Biografía de Juan Pablo II

Por hola.com

"Y eso volverá a ocurrir nuevamente, cuando la necesidad surja, luego de mi muerte". Juan Pablo II la miró de frente. Con valentía. Y supo que una fumata blanca, sobre la Capilla Sixtina, repetiría el nombramiento que él vivió aquel lejano 16 de octubre de 1978. El Papa viajero ha emprendido sereno su último viaje, el número 104. Escribió sobre la muerte en su libro de poemas Tríptico romano. "Si quieres encontrar el origen/tienes que ir hacia arriba, en contra de la corriente./Corre, busca, no te rindas". Nunca se rindió y eso dio credibilidad a sus palabras. Se convirtió en coherencia hecha hombre. Un hombre que ha dejado mucho corazón sembrado en tierra.
En un lugar de Polonia...
Pionero sin quererlo, Carol Jozef Wojtyla se convirtió, tras 455 años, en el primer Papa de origen no italiano. Nació en Wadowice, un pueblo al sur de Polonia, el 18 de mayo de 1920. Su infancia no fue fácil. Tampoco su adolescencia.
La muerte visitó con demasiada frecuencia su casa. Primero fue su madre, una maestra de origen lituano, que falleció cuando el niño Wojtyla tenía ocho años. Luego, su hermano. Y la soledad llegó cuando su padre, un oficial del ejército austro-húngaro, murió en los incipientes tiempos de su juventud. En ese momento, alentado por el cardenal Sapieha, decidió prepararse y emprender el camino del sacerdocio, una decisión no exenta de espinas.
Cuando el 1 de septiembre de 1939 las tropas de Hitler ocuparon Polonia, y sembraron de muerte el país, el joven Wojtyla organizó -junto a otros jóvenes- una Universidad clandestina para poder estudiar. Además, evitó la deportación a Alemania trabajando como obrero en una cantera y, luego, en una fábrica química. En aquella época, y son muchos los testimonios que a lo largo de los años han ido apareciendo, salvó la vida de muchos judíos perseguidos por la ciega intolerancia del nacional socialismo.
Años después, visitó el monumento a la Memoria del Holocausto y pronunció un discurso cargado de humanidad: "Queremos recordar pero por un motivo: para asegurar que nunca jamás prevalecerá el mal, como sucedió para los millones de víctimas inocentes del nazismo. ¿Cómo pudo el hombre despreciar tanto al hombre? Porque había llegado al extremo de despreciar a Dios. Sólo una ideología sin Dios podía programar y llevar a cabo el exterminio de un pueblo entero.
Poco después del hundimiento del III Reich, llegó el comunismo a su país. Y no le fue nada fácil compatibilizar su fe con un régimen político opuesto a toda manifestación religiosa. En su autobiografía, ¡Levantaos, vamos!, cuenta la anécdota del momento en el que le llegó el comunicado de que había sido nombrado obispo de Cracovia (diciembre de 1963). Estaba con los jóvenes de su parroquia -en público le llamaban "tío" para evitar la represión de las autoridades- en una excursión por las montañas. Disfrutaban de la naturaleza y montaban felices en