces de conseguir un objetivo propuesto. No aprender a gestionar esta emoción da lugar a la rabia que, a su vez, si no se controla, puede adueñarse de nuestros mensajes verbales y nuestras acciones. Por ejemplo, puede hacer que nos expresemos con frases hirientes que rompen relaciones afectivas con actos peligrosos tanto para nosotros mismos como para los demás.

En los más pequeños, esta sensación se manifiesta en rabietas, enfado o llanto. Ya en la adolescencia e, incluso, en la edad adulta, las reacciones pueden llegar al abandono de la integridad, la honestidad o el respeto con un único objetivo: conseguir ganar. Esto puede provocar una autocrítica no constructiva que no dejará lugar a la autocompasión o espacio para entender qué ha fallado, aceptar el error y buscar una solución. No nos deja entender el por qué.

Entonces, ¿por qué no sabemos perder? ¿es algo que se aprende?

Saber perder se enseña y se aprende. Debe inculcarse desde pequeños en el entorno familiar, académico y social a través de juegos, torneos, competiciones, etc. y extrapolarlo a lo largo de la vida en todos los entornos en los que convivamos incluyendo todas las profesiones.

Es decir, “no saber perder” no ocurre solo en el entorno infantil y en momentos lúdicos, si bien es cierto que los primeros momentos en los que se descubre esa sensación es siendo niños a través de juegos con otros niños. Pero si queremos evitar que nuestros hijos sufran en la adolescencia o en la edad adulta las consecuencias de no saber perder, uno de los mayores regalos que podemos hacerles para enfrentarse a sus vidas es aprender a saber perder sin que la frustración y la rabia se adueñen de ellos, enseñándoles a que se hagan esa autocrítica constructiva y pongan en práctica la autocompasión. Esto es saber perder.

¿Qué consecuencias tiene el no saber perder?

Muchas. Durante la infancia, en realidad, puede hacernos incluso gracia ver que un niño se enfada, llora o tiene una pataleta porque ha perdido a un juego, pero esto puede llegar a ser un arma de doble filo si no le enseñamos a perder con todo lo que conlleva. Las consecuencias a medio y largo plazo, aunque no lo creamos, pueden llegar a ser muy graves tanto para la persona que no ha aprendido a perder, como para la persona que le ha hecho perder o incluso para otras personas de su entorno.

Durante la infancia los niños emplean la agresividad, pegan, golpean, rompen objetos, etc. Durante la adolescencia, los jóvenes alivian su frustración con personas con las que saben que no van a “perder” como un padre, una madre, un hermano, un compañero que consideran débil. En esta edad puede tener graves consecuencias que no aprendan a controlar la frustración y la rabia que sienten al no saber perder. Generan pensamientos negativos y creencias limitantes que les afectan a lo largo de su vida.

Y, en la edad adulta, todo esto se maximiza de tal forma que sentir que pierdes una pareja, un proyecto, un amigo o dinero puede llevarnos a cometer errores irreparables.

Consejos para conseguir que mi hijo aprenda a perder

Como nos explica nuestra experta, “es muy importante que sepamos aprovechar los momentos de juegos y competiciones con nuestro hijo desde la infancia o mientras le observamos jugar con otros niños para que aprenda a perder”. Para ello, nos da algunos consejos:

  • El niño debe experimentar la sensación de ganar y la de perder.
  • Cuando pierda un juego y se enfade podemos hablar con él de lo que ha pasado, cómo se ha sentido y si podía haber hecho algo o no para evitarlo y también de cómo debe aceptarlo para sentirse bien después.
  • Podemos recurrir a contarle anécdotas de cuando éramos pequeños o de otros niños de nuestro entorno para que se pueda sentir identificado, incluso, aludir a alguna historia que conozcas en la que si el niño perdió y no supo gestionar su ira tuvo consecuencias negativas después.
  • Utilizar capítulos de libros o trozos de películas para que lo entienda mejor.
  • En el caso de que nuestro hijo ya sea adolescente, hay que observar si descarga su ira contra nosotros, porque puede ser consecuencia de una sensación interna de perdedor que, por alguna razón, no sabe o no puede gestionar. En este caso, la clave es la comunicación bidireccional, abierta y fluida.
  • Debemos evitar criticarle o aleccionarle, y por el contrario, debemos aprovechar estos momentos y situaciones para recurrir a la escucha y ayudarle a que aprenda a ser consciente de sus sensaciones y cómo reacciona ante ellas, enseñarle a controlarse y a ser responsable de sus actos y sus consecuencias.