Te has preparado. Lo dominas. Lo has hecho otras veces. Y, aun así, te bloqueas. Miras la pantalla, la tarea, la partitura, el escenario… y no puedes avanzar. Te cuesta arrancar, incluso aunque sepas perfectamente qué hacer. Esta sensación, que muchas personas viven en silencio, no tiene nada que ver con la falta de capacidad. Tiene que ver con algo que nos puede pasar a todos: el miedo, la autoexigencia y la presión.
Para entender por qué sucede esto y cómo podemos abordarlo, hablamos con Teresa Querol, especialista en Psicología Clínica en Castellón de la Plana y miembro de Top Doctors. “Muchas veces, la parálisis no es una señal de incapacidad, sino una respuesta del cuerpo cuando percibe peligro emocional”, nos explica. Porque hasta una simple tarea conocida puede activar nuestros mecanismos de defensa si sentimos que está en juego nuestro valor personal. Y frente al dolor de no sentirnos a la altura, nos congelamos como forma de supervivencia.
¿Por qué me bloqueo si sé hacer esta tarea?
Seguro que te ha pasado alguna vez. Tienes por delante una tarea que conoces bien, que sabes hacer sin problema. Y, sin embargo, te bloqueas. Procrastinas. Te cuesta arrancar. Le das mil vueltas. Te paralizas. No se trata de falta de capacidad.
Según explica Teresa Querol, especialista en Psicología Clínica en Castellón de la Plana y miembro de Top Doctors, “la parálisis relacionada con la ejecución muchas veces es más un problema de carga emocional que de capacidad”.
El cerebro interpreta la tarea como una amenaza
No es que no sepas hacerlo. Lo que ocurre es que tu sistema nervioso interpreta esa tarea como una amenaza. “Cuando la expectativa interna o el temor al juicio externo son excesivos, nuestro sistema nervioso interpreta la tarea como una amenaza (igual que si fuera a atacarnos un animal salvaje) y responde con las únicas opciones que tiene para salvarnos la vida de un peligro”, explica la psicóloga.
Estas respuestas son tres: luchar, huir o congelarse. En este caso, es la última la que predomina. “Congelarse como forma de defensa: si pasas desapercibido ante el peligro, es más probable sobrevivir”.
¿Tienes un perfil más propenso al bloqueo?
Este tipo de bloqueo emocional no aparece de forma aleatoria. Hay ciertos perfiles que son más vulnerables. “Las personas que tienden a tener más carga emocional por rasgos de perfeccionismo, por alta sensibilidad o por tendencia a la ansiedad son más vulnerables a la parálisis”, aclara Teresa Querol.
Se trata, sobre todo, de personas autoexigentes, obsesivas o evitativas. Y este rasgo no suele surgir de la nada: “Una infancia donde se haya vivido con un refuerzo frecuente por el rendimiento y no por el esfuerzo o un entorno familiar exigente o crítico también favorece esa propensión al bloqueo”.
El papel de la autoexigencia
Tener el listón alto no siempre es sinónimo de eficacia. A veces, ocurre todo lo contrario. “La autoexigencia crea un ideal inalcanzable que no se va a conseguir nunca. Cuando se llega al listón, la misma autoexigencia lo sube de nivel”, explica la especialista.
Esa presión constante convierte cualquier tarea en una amenaza emocional. “Cualquier intento se convierte en insuficiente y la meta ideal en una amenaza en sí misma. Esto genera miedo, culpa anticipada y, por tanto, ese bloqueo como autodefensa disfrazada de compromiso (todo o nada)”.
Miedo a equivocarse
Otra clave del bloqueo tiene que ver con el miedo. “El miedo al juicio externo o al error son un combustible perfecto para aumentar la carga emocional y la percepción de peligro”, afirma Teresa Querol. La expectativa de fallar, de defraudar a los demás o a uno mismo, activa el mecanismo de autodefensa de la parálisis como forma de evitar todo ese dolor emocional anticipado.
Detrás de ese miedo suele haber un esquema muy común: “En el fondo esa parálisis se asocia a un esquema ‘si fallo, dejo de valer’, que suele crearse durante experiencias tempranas de vergüenza o de humillación percibida”.
Inseguridad e infoxicación
Al miedo se suma la inseguridad. Una combinación peligrosa. “Si el miedo era el combustible, la inseguridad es la madera perfecta para la hoguera”, señala la experta. Y añade: “Esa falta de confianza en que la propia acción tendrá un resultado válido facilita que el miedo al error o al juicio se extiendan mucho más”.
En la actualidad, uno de los factores que alimentan esa inseguridad es la sobreinformación. “La infoxicación dificulta saber qué es lo correcto”, apunta. A esto se suma la crítica interna o externa, y la falta de validación.
Ansiedad, baja autoestima, aislamiento
Lo que empieza como una simple dificultad para arrancar puede derivar en algo más serio. “Este patrón afecta a la autoestima, causa ansiedad aguda que se puede convertir en crónica, daña la autopercepción de competencia y sabotea oportunidades importantes”, señala Teresa Querol.
Si no se trata, puede tener consecuencias serias: “A largo plazo puede provocar problemas como ansiedad crónica, depresión, problemas de salud física, aislamiento social y un deterioro cada vez mayor de la calidad de vida personal y laboral”.
El perfeccionismo deja de ser sano
Por eso, aunque ser perfeccionista puede parecer una virtud… lo es hasta que deja de serlo. ¿Dónde está la frontera entre lo positivo y lo negativo? “Hay algo clave y es la consecuencia emocional”, explica Teresa Querol. Y aquí entra en juego el ser detallista o ser perfeccionista. “El detallista se queda satisfecho, mejora su resultado y eso le motiva a avanzar. El perfeccionista disfuncional se queda agotado, angustiado y paralizado, consumiendo sus recursos sin el resultado deseado”.
Y, además, “el detallismo está centrado en mejorar constantemente, mientras que el perfeccionismo se centra en evitar fallos objetivos o subjetivos”.
¿Cómo se puede trabajar este bloqueo?
Existen herramientas eficaces para tratar esta parálisis emocional. “Terapias basadas en la evidencia como la TCC (terapia cognitivo-conductual), ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso) y la Terapia de Esquemas”, enumera Querol.
En su caso, le gusta combinar estas terapias con otras estrategias: “Me gusta combinarlas con psicoeducación emocional, trabajo somático de regulación emocional y terapia sistémica que contextualice los patrones que han llevado a la persona a ese punto”.