En Navidad se habla mucho de excesos, pero poco de atracones. Y no son lo mismo. Comer más de lo habitual en un contexto festivo entra dentro de lo normal. El problema aparece cuando la comida deja de ser disfrute y se convierte en una respuesta automática al cansancio, al estrés o a emociones que no hemos podido atender durante meses. Puede pasar en estas fechas, aunque es algo que sucede durante todo el año.
Como explica la psicóloga Mariola Corega, “un exceso puntual es normal en un contexto festivo: comes más, lo disfrutas y sigues con tu vida. El atracón es distinto”. La diferencia no está tanto en la cantidad como en la vivencia interna: “tiene que ver con la sensación de pérdida de control, con comer con prisa, sin hambre real, y con la culpa posterior”.
Hambre emocional en Navidad
Pensamos que la Navidad “estropea” la relación con la comida. Pero no es exactamente así. “La Navidad no estropea la relación con la comida: la revela”, señala Corega. Y lo que suele dejar al descubierto es un cuerpo cansado y un sistema nervioso saturado.
Llegamos a diciembre arrastrando meses de exigencia, con menos tiempo para nosotras, menos descanso y muchas expectativas encima. Más compromisos sociales, menos rutina y una agenda emocional intensa. En ese contexto, la comida acaba funcionando como un alivio rápido. “La comida no es el problema, es el parche”, explica la psicóloga. Un parche que calma momentáneamente, pero que luego deja malestar.
Llegamos a diciembre arrastrando meses de exigencia, con menos tiempo para nosotras, menos descanso, compromisos y la comida acaba funcionando como un alivio rápido
El cansancio tiene mucho más peso del que creemos
Uno de los factores más determinantes es el agotamiento acumulado. Dormir mal, moverse menos y vivir en modo exigencia constante pasa factura. “El autocontrol no es infinito, se gasta”, advierte Corega. Cuando el cuerpo está cansado, elegir se vuelve mucho más difícil.
En este aspecto también conviene desmontar una idea muy extendida. Y es que se piensa que las personas que recurren a la comida para calmar sus emociones tienen poca fuerza de voluntad. Y no es así, tal como señala la experta en psicología. "Es biología”, subraya. Con el sistema nervioso sobrecargado, el cuerpo busca soluciones rápidas. Comer en exceso no es un fallo moral, es una reacción a un estado de saturación.
Anticiparse no es obsesionarse
Otro punto clave es la anticipación. Saber qué situaciones nos desbordan permite tomar decisiones prácticas sin rigidez. “Anticiparse no es control, es respeto por el propio cuerpo”, señala Corega.
Comer algo antes de una comida copiosa, no llegar con hambre extrema, decidir qué platos merecen la pena o limitar el tiempo de exposición son gestos sencillos que reducen mucho el riesgo de atracón. No se trata de hacerlo perfecto, sino de no ponerse en situaciones límite innecesarias.
La presión social también cuenta
La Navidad no solo trae comida. También trae comentarios, juicios y miradas. Corega lo explica desde su propia experiencia: “Siempre aparece el familiar pasivo-agresivo, el malasombra de toda la vida dispuesto a confrontarte”.
Con el tiempo, ha aprendido que no merece la pena entrar ahí. Su estrategia es sencilla: “respirar consciente antes de esos encuentros y pedirme claridad y calma”. Estar para compartir, no para justificar decisiones personales. Y curiosamente, funciona mejor que discutir… o compensar luego con comida.
En todas las comidas aparece el familiar pasivo-agresivo dispuesto a confrontarte. No merece la pena entrar ahí. Hay que respirar consciente antes de esos encuentros y pedirnos claridad y calma
El círculo que mantiene el problema: culpa y compensación
Otro punto a tener en cuenta cuando hablamos de atracones es la aparición de un sentimiento muy común: la culpa. Y con ella, la promesa de compensar: comer menos al día siguiente, restringir alimentos, “portarse bien”. Pero ese intento de control suele empeorar las cosas. “Seguimos creyendo que el castigo arregla algo”, explica la psicóloga. Sin embargo, “la restricción no repara el exceso, lo prepara”.
Esto significa que después del atracón, el sentimiento de culpa y la 'reparación' del daño, nuestro cerebro se prepara para un nuevo atracón. "Este ciclo de culpa, restricción y nuevo atracón está bien descrito y es uno de los grandes mantenedores del problema. Cuanto más rígida es la norma, más tensión se genera alrededor de la comida. Y cuando el cuerpo se siente presionado, busca alivio inmediato", apunta.
Controlarse no es cuidarse
Otro de los errores más frecuentes es confundir control con cuidado. “Prohibirse alimentos o comer con miedo genera más tensión alrededor de la comida”, señala Corega. El cuerpo no entiende de castigos ni de normas morales. Entiende de seguridad.
Cuando la relación con la comida se llena de vigilancia, el estrés aumenta. Y el estrés, lejos de ayudar, favorece precisamente aquello que se quiere evitar. Por eso, intentar pasar la Navidad “controlándose más” suele tener el efecto contrario. Lo que funciona es mantener una relación sana con la comida. ¿Y cómo se consigue? Cuidándonos, siendo más compasivas con nosotras, dejando de lado esa rigidez y comprendiendo lo que el cuerpo necesita.
La propuesta de esta experta en psicología es sencilla (si nos proponemos llevarla a cabo). De hecho, la conocemos todas: dormir mejor, mantener horarios, no saltarse comidas para compensar y moverse cada día, aunque sea de forma suave. “No hace falta hacer más, sino hacerlo con coherencia”, explica la psicóloga.
Caminar, bailar, entrenar suave o hacer algo de fuerza ayuda a regular el apetito y a descargar tensión. No como castigo, sino como forma de cuidado. El cuerpo responde mucho mejor a la coherencia que a los extremos.
Si ya ha habido un atracón, qué hacer (y qué no)
Cuando ya ha ocurrido, la recomendación es quitar el juicio. Nada de castigos ni compensaciones. “Volver a la normalidad: hidratarse, descansar, moverse suave y comer con normalidad en la siguiente comida”.
El cuerpo tiene una gran capacidad de autorregulación si se le deja. “Responde muy bien a la coherencia, pero se rebela ante el castigo”. Seguir con la rutina habitual es mucho más reparador que intentar corregir lo ocurrido.







