Angie, la novia del vestido artesano (y romántico) en el que se utilizaron más de 100 cintas de tul

El diseño, obra de Teresa Helbig, tenía un maravilloso percherín creado con la técnica del macramé

Por Regina Navarro

Aseguran los diseñadores que, para que un vestido de novia sea perfecto, debe reflejar la personalidad de la chica que lo va a llevar. A veces se vislumbra en el minimalismo de una pieza, en esos detalles que lo hacen totalmente diferente al resto o en un tejido poco habitual. El diseño de Angie tenía un poco de cada una de esas cosas. "Angie nos contó que quería algo muy especial, un vestido que reivindicase el valor de la artesanía, que la acompañase, que le hiciese sentir guapísima y poderosísima y que fuese para siempre", nos explica la diseñadora Teresa Helbig. Le enseñaron una camisa con el pecherín de macramé que habían confeccionado para la colección Join The Club de la firma, y se enamoró al instante. "A alguien con una sensibilidad tan especial como la de Angie sabíamos que un trabajo manual de esta envergadura, tan romántico y atemporal le encantaría".

Así fue como surgió la idea de crear un vestido de novia único y muy especial. Un diseño artesano en el que se utilizaron más de 100 cintas de varios metros de tul de algodón (uno de los tejidos emblema de la casa) que fueron trabajadas con la técnica del macramé. "Fusionamos la idea del percherín, con un cuello alto tipo halter, espalda abierta y falda con aberturas laterales que resultaron ser el vestido final", añade la creativa.

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La importancia de elegir al diseñador adecuado

Igual de importante que elegir un vestido que refleje la personalidad de la novia es, si se hace a medida, dar con un diseñador con el que haya feeling desde el primer momento. De ese modo se crea una relación de confianza que suele materializarse en un vestido precioso. "Admiro mucho a Teresa, como persona y como profesional. Siempre he querido tener alguna prenda suya y sabía que una buena ocasión sería esta. Aunque yo no soy tan 'sofisticada o moderna' como ella, sí que me identifico mucho con su estilo. Tenía claro desde el principio que mi vestido lo iba a hacer ella. Y sabía que dejándome llevar por sus propuestas, el vestido iba a quedar chulísimo. ¡Esta parte de la boda fue de las pocas cosas que no me hizo sufrir!", relata Angie.

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Y es que la novia no solo confió en Teresa Helbig para su vestido, también siguió sus consejos para otros detalles del look nupcial, como el velo. Un detalle que incluyeron a última hora y que dio el toque definitivo al conjunto. "Prácticamente en el último momento le propusimos hacerle uno de seda con pistilos pintados y plumas cosidas a mano simulando la forma de flores colocadas por todo el velo", relata la diseñadora. "Teresa me encandiló, y no con un velo normal, ¡con uno de plumas! Jamás me imaginé que llevaría un velo así, pero tengo que decir que, aunque era casi más atrevido que yo, ¡me chifló y lo llevé encantada!", añade divertida Angie. 

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Joyas y un ramo con anécdota

La novia nos cuenta que no sabía demasiado sobre todas esas tradiciones que rodean el mundo nupcial -lo de llevar algo prestado, algo nuevo, algo azul…-, pero que por casualidad cumplió con algunas de ellas. "Pedí prestado unos pendientes porque no tenía ningunos que me encantasen". Eran los mismos que su cuñada llevó el día de su boda, un regalo que le hizo la madre de Angie y que le encantaban. "Teresa fue la que me dijo que me había bordado un lacito azul en el interior del vestido. No es algo que yo siga especialmente a rajatabla, no hubiese pedido nada prestado si tuviese todo conmigo. Pero siempre hace ilusión llevar algo de alguien cercano como guiño", asegura.

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Lo que más claro tenía Angie desde el principio era cómo debía ser su ramo. "Yo quería ir con cuatro tulipanes blancos, algo muy sencillo… pero no era época de esta flor". Y hubo que buscar un plan B. La novia nos cuenta que fue su madre la encargada de buscar la composición acertada. Solo le dio unas claves: debía ser de flores secas, con poco color y muy sencillo. El resultado fue un ramo campestre, en el que predominaba el verde, y que coordinaba perfectamente con su vestido. 

Una historia de amor en Cerdaña

Angie y su marido, Carles, se conocieron durante la adolescencia en Cerdaña, un territorio catalán situado muy cerca de los Pirineos, el mismo sitio en el que se celebró el enlace un año y dos meses después de prometerse. "Siempre hablábamos de planes de futuro, aunque es verdad que nunca salía la palabra 'boda'.  Él no necesariamente necesitaba casarse, pero sabía que en el fondo a mí sí me hacía mucha ilusión. Los dos teníamos claro que, si dábamos el paso, sería donde empezó todo".

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Para organizar la boda y que todo saliera como habían planeado, Angie nos explica que contaron con la ayuda de dos wedding planners: la oficial y su made, que estuvo muy comprometida desde el primer momento. "La verdad es que sin ellas hubiese sido imposible. Al final, casarse en una casa donde jamás se ha hecho una boda.… ¡hay mil historias inesperadas! ¡Se necesita mucha ayuda y mucha paciencia!", apunta la novia. 

Aunque el resultado fue maravilloso, Angie nos explica que las cosas no siempre salen como uno imagina. Y es que una de las anécdotas que más recuerda de la boda fue, en realidad, un fallo. "Tras estar un año buscando la canción ideal (Alegría), y escucharla mil veces para tener claro el minuto exacto de entrada, cuando fui a entrar, la música se iba parado y siguiendo, parando y siguiendo… Así que el inicio de mi entrada en la iglesia parecía el baile de No rompas más, tirando hacia adelante y hacia atrás esperando cada vez que sonase la música correctamente. Lo bueno es que ese momento de nervios desapareció tras oír las carcajadas de la gente. Fue, desde luego, una anécdota muy a mi estilo (según todos los invitados). A veces no todo sale como esperas, pero con un poco de humor se hace hasta memorable".

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