¿De qué forma afecta el estrés laboral crónico a nuestro cerebro?

Vivimos en una cultura que valora como algo positivo la hiperactividad y el estar ocupado, lo cual puede tener consecuencias para nuestra salud

Por Pilar Hernán

El trabajo, el entorno laboral, suele ser una causa frecuente de estrés. Son muchas las personas que reconocen que no llegan a todo, que se sienten desbordados, que les cuesta desconectar porque siempre tienen cosas pendientes relacionadas con su ocupación laboral. Se genera un ciclo del que es complicado salir, marcado por el estrés crónico que no es un buen aliado de nuestra salud, especialmente de nuestro cerebro. Así nos lo explica Carlos Cenalmor, médico psiquiatra y psicoterapeuta, especialista en estrés laboral y síndrome burnout. 

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Estrés laboral sostenido en el tiempo, ¿estamos ante un problema cada vez más habitual?

Sin duda. El estrés laboral y su consecuencia directa, el síndrome de burnout, son un problema de salud en aumento. Así lo muestran las estadísticas, cada vez más alarmantes. También es cierto que cada vez tenemos más consciencia del problema y eso ayuda a visibilizarlo. No es casualidad que la Organización Mundial de la Salud, en su revisión del año 2022, le haya dado al burnout laboral una presencia mucho más importante en su Clasificación Internacional de las Enfermedades.

Yo mismo padecí esta enfermedad hace unos años y, por ello, me decidí a estudiarla de manera específica; así como a divulgar sobre ella y a tratarla. Cuando le explico a las personas en qué consiste este síndrome -que podemos resumir como un agotamiento físico y emocional, junto a una gran desconexión de nuestro trabajo-, muchas me dicen sorprendidas que eso es lo que les pasa, pero que no sabían que tenía un nombre.

El estrés laboral y el burnout están creciendo tanto en parte porque es un problema relacionado con nuestro estilo de vida. Vivimos en una cultura que valora como algo positivo la hiperactividad y el estar ocupado. Cuando una persona nos dice “a ver cuándo nos vemos, es que estoy a tope últimamente”, en el fondo hay una cierta satisfacción de haber alcanzado el modelo de vida que desde siempre nos han vendido: la hiper producitividad. De lo que nadie nos avisó es de las consecuencias nefastas que el estrés crónico tiene en la salud. Y, más aún, de las consecuencias que puede tener en nuestra vida personal y psicológica. Porque llega un punto en el que, cuanto más haces, menos disfrutas y más desconectado estás de tu trabajo y de tu propio yo.

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¿Por qué el entorno laboral suele actuar como un estresor habitual?

Al trabajo le dedicamos un tercio de nuestra vida -hay quien más-. Y hay mucho en juego en nuestro trabajo. Después de tanto tiempo acompañando a personas con estrés laboral cada vez lo veo con más claridad. Con el trabajo expresamos nuestra capacidad de crear, de ayudar a los demás -directa o indirectamente- y de realizar tareas a través de nuestro esfuerzo. Hacemos nuestro servicio a la comunidad, que antes era nuestra pequeña comunidad cercana y hoy en día es la comunidad global. Y, además, el trabajo es el que nos genera el sustento para poder llevar una vida digna y cómoda. Hay, por tanto, una mezcla de supervivencia y de autorrealización, que hacen que el trabajo sea un lugar muy sensible para las personas y para su vida.

Cuando algo empieza a fallar en el entorno laboral es normal que las respuestas de estrés sean muy altas, porque hay mucho en juego para nosotros. Y a esto hay que sumarle que en el trabajo suele haber una gran carga de relaciones con personas; lo cual puede ser una fuente de mucha plenitud, pero también de mucho estrés, cuando estas relaciones funcionan mal o no sabemos gestionarlo. Esto último es habitual, dado que nadie nos enseña en nuestra formación de base a tener una adecuada gestión de las relaciones laborales.

Además, hay que plantearse todo el trabajo que hacemos “fuera del trabajo”. El cuidado de la familia, del hogar, de personas mayores... Son también trabajos que aunque no estén remunerados nos pueden generar exactamente el mismo tipo de estrés y de burnout. De hecho, muchas personas a las que atiendo debutan en un síndrome de burnout al poco tiempo de tener su primer o segundo hijo. Esto es porque la carga de tareas y estrés que asumen les supera en ese momento.

Y, por último, pasamos una gran parte de nuestra vida trabajando. Ya solo esto nos debería hacer pensar en cómo gestionar todo lo que sucede allí para que sea de la mayor calidad posible.

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Porque lo cierto es que muchas personas afirman no llegar a todo en su puesto de trabajo, lo que les genera malestar y estrés, ¿no es así?

Sí, está claro que la sobrecarga de tareas puede ser un origen del estrés laboral, externo a nosotros. Pero también hay que mirar nuestra habilidad interna para planificarnos, para no caer en un perfeccionismo o una autoexigencia que nos agote; para tener la capacidad de decir que no y poner límites cuando nos toque; para gestionar las relaciones laborales y mucho más.

