Comportamiento

¿De verdad existen los ‘celos’ caninos?

El mejor amigo del hombre se hace inseparable y sin embargo a veces demuestra actitudes similares a los celos.

Por David Navarro

La gran mayoría de las actitudes caninas que nosotros catalogamos con sentimientos humanos merecerían una revisión pues, aunque los perros den la apariencia de mostrar comportamientos similares a los humanos, a veces son malos entendidos que fomentamos los dueños, no solo al tratar (inconscientemente) de humanizar a nuestra mascota, sino que inevitablemente medimos a los seres queridos con los que convivimos bajo patrones que nosotros comprendemos, sin reparar en que a veces los animales tienen una forma de comprender el mundo diametralmente opuesta y que, por tanto, sus sentimientos pueden significar otras cosas.

En este sentido se suele hablar de que los perros sienten celos, tanto de bebés que llegan al hogar cuando la familia crece como de otras personas que gozan de nuestra simpatía así como de mascotas visitantes o nuevas incorporaciones a la casa. Estos celos se ven así porque el perro se muestra insistente e incluso competitivo ante la presencia de ese otro ser, y trata de acaparar nuestra atención y de conseguir mayor reafirmación y mimos. Visto así estaríamos en ante un cuadro clásico de celos, por lo menos en personas. ¿Pero significa lo mismo en perros?

¿Celos que son supervivencia?

La opinión de los etólogos tiende a ser unánime en relación a que los celos, tal y como los conocemos en humanos, no son propios de los perros, sino que existen otros condicionantes en su mente que les hace adquirir estos comportamientos. Desde un punto de vista evolutivo los canes presentan una paciencia y observación que, por ejemplo, jamás tendrían los gatos. Son capaces de aguardar su turno, de responder afirmativamente ante nuestras peticiones y de incorporar el cuidado y protección sobre nuevos seres vivos que nosotros les encomendemos.

Sin embargo, un perro podrá desarrollar una insistencia mayor cuando un bebé colme nuestra atención o cuando otro perro se interponga entre él y nosotros. Lo que está ocurriendo en ese momento es una petición de la parte más primaria de su comportamiento que le avisa de que: en el caso de peligro o de escasez, no debe quedarse atrás para sobrevivir. Es cierto que los perros, siendo animales gregarios, son conscientes de que forman parte de una manada y que, por tanto, existen otros seres a su alrededor que interactúan de formas distintas. Pero también debemos reconocer que los perros son jerárquicos y no quieren perder su status.

Un perro tiende a conocer cuál es su posición en el esquema familiar, y en concreto respecto al líder de la manada (su humano responsable). Cuando un nuevo ser puede entrar en conflicto con su posición y desbancarlo, el animal tratará de hacerse notar, no como muestra de celos al uso, sino como medida de protección para su supervivencia, porque en el cerebro de un perro la escasez siempre está a la vuelta de la esquina y la posibilidad que ocurra un enfrentamiento mortal contra depredadores es algo que siempre puede ocurrir. El perro siempre percibe que en cualquier momento pueden ocurrir situaciones de vida o muerte que hagan que el grupo elija a los más fuertes, a los más preciados, para alimentar y para proteger, y no quiere quedarse atrás. Estas actitudes son, por tanto, no meros celos sentimentales, sino rasgos de supervivencia animal que vienen de cuando los perros no vivían en entornos domésticos pautados y seguros, sino bajo la ley del más fuerte en entornos silvestres.

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Los estudios científicos han identificado un tipo de celos

Investigadores de Emory University en Atlanta han determinado mediante una serie de experimentos con perros, que éstos desarrollan un tipo de celos enfocados a la injusticia. Para ello realizaron una pauta en la que en un mismo grupo (por separado y sin que se vieran unos a otros) se premiaba a algunos perros cuando realizaban una acción y a otros que también la realizaban les dejaban sin premio. 

El estudio reveló que, mientras los perros desconocían que unos recibían premio y otros no, la dinámica se reprodujo sin variaciones. Todos los perros realizaban el ejercicio, tanto los premiados como los no premiados. Pero cuando se puso juntos a todos los perros y unos descubrieron que otros eran premiados mientras que ellos no, dejaron de realizar el ejercicio propuesto: se desanimaron al identificar la desigualdad.

Según el profesor de psicología que realizó el experimento, Frans de Wall, esto demostraría que los perros comparten con los humanos un criterio de evaluación de su entorno que busca conocer qué es justo y qué puede ser injusto, y a identificar situaciones de agravio que, desde un punto de vista comparativo, pudieran incluso relacionarse con los celos. Estos perros que desistían de realizar el ejercicio al darse cuenta que otros obtienen retribución y ellos no, no habrían dejado de hacerlo si no hubieran sido conscientes de ese hecho, lo que significa que evalúan cuál es la gratitud que se les confiere, y qué situaciones son justas y cuales les generan rechazo, similar a los celos.

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