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Andrés Campos
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Apetecen paseos y baños en el mar, sí, pero también excursiones por la naturaleza, visitas inesperadas para contemplar a la fauna y panorámicas a vista de gaviota que quitan el sentido. El verano puede ser diferente a lo que imaginabas en la costa mediterránea. Los cocineros más famosos de España usan la sal de este valle a media hora de Vitoria, que, en estos meses, ofrece un paisaje deslumbrante. Es el momento en que esta se produce de manera artesanal y el valle se cubre de un manto blanco. Aquí tienes las pistas para descubrirlo. Andando por los caminos de la sierra portuguesa de São Mamede se descubren todas estas sorpresas y más. La primera, la preciosa villa fortificada de Marvão, sobre la cresta más afilada de este parque natural, ideal para una escapada al otro lado de Extremadura. Tres sendas señalizadas recorren las hoces que la rodean, como un foso gigantesco. Paseando por estos cañones se descubren remansos de aguas hipnotizadoras, alamedas de oro, rascacielos medievales y miradores desde los que uno no se cansa de contemplar esta preciosa ciudad surgida de las profundidades del mar. Pocas cosas más apetecibles que bañarse al aire libre en invierno. No en un río cualquiera, claro, ni en la playa, sino en una piscina natural de aguas termales como las que hay en Ourense, en Granada, en Tarragona y en otros lugares de la península. Muchas de estas aguas son medicinales y, encima, gratuitas. Ideales para cuidarse por dentro y por fuera, incluido el bolsillo. La capital de Irlanda es conocida por su cerveza (de aquí es la Guinness, la negra más deseada del mundo) y por su marcha: hay mil pubs, con una banda musical o algún espontáneo dándolo todo en cada uno. Pero existen otras excelentes razones para visitarla, empezando por su bagaje literario. En Dublín han nacido tres premios Nobel de Literatura: Yeats, Shaw y Beckett. Por esto, y por el gigantesco Joyce (que no ganó el Nobel), la Unesco la declaró Ciudad de la Literatura. Aguas abajo de la ciudad de Toledo, el Tajo es un espejo que refleja puentes milenarios, ruinas visigóticas y un castillo templario. Pero también un insospechado refugio de aves en un paisaje que recuerda al famoso de la Costa Oeste de Estados Unidos. Muy pocos conocen estos tesoros y se pueden descubrir en una ruta en coche. Tres santuarios, Loyola, La Antigua y Aránzazu, de tres estilos: barroco, románico y contemporáneo, y una ruta en coche que los une atravesando las montañas de la mano del río Urola. Por el camino se descubren, además, una preciosa vía verde y una ferrería donde aún se sabe trabajar el hierro como se hacía en el siglo XV. En Ourense está Verín. Y río Támega abajo, ya en Portugal, Chaves. Ambas poblaciones forman una eurociudad (visitchavesverin.com) con servicios y recursos comunes, y con una cantidad exagerada de aguas termales, que ya hacían las delicias de los romanos. En los tiempos que corren, es un placer descubrir dos lugares que se quieren y quieren ser uno, sin importarles las fronteras. Desde Toro, la capital del vino zamorano, hasta Fermoselle, la capital de los Arribes, discurre un viaje de 150 kilómetros junto a un Duero cada vez más encañonado. En el camino se visitan iglesias románicas y visigóticas, puentes históricos, miradores estratosféricos y lindas villas ribereñas. Es el Duero zamorano. El más bello y desconocido. Dos famosos enclaves surfistas, Peniche y Nazaré, una villa medieval amurallada, Óbidos, y dos monasterios Patrimonio de la Humanidad (Batalha y Alcobaça). Todo en una ruta por la Región Centro. Antiguos puertos balleneros y casas de entramado de madera. Imponentes acantilados y olas óptimas para el surf. Es lo que encontraremos en este cercano tramo de costa, la más bella al otro lado de la frontera, en una ruta que parte de Hendaya y nos lleva hasta Bayona por la Corniche Basque. La Estrada da Escarpa es una carretera que discurre a 300 metros de altura junto al mar y enlaza un montón de lugares sorprendentes. Las playas de Setúbal, el castillo medieval de Palmela, el cabo Espichel y las bodegas de Azeitão forman una ruta deliciosa. Todo, a media hora de Lisboa. Los barcos de proa curva que surcan los canales de Aveiro son la imagen más conocida de esta ciudad de la costa central portuguesa. Pero a su alrededor se ven campos de dunas, salinas tradicionales, un acuario de bacalaos y la cuna de la famosa porcelana Vista Alegre. Todo perfecto para ir enlazando en una ruta. No hay en España un espectáculo acuático comparable al que ofrece el río Mundo al surgir de una cueva y caer por un cortado de las montañas calizas del suroeste de Albacete, formando sus famosos chorros y calderetas. Cuando uno cree que el agua no puede hacer más florituras, se produce el Reventón y la belleza se multi-plica por mil. Entre