Cuando hablamos de alta capacidad nos solemos centrar únicamente en el aspecto intelectual, pero los menores que pertenecen a este grupo perciben la realidad de modo diferente y eso afecta a su esfera emocional, social... Es por eso que la atención que se les dé debe contemplar muchos aspectos a través de una formación especializada.
Inés Cabezas, maestra de educación primaria, formadora y asesora especializada en atención a la diversidad y altas capacidades, ha escrito junto con Susana García-Moya, docente especializada en personalización del aprendizaje, con formación en altas capacidades, autismo, TDAH y atención a la diversidad, el libro Altas Capacidades, ¿y ahora qué hacemos? (Ed. Popular), una guía práctica para docentes y familias con estrategias y actividades para ayudar a menores con esta condición.
Ambas impulsan, además, el proyecto Altas Capacidades en mi aula (www.altas-capacidades.es). Hemos charlado con ellas sobre las necesidades de estos niños y adolescentes.
Estos menores captan detalles del entorno que otros no ven y pueden sentirse desbordados emocionalmente, y esto no siempre se ve desde fuera
¿Cuáles son los errores más destacados que se mantienen actualmente en torno a las altas capacidades en niños y adolescentes?
Uno de los errores más frecuentes es pensar que alta capacidad equivale a alto rendimiento escolar. Y no siempre es así. También sigue habiendo una visión muy reducida del perfil: se asocia solo con cociente intelectual alto, cuando en realidad hablamos de una combinación de habilidades cognitivas, pensamiento complejo, otra forma de procesar la información y, muchas veces, una enorme sensibilidad. Otro error es creer que no necesitan ayuda, como si por tener más capacidad fueran autosuficientes. Y, por supuesto, aún cuesta aceptar que estos alumnos también pueden tener dificultades emocionales, sociales o incluso problemas de aprendizaje asociados.
¿Cómo piensa, razona y siente un menor con altas capacidades?
Suelen tener un pensamiento muy rápido y profundo, hacen conexiones que sorprenden para su edad y tienen una curiosidad difícil de saciar. Pero además de cómo piensan, es clave entender cómo sienten: muchos son intensos, sensibles, perfeccionistas, con un sentido de la justicia muy agudo. Captan detalles del entorno que otros no ven y pueden sentirse desbordados emocionalmente. Esto no siempre se ve desde fuera, pero lo viven con mucha intensidad.
¿Cuáles son las dificultades más frecuentes con las que se encuentran estos niños y adolescentes en sus distintas esferas vitales?
En el colegio, se aburren si no encuentran un desafío que los estimule y un ajuste académico adaptado a sus necesidades, lo que puede llevar al desinterés, a la frustración o a una conducta disruptiva. En lo social, pueden sentirse diferentes, no encontrar con quién conectar o tener dificultades para adaptarse a las normas del grupo. Y a nivel emocional, muchos viven con una autoexigencia enorme, miedo al error o una sensación constante de no encajar. Todo esto, si no se acompaña bien, puede afectar a su autoestima.
Cuando un menor es identificado como de altas capacidades, la familia suele reaccionar con inquietud, al ser un gran desafío. ¿Qué pasos clave hay que dar para un buen acompañamiento?
Lo primero es entender que no hay una receta única. Cada niño es distinto. Pero sí hay algunas claves: escuchar mucho, no poner etiquetas limitantes, ofrecer oportunidades de reto real (no más tareas, sino tareas diferentes, con sentido), validar sus emociones y buscar apoyos si hace falta. También es importante que la familia se informe, se forme y se conecte con otras que estén viviendo lo mismo. Por eso escribimos Altas Capacidades, y ahora ¿qué hacemos?: para ofrecer una guía clara, realista y cercana tanto a familias como a docentes que quieren entender y acompañar bien, sin caer en mitos ni recetas que no funcionan.
¿A qué otras condiciones está ligada la alta capacidad? Se habla de déficit de atención asociado a ella, de alta sensibilidad...
Muchos niños y niñas con alta capacidad pueden presentar también TDAH, dislexia, autismo o trastornos del lenguaje u otros desafíos. Cuando se combinan dos condiciones como estas, hablamos de doble excepcionalidad, y si se suman tres (por ejemplo, alta capacidad, TDAH y autismo), estaríamos ante una triple excepcionalidad. Son perfiles complejos, que a veces pasan desapercibidos porque las dificultades tapan la capacidad o, al revés, la capacidad enmascara los desafíos.
También es habitual la alta sensibilidad, que puede confundirse con inmadurez o exageración, cuando en realidad es una forma muy intensa de percibir y sentir el mundo. Por eso es fundamental mirar al niño en su conjunto, no solo su rendimiento académico ni su "cociente intelectual". Si solo vemos su capacidad cognitiva, nos perdemos todo lo demás. Estos alumnos necesitan una mirada afinada, que entienda su potencial, sí, pero también sus barreras, y que sepa cómo acompañarlos de forma personalizada.
¿Es habitual que los padres u otros hermanos también compartan esta condición?
Sí, hay un componente genético. A veces se descubre la alta capacidad de un padre o madre cuando se identifica a su hijo. También hay hermanos con perfiles similares, aunque no siempre se manifiestan de la misma forma, por lo que puede no verse con la misma facilidad. La genética influye, pero también el ambiente, el estilo educativo y las oportunidades. Lo importante es no comparar, sino entender que cada uno necesita su propio camino.
Desde vuestro punto de vista, ¿es bueno que el entorno conozca que el niño o el adolescente tiene altas capacidades?
Depende de cómo y con qué intención se diga. Si se hace para entenderle mejor, para ajustar el acompañamiento o para protegerle, sí. Pero no como una etiqueta que defina todo lo que es. Hay que normalizar que cada alumno tiene necesidades diferentes, y que la alta capacidad es solo una parte de su identidad. Contarlo puede ser útil si ayuda a construir una red de apoyo, no si genera prejuicios o expectativas excesivas.
Los menores con alta capacidad suelen sentirse como 'bichos raros' y esto afecta a su autoestima, ¿cómo convertir esa diferencia en un valor del que se sientan orgullosos?
Lo primero es que alguien les diga claramente: "Lo que te pasa no es raro, es que eres diferente, y eso no es algo malo". Necesitan adultos que los comprendan, los validen y les ayuden a poner nombre a lo que sienten. También es muy valioso que conozcan a otros niños o adolescentes como ellos, para dejar de sentirse solos. Y, sobre todo, que se les permita ser quienes son, con su forma de pensar, de aprender y de emocionarse. Cuando se sienten aceptados, pueden convertir esa diferencia en fortaleza.
¿Qué necesidades tienen en el aula los alumnos con alta capacidad?
Estos alumnos necesitan, como todos, sentirse reconocidos, comprendidos y desafiados. Pