¿Has sentido alguna vez que te cuesta concentrarte, recordar detalles simples o tomar decisiones claras cuando estás bajo presión? No es casualidad. El estrés, especialmente cuando se instala en tu vida durante meses o años, tiene un efecto devastador sobre tu cerebro: lo cambia y lo daña.
Para entenderlo mejor, hablamos con Izanami Martínez, antropóloga y experta en neurociencia y comportamiento humano. Y nos adelanta esta advertencia: “El estrés es la cronificación de estados de alerta que fueron diseñados para durar no más de varios minutos”, explica. Pero cuando ese estado se mantiene, las consecuencias no tardan en aparecer.
El estrés es la cronificación de estados de alerta que fueron diseñados para durar no más de varios minutos. Pero cuando ese estado se mantiene, las consecuencias no tardan en aparecer
Las zonas del cerebro más afectadas por el estrés
“Las áreas más dañadas por el estrés crónico son el hipocampo, la amígdala y la corteza prefrontal”, detalla Izanami. El hipocampo está relacionado con la memoria, y cuando se ve afectado, perdemos capacidad para almacenar y recuperar información. La amígdala, por su parte, actúa como un “termostato emocional”, calibrando las amenazas y activando nuestras respuestas de supervivencia. Y la corteza prefrontal es clave para el autocontrol, la empatía y la toma de decisiones.
Es decir, el estrés afecta directamente a las funciones que nos hacen humanas: recordar, pensar con claridad, conectar emocionalmente y decidir con criterio.
Cambios físicos reales: el cerebro se encoge
Pero no hablamos solo de cambios funcionales. El cerebro cambia físicamente cuando vivimos estresadas durante años. “El estrés produce un exceso de glutamato en el cerebro, lo que daña el hipocampo y la corteza prefrontal. El tamaño del hipocampo disminuye y perdemos capacidad morfológica de recordar cosas”, apunta la experta. “La conectividad de la corteza prefrontal empeora, y perdemos el acceso a nuestras funciones cerebrales más elevadas. Es precisamente esa corteza lo que nos distingue de los animales”.
Además, el estrés disminuye la neurogénesis, que es la capacidad del cerebro para generar nuevas neuronas y reparar conexiones. “Eso acelera el deterioro general del órgano”, resume Izanami.
¿Puede verse el daño en una resonancia?
En casos graves, sí. “Solo cuando la cronificación del estado de supervivencia ha causado daños estructurales, se puede observar una pérdida de materia gris”, explica. Esto ocurre también en personas con trastorno de estrés postraumático. “El dolor y el miedo prolongados se escriben en nuestras estructuras cerebrales e impiden que accedamos a funcionalidades normales como la memoria, la concentración, el control de la impulsividad o incluso la empatía”.
Para entenderlo mejor, la experta en neurociencia y comportamiento humano nos invita a reflexionar sobre esta gran verdad: “A nadie le sorprende que después de 15 años fumando los pulmones se estropeen. O que tras una década de alcoholismo se desarrolle una cirrosis. El cerebro es un órgano más”.
El dolor y el miedo prolongados se escriben en nuestras estructuras cerebrales e impiden que accedamos a funcionalidades normales como la memoria, la concentración, el control de la impulsividad o incluso la empatía
Los neurotransmisores también sufren
El estrés actúa como una marea que arrastra también a los neurotransmisores. “La cronificación de las respuestas de supervivencia agota el eje hipotálamo-hipofisario-adrenal. Cuando se altera su funcionamiento, se altera también la producción de neurotransmisores como la serotonina”, explica Martínez. El entorno químico del cerebro puede incluso dañar el retículo endoplasmático de las neuronas encargadas de producir serotonina, haciendo que el receptor pierda sensibilidad.
Este desajuste tiene un impacto directo en nuestra estabilidad emocional, nuestro ánimo y nuestra capacidad de disfrutar de la vida.
Estrés, ansiedad, depresión: una cadena biológica
Las consecuencias no se quedan en el plano físico. El estrés es la puerta de entrada a trastornos de salud mental que cada vez afectan a más mujeres. “La ansiedad y los ataques de pánico son parte de la sintomatología de la cronificación”, subraya la experta. Y más a largo plazo, aparece la depresión.
“La cronificación de la activación del sistema nervioso simpático con la lucha y la huida continuas detona la activación del sistema dorsal vagal, que nos lleva a la inmovilización y la disociación. Son las bases biológicas de la depresión”, explica.
Los estudios confirman que decides peor cuando estás estresada
En un estado de alerta constante, nuestras decisiones se vuelven menos racionales. “Tomamos decisiones impulsivas, egoístas y cortoplacistas”, dice Izanami. Y esto no es solo una percepción subjetiva.
Estudios como “The impact of stress in decision making in the context of uncertainty” (P. Morgado et al., 2015) o “Stress and decision making: A few minutes make all the difference” (S. Pabst et al., 2013) han demostrado cómo el estrés interfiere directamente en la valoración de riesgos, la toma de decisiones y la regulación emocional.
Para prevenir el estrés y el daño, practica la gratitud a diario la oración tiene un impacto directo en la neuroplasticidad y el equilibrio emocional
La memoria y el aprendizaje también se resienten
Como recuerda la especialista, una de las consecuencias más frustrantes del estrés crónico es cómo reduce tu capacidad de memorizar y aprender. Por eso, tenemos la sensación de que todo lo que aprendemos o nos cuentan, leemos o vemos durante el día, lo olvidamos rápido. O que nos cuesta seguir el hilo de una conversación, tiene una base neurológica sólida.
¿Es reversible el daño cerebral causado por el estrés?
La recuperación total no siempre es posible. Aquí influyen factores internos como el nivel de 'destrozo' que hayan sufrido las estructuras cerebrales, hasta qué punto se perdió la capacidad innata de regeneración y restauración neuronal. Y factores externos como el nivel de seguridad psicológica del entorno en el que se realiza la recuperación, las herramientas conductuales y emocionales que tenga la persona y otros factores como la calidad de sus relaciones humanas o su fe.
Lo que sí podemos hacer es tratar de prevenir que se produzca este daño
Hábitos que protegen tu cerebro del estrés
La buena noticia es que sí hay maneras de proteger el cerebro y frenar el daño. ¿Por dónde empezar?
“Prioriza la calidad del sueño. Evita los ultraprocesados y los azúcares libres. Haz ejercicio de forma regular. Rodéate de un entorno seguro y establece barreras firmes que protejan tu integridad. Practica la gratitud a diario. Y, aunque sorprenda, está demostrado que la oración tiene un impacto directo en la neuroplasticidad y el equilibrio emocional”.
Referencias
Morgado, P., Sousa, N., Cerqueira, J. J., & Rodrigues, A. J. (2015). The impact of stress in decision making in the context of uncertainty. Journal of Neuroscience Research, 93(6), 839–847.
Porcelli, A. J., & Delgado, M. R. (2017). Stress and decision making: Effects on valuation, learning, and risk-taking. Current Opinion in Behavioral Sciences, 14, 33–39.
Starcke, K., & Brand, M. (2012). Decision making under stress: A selective review. Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 36(4), 1228–1248.
Pabst, S., Brand, M., & Wolf, O. T. (2013). Stress and decision making: A few minutes make all the difference. Behavioural Brain Research, 250, 39–45.
Wemm, S. E., & Wulfert, E. (2017). Effects of acute stress on decision making. Applied Psychophysiology and Biofeedback, 42(1), 1–12.
Gathmann, B., Schulte, F. P., Maderwald, S., Pawlikowski, M., Starcke, K., Schäfer, L. C., ... & Brand, M. (2014). Stress and decision making: Neural correlates of the interaction between stress, executive functions, and decision making under risk. Experimental Brain Research, 232, 957–973.
Starcke, K., & Brand, M. (2016). Effects of stress on decisions under uncertainty: A meta-analysis. Psychological Bulletin, 142(9), 909–933.