Con las personas con las que trabajo, el estrés se reduce mucho o se resuelve cuando desarrollan las habilidades psicológicas necesarias para autogestionarse en el trabajo, habilidades que son fundamentales y que nadie enseña. Ese es otro motivo por el cual el estrés sigue aumentando en la sociedad. Al final, aparece siempre por una mezcla de factores internos y externos a la persona.

Sin embargo, no hay que caer en lo que yo llamo la falacia del mindfulness. En muchas empresas, cuando hay sobrecarga de trabajo y la gente empieza a darse de baja, la solución “mágica” a la que se recurre es a hacer talleres de mindfulness. Es una habilidad poderosa, sí, pero en la mayoría de casos acaba convirtiéndose en un parche para no cambiar problemas estructurales de las instituciones y centros de trabajo, o para no abordar las causas psicológicas y físicas que están llevando al estrés a las personas. Es cierto que hay ciertos niveles de carga de trabajo que es imposible gestionar saludablemente por mucho entrenamiento mental que se haga.

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¿Qué consecuencias puede tener este problema de estrés laboral sostenido para nuestro cerebro?

El estrés crónico es un veneno que poco a poco va deteriorando nuestro cerebro y nuestras capacidades, llevando incluso a enfermedades como la depresión, ansiedad o cosas peores. Veo con mucha frecuencia personas con dificultad de concentración por el estrés laboral. Es frecuente que me digan “llevo años sin leer un libro, porque ya no puedo concentrarme”, fallos de memoria, dificultades de atención... Esto hace que además sean menos eficientes en el trabajo y, por lo tanto, el tiempo que le dedican y el estrés sigue subiendo.

A nivel emocional es frecuente que se reduzca la energía, el estado de ánimo; que aparezca elevado nerviosismo que se traduce en ansiedad o en insomnio. El insomnio más típico del estrés laboral es el de las personas que se despiertan a las 2-4 horas de haberse dormido y ya no son capaces de conciliar el sueño, porque les vienen a la cabeza todas las preocupaciones del trabajo.

Algo que es muy específico del exceso de estrés y el burnout es que se reduce la capacidad de motivación y de conexión emocional con el trabajo. Es lógico, es un mecanismo de defensa de la mente que intenta protegerse de algo que le está generando malestar. Así que las personas con burnout sufren el llamado “cinismo”, y es que han perdido toda la ilusión por su trabajo, e incluso se encuentran irritadas con sus clientes o con las personas a las que ayudan. Empiezan a ver al otro como un problema.

Aunque los problemas del estrés laboral no se quedan aquí. Realmente el estrés crónico afecta a todo nuestro cuerpo. El exceso de cortisol sostenido va deteriorando todos nuestros órganos. En mis pacientes he visto de todo: problemas digestivos que no responden a ningún tratamiento, problemas de piel que aparecen con el estrés, dolores y lesiones musculares, infecciones que no terminan de curar o se repiten constantemente... Por no hablar de la hipertensión por estrés o los problemas graves de corazón. Estamos ante un problema de salud de primer orden que no hay duda de que está detrás de un porcentaje elevado de muertes y de enfermedades en nuestra sociedad.

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¿De qué forma podemos tratar de combatir este problema para que no llegue a afectar a nuestra salud en general y a nuestra salud cerebral en particular?

Para mí hay dos reglas de oro: lo primero, ir a la raíz del problema. No existe una pastilla mágica para curar el estrés laboral, sino que se trata de un problema integral que afecta a todo en la persona. Ya lo hemos visto: al cuerpo, a la mente, e incluso al sentido vital.

Por tanto, hay que enfocar el problema de una manera integral, centrándose en aquellos elementos de la organización del trabajo, de la personalidad y del autocuidado físico que estén fallando en una persona. Para esto es importante que las personas aprendan a escucharse y estar en conexión consigo mismas, algo que tampoco se fomenta mucho en nuestra cultura. Pero si no sabes qué necesitas para estar bien ni quién eres, lo más fácil es que acabes en la rueda de hámster del estrés diario y no sepas ni siquiera que estás en ella. Y, por supuesto, también hay que mirar y tener en cuenta los problemas estructurales de las empresas e instituciones: el exceso de trabajo, horarios antinaturales como las guardias médicas, la invasión del tiempo personal con tareas y reuniones, etc.

Por otro lado, para evitar el estrés crónico, hay una segunda regla de oro: desconectar para conectar. Necesitamos hacer desconexiones y descansos reales (es decir, no solo no estar en la oficina; también desconectar mentalmente, para que nuestro cuerpo active el sistema parasimpático y entre en modo de descanso y regeneración. Así evitamos el estrés crónico, lo “troceamos” en segmentos de estrés agudo -un tipo de estrés que sí que es sano y necesario- y realmente podemos descansar y recuperarnos. En la época del teletrabajo y la hiperconectividad, esta tarea de la desconexión se ha convertido en un verdadero reto para muchas personas y es algo en lo que todos tenemos que encontrar la estrategia que mejor nos sirva.