noviembre y enero este fenómeno se produce con más fre-cuencia. Castillos de película, mallos, ríos bravos y bellos pueblos adornan este rincón de la provincia de Huesca que es la Hoya de Huesca, que fue reino independiente hace unos cuantos siglos y hoy lo es de buitres, escaladores y aficionados al rafting. Da para una escapada de lo más apetecible y activa. El viaje en barco entre ambos puertos pesqueros está lleno de alicientes para los que aman navegar, desde los acantilados y las playas de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, paraíso de aves y surfistas, a la ermita de San Juan de Gaztelugatxe, la Rocadragón de Juego de tronos, o la posibilidad de avistar cetáceos. Castillos y cenobios medievales. Espesos robledales y helechos de hace millones de años. Misterios y leyendas del río Eume, en cuyas aguas se espeja el bosque costero atlántico mejor conservado del continente. Una ruta desde Pontedeume hasta el monasterio de Caaveiro con la que disfrutar en familia, solo o en pareja esta primavera A 60 kilómetros al norte de la capital arranca este recorrido en coche que remonta el curso bajo del río Lozoya. Son 45 kilómetros por la orilla quebrada y solitaria de embalses serranos que almacenan más de la mitad del agua dulce de la región. Es como ir por una carretera litoral, con la ventaja de que este mar, además de verse, puede beberse. Si España no tuviera ya una bandera, podría hacerse otra con 50 garbanzos a modo de estrellas, porque hay tantos cocidos como provincias. Debe de ser lo único en lo que todos estamos de acuerdo: que no hay plato más deseable en invierno, ni combustible mejor, más potente y barato, para recorrer España en estas fechas. Con un cocido de 15 vuelcos, como hacen en algún lugar, no hace falta ni gasolina. Desde El Ejido hasta Carboneras se puede trazar una ruta en coche que va en busca de estas atalayas desde las que se vigilaba a los piratas. Junto a ellas descubrimos salinas llenas de flamencos y las calas más solitarias del Mediterráneo. Fundada por los romanos, la vieja Cáceres es un laberinto de callejuelas comprimidas entre palacios renacentistas, Patrimonio de la Humanidad y escenario de Juego de tronos. Pero también es un lugar de cocina innovadora y de museos que no desentonarían en Barcelona o Nueva York, incluido uno para forofos del Mac. Aquí damos 10 pistas para sacarle el jugo a esta ciudad tan antigua y tan moderna. Ha sido elegida Mejor Ciudad Europea 2018, un premio que concede anualmente The Academy of Urbanism teniendo en cuenta aspectos urbanísticos, ambientales, sociales, de gobernanza e innovación. Si además de esto, el jurado hubiera considerado la calidad de los pintxos bilbaínos, no sería la mejor ciudad de Europa, sino del universo. He aquí diez planes óptimos para descubrirla y disfrutarla. Recorriendo la España rural, aún se descubren viejos hornos donde se mantiene la tradición del pan bien hecho, sin prisas ni aditivos. He aquí una breve guía de 'panturismo', una ruta por diez pueblos de toma pan y moja. Casi tan antigua como la muralla romana, es la rivalidad que existe entre los bares del barrio Húmedo y el Romántico, por ver en cuál se sirven las tapas más ricas y generosas. Además de esto, que ya es mucho, en León hay unos productos de primera (es la provincia con más alimentos protegidos de España) y un elenco de restaurantes de lo más apetecible, incluida la estrella Michelin quizá más barata del país. Difícilmente hallará un amante del vino un viaje más intenso que el que lleva de las bodegas de Vila Nova de Gaia, donde envejecen los extraordinarios oportos, a los viñedos del Alto Douro, donde se cultivan en terrazas inverosímiles las uvas que darán la perfecta mezcla. En el camino, ya sea en barco por el Duero o en coche, un montón de experiencias de lujo para disfrutar. Decía Robert Graves que se vino a vivir a Mallorca buscando “sol, mar, fuentes, árboles umbrosos y poca política”. Vale, esta lista no está mal, pero nosotros la vamos a mejorar añadiendo montañas, algún monumento y una buena ensaimada artesana. Después de la de Altamira, no hay cueva prehistórica más atractiva en Cantabria que la del Castillo, cuyas paredes abarrotadas de animales hacen frotarse los ojos a expertos y legos. En Puente Viesgo hay además bellos senderos para hacer a pie y en bici. Y un balneario de aguas buenas para el corazón, donde reponerse de tanta emoción. Hace 80 años esta villa vizcaína fue arrasada por las bombas de la Legión Cóndor y se convirtió en un símbolo del horror de la guerra, difundido universalmente por el genio de Picasso. Hoy Gernika es un símbolo de todo lo contrario, de la esperanza, de la paz y de la alegría, que hasta los lunes parecen aquí festivos. Hay museos para recordar, sí, pero también mucha naturaleza alrededor (las playas y marismas de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai) para perderse y olvidarse de todo. Cuenca es una ciudad muy bonita, sí, pero mucha gente piensa que para verla basta un fin de semana y, si se viene en AVE, ni eso. Error. Además de la Cuenca evidente, la que visitan en un pispás los turistas apresurados, hay una Cuenca subterránea, otra de sendas panorámicas, otra de dinosaurios cretácicos, otra de antiguos conventos que en-cierran naves espaciales y joyas del arte contemporáneo... No acaba sino que nace en Santiago y conduce a Fisterra y Muxía, donde el Apóstol, según la leyenda, también anduvo. Caminando hacia el antiguo 'finis terrae' podrás ver pueblos medievales, iglesias románicas, insólitos cementerios y el litoral más bello y fiero de España: la Costa da Morte. Anda que no hay lugares en España donde se está fresquito en verano. Pero nosotros, urbanitas recalcitrantes, nos empeñamos en visitar Madrid, Córdoba o Sevilla cuando más calor hace. Menos mal que hay oasis para viajeros empecinados, hoteles con piscina en la azotea donde se está tan a gusto a 45 grados, contemplando la Giralda o el Micalet sin salir del agua más que para tomarse un mojito en la tumbona. Menos mal. Hace nada era un deporte minoritario en España, como el jai-alai, el curling o el bicipolo. Hoy el que va a la playa y no sabe surfear, es un dominguero. Si no quieres morirte sin haber cabalgado antes la mítica ola de izquierdas de Mundaka, enfúndate este verano el neopreno y toma unas clases en alguna de las muchas escuelas de surf que salpican las costas de Norte. Mozart, Beethoven, Schubert, Haydn, Schönberg, Mahler, Strauss… En ningun otro lugar han vivido y trabajado tantos compositores como en Viena. Si siempre ha sido una ciudad muy musical y bailarina, este año ya es un no parar, porque se celebra el 150º aniversario del vals El Danubio azul y el 175º de la Filarmónica de Viena. Dirigir una orquesta, aprender a bailar vals o ver gratis un espectáculo de la Ópera son tres planes que suenan de maravilla, como todo en esta ciudad. Es imposible que una ciudad que han visitado cientos de millones de personas desde la Edad Media guarde todavía algún secreto. Pero sí que tiene sus misterios y sus curiosidades: piedras que se vuelven de cobre al atardecer, campanas que suenan 13 veces a medianoche, universitarios que se especializan en el París-Dakar y peregrinos que comen todos los días por la patilla en el lujoso parador. Hay quien se divierte comiendo una hamburguesa de plástico en una ciudad abarrotada y ruidosa. Y hay quien prefiere tomarse unos txipis en el puerto de Lekeitio o un arroz a la cazuela en la villa medieval de Pals. Son dos de los pueblos españoles que integran la red de municipios por la calidad de vida Cittaslow, destinos ideales para el turista tranquilo, el que de verdad sabe viajar. Esta ruta discurre por las tierras que baña el Miño justo antes de morir en el océano. Del castro de Santa Trega, que domina la desembocadura del gran río gallego, a la catedral de Tui, la única catedral de Pontevedra, que también es un óptimo mirador. Por el camino, las bodegas de O Rosal y una multitud de molinos harineros. Quien tuvo, retuvo. Burgos, que fue cabeza de Castilla y asiento de reyes (vivos y muertos), es un potente imán de viajeros que gustan de la historia, el arte y la gastronomía. En su oferta abundan el gótico y la cocina tradicional, pero también hay chefs mediáticos y edificios tan modernos y deslumbrantes como el Museo de la Evolución Humana, el único del mundo especializado en este asunto. Cascadas de muchos metros alimentadas por el deshielo, paseos botánicos por jardines principescos y bosques recónditos, mariposas que solo se dejan ver durante las noches de primavera… Planes para extraerle todo el néctar a la estación de las flores y los ríos caudalosos en las cercanías de la capital. Fundada hace 3.000 años por los fenicios, Cádiz tiene historia, ruinas y monumentos para aburrir. Pero también mercados y plazas rebosantes de vida. Y playas óptimas para dejarse de piedras y museos y pasar el día a ritmo de chiringuito y puesta de sol. Claro que, comiendo churros con chocolate y pescaíto frito, como aquí se estila, lo de lucir palmito en bañador está complicado. Si piensas que el choco es un dulce, la raya un estupefaciente y el tiburón un pez que solo comen los chinos, es que no has estado en Huelva. He aquí cuatro pistas para descubrir la espléndida cocina marinera de la que, por eso mismo, ha sido elegida Capital Española de la Gastronomía 2017. Cualquier excusa es buena para viajar, sobre todo si la excusa es redonda, amarilla y sabe a amor de madre. En esta lista no están todas las tortillas ricas que son, pero son excelentes todas las que están: desde las famosas de Betanzos, que es la capital de la cosa, hasta las que hacen sobre la hoguera en una aldea remota del Pirineo leridano. ¿Quién se acuerda de las estrellas Michelin cuando tiene en el plato un auténtico sol?