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Adolescente angustiada, triste y alterada sentada a la mesa de la cocina. Trastornos alimentarios. Pérdida de apetito. Problemas propios de la adolescencia.© Getty Images

Psicología

Trastorno de la conducta alimentaria: cuando el dolor emocional se refleja en la comida

Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son una dura realidad por la que pasan muchos niños, adolescentes y familias. Abordarlos de forma correcta es necesario para salir de ellos. Son problemas donde no hay un solo factor precipitante, pero en los que sí se puede hacer algo para prevenirlos.


2 de junio de 2025 - 17:30 CEST

Se estima que entre un 11 y un 27% de los adolescentes presentan conductas de riesgo para acabar desarrollando un trastorno de la conducta alimentaria (TCA). Son problemas que también se dan en la infancia y que afectan de manera profunda a toda la familia. 

Hablamos con Eugenia Ponte, psicóloga y directora del Centro de rehabilitación y tratamiento en TCA Genesiis (www. genesiis.es) para que nos cuente cómo actuar y qué hay detrás de estos trastornos.

Cuando hablamos de TCA, no estamos ante un simple problema de comida. Es una señal de que algo más está pasando, tanto dentro del menor como en su entorno

Eugenia Ponte, psicóloga experta en TCA

¿Qué factores de riesgo personales influyen en la aparición de un TCA en menores?

Cuando se presenta un TCA hay que saber que su desarrollo obedece no solo a un factor sino a varios, que se entrelazan en un momento de su vida. Así, influyen tanto la personalidad, como los contextos familiares sociales y culturales en los que se desenvuelve el niño o el adolescente.

No obstante, hay algunos elementos personales que juegan un papel destacado, como destaca la experta:

Adolescente con TCA delante de un bol de comida© Adobe Stock

¿Y qué factores externos tienen más peso en un TCA en niños y adolescentes?

"Los factores externos actúan como multiplicadores de riesgo cuando convergen con vulnerabilidades personales y relaciones familiares complejas. Los trastornos de la conducta alimentaria en niños y adolescentes no aparecen de la nada ni por una sola causa. Se desarrollan cuando se juntan varios factores, tanto personales como del entorno. Es importante entender que, más allá de lo que se ve —como dejar de comer, comer en exceso o preocuparse demasiado por el cuerpo—, hay un malestar emocional más profundo que muchas veces se expresa a través de la relación con la comida y con el propio cuerpo", subraya la especialista.

Si hablamos de la influencia familiar, las críticas constantes al cuerpo, la presión para que el menor se vea de una determinada manera o las dificultades en el manejo de las emociones pueden aumentar el riesgo. Del mismo modo, lo que sucede en el ambiente escolar, sobre todo si recibe burlas o acoso por su aspecto físico, tiene importancia. 

¿Cómo les impactan en este problema las redes sociales? Los medios de comunicación y las redes sociales refuerzan esta presión. "Desde muy pequeños, niños y niñas ven imágenes de cuerpos 'perfectos', retos virales sobre dietas o ejercicio extremo y mensajes que asocian el valor personal con el aspecto físico. Esto puede hacer que sientan que su cuerpo no es suficiente y empiecen a compararse constantemente", advierte.

No obstante, Eugenia Ponte insiste en que "cuando hablamos de TCA, no estamos ante un simple problema de comida. Es una señal de que algo más está pasando, tanto dentro del menor como en su entorno. Abordarlo implica no solo ayudar al niño o adolescente, sino también mirar a su alrededor, escuchar lo que no se dice y acompañar sin juicios".

Adolescente con TCA mirándose al espejo© Adobe Stock

Las señales de alarma de un TCA en niños y adolescentes

"Las señales de un trastorno de la conducta alimentaria en niños y adolescentes no siempre son evidentes desde el inicio. De hecho, muchas veces se manifiestan de manera sutil, casi imperceptible, lo que puede retrasar la detección y el acompañamiento adecuado. Estar atentos a esos pequeños cambios puede marcar una gran diferencia", destaca la especialista de Genesiis.

Debemos estar vigilantes ante estas manifestaciones, como detalla Eugenia Ponte:

  • Cambio repentino en su relación con la comida: "Dejar de comer ciertos alimentos que antes disfrutaba, mostrarse muy selectivo, obsesionarse con lo 'saludable' o inventar excusas para evitar comidas familiares. También es común que empiece a comer solo, o que insista en servir sus propias porciones, con un control poco habitual para su edad".
  • Malestar con su cuerpo: "En forma de comentarios negativos sobre su imagen —aunque parezcan 'inocentes'—, evitar verse en espejos, o compararse constantemente con otras personas, especialmente figuras en redes sociales. A veces no lo dicen directamente, pero se nota en gestos, actitudes o en el uso excesivo de ropa holgada para ocultar el cuerpo".
  • Cambios emocionales y de conducta: "Irritabilidad, aislamiento, cambios bruscos de humor o desinterés por actividades que antes disfrutaba. Algunas señales físicas como fatiga constante, mareos, caída de cabello o irregularidades en el crecimiento también pueden ser indicadores cuando no hay otra causa aparente".

¿Y cuáles serían las señales menos evidentes? "En los casos más sutiles, el síntoma puede esconderse bajo discursos aparentemente 'saludables' o 'motivados': comenzar a hacer ejercicio de manera rígida, pesarse con frecuencia, interesarse por dietas o mostrar una preocupación excesiva por ingredientes, calorías o etiquetas nutricionales". Ante cualquiera de ellos, es importante no minimizarlo, pues cualquier comentario repetido o un hábito o actitud que no nos cuadra según su forma habitual de ser puede estar indicando algo más profundo. "Escuchar sin juzgar, observar con atención y abrir espacios de confianza es el primer paso para ayudar", añade.

Niña con TCA delante de un plato de comida que no quiere© Adobe Stock

¿Qué protectores preventivos tienen más efecto a la hora de evitar un TCA?

"Prevenir un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) no se trata solo de evitar que los chicos pasen hambre o coman en exceso. Tiene mucho más que ver con ayudarlos a construir una relación sana con su cuerpo, su comida y sus emociones. Y en eso, el entorno familiar cumple un papel fundamental", señala la psicóloga.

En este sentido, la familia juega un papel clave para que desarrollen una autoestima fuerte, sin sentirse únicamente valorados por lo que consiguen o por cómo se ven. La autoestima sana tiene que apoyarse en su esencia como personas. "Validarlos, reconocer sus esfuerzos y enseñarles a aceptarse tal como son los protege frente a muchas presiones externas", subraya. "También es clave que puedan hablar de lo que sienten. Si en casa se les escucha sin juzgar y se les acompaña en sus emociones, van a aprender que no necesitan callarse o controlar su cuerpo para lidiar con lo que les pasa por dentro".

 Además, como adultos somos modelos para ellos, por lo que es muy importante cuidar cómo hablamos del cuerpo y de la comida, tanto del nuestro como del de los demás. "Comentarios como 'estoy gorda' o 'esto engorda' parecen inocentes, pero dejan huellas. Del mismo modo, no usar la comida como premio o castigo ayuda a que no se cargue de significados que no le corresponden", aconseja. En este sentido hay que invitarlos a disfrutar de la comida y del movimiento "como parte del bienestar, no desde la exigencia o el control. Cocinar juntos, comer en familia, moverse jugando o explorando, son formas de enseñar hábitos saludables sin obsesiones".

"Otro punto clave es promover la diversidad: de cuerpos, formas de pensar, habilidades. Hacerles ver que no hay un único modo correcto de ser o verse. Y en el mundo actual, con tanta exposición a redes sociales, es fundamental enseñarles a mirar esos contenidos con pensamiento crítico: que sepan que muchas de esas imágenes no son reales y no definen el valor de nadie", destaca la psicóloga.

Porque para Eugenia Ponte, "la mejor prevención es ofrecer un entorno donde los chicos se sientan seguros, queridos y aceptados. Así, no tendrán que recurrir al cuerpo o a la comida para encontrar ese lugar".

Terapeuta con una niña con TCA en consulta© Adobe Stock

¿Cómo se aborda un TCA en menores?

Hay distintas formas de tratar un TCA en niños y adolescentes, dependiendo de su gravedad, de la situación familiar, de los recursos disponibles... Sin embargo, como señala la directora del centro, lo mejor es recurrir a un enfoque multidisciplinar, donde hay una coordinación entre profesionales de la Salud Mental, médicos, nutrición, trabajo social y educativo.

Por su estado, algunos menores necesitarán ingresar en un hospital para ser tratados de este trastorno. Sucede cuando su estado físico o su salud mental no pueden ser sostenidos de forma ambulatoria. "Desde el punto de vista médico, se considera el ingreso cuando hay una pérdida de peso significativa o rápida, signos de desnutrición grave, alteraciones en los signos vitales (como bradicardia, hipotensión, hipotermia), desequilibrios electrolíticos, deshidratación severa o cualquier señal de riesgo vital inmediato. También si el índice de masa corporal (IMC) está por debajo de los límites seguros para la edad y el desarrollo del menor", describe la psicóloga. Y añade: "Pero no todo se mide en cifras. Desde una mirada emocional y conductual, también se recomienda la hospitalización cuando el menor presenta una negativa persistente a alimentarse, pensamientos autolesivos o de suicidio, uso compulsivo de ejercicio, vómitos o purgas incontrolables, o cuando hay un deterioro grave en su funcionamiento diario (por ejemplo, abandono escolar, aislamiento extremo, apatía, irritabilidad intensa)". 

"El ingreso no es un castigo ni un fracaso, sino una forma de proteger al menor cuando el sufrimiento ya no puede ser sostenido en casa o cuando los riesgos superan la capacidad de respuesta del entorno. Es una medida transitoria, que debe ir acompañada siempre de una red terapéutica y de un trabajo con la familia, para que el alta no sea solo médica, sino también emocional y relacional", explica.

En términos generales, aunque teniendo en cuenta que el tratamiento suele ser largo y no lineal, lo habitual es que se prolongue entre uno y tres años. "Es fundamental entender que el alta no siempre marca un final definitivo, sino más bien un momento en el que el menor ha logrado estabilizar su relación con la comida, con su cuerpo y con sus emociones de forma sostenida. Pero esto no implica que el riesgo haya desaparecido por completo. Las recaídas son frecuentes, especialmente en momentos de crisis vital, cambios hormonales, estrés académico o conflictos familiares", alerta.

"No se trata solo de 'eliminar el síntoma', sino de revisar y transformar los vínculos, creencias y recursos emocionales que sostenían el trastorno. Por eso, incluso cuando ya no hay conductas visibles (como restricción alimentaria o atracones), puede persistir un malestar más sutil, como el rechazo corporal, el miedo a engordar o el perfeccionismo extremo. Una parte clave del tratamiento es preparar al menor y su familia para posibles recaídas, no como fracasos, sino como señales de alerta que indican que algo necesita atención. Con el acompañamiento adecuado, muchas recaídas pueden gestionarse sin volver a un punto crítico", apunta Eugenia Ponte.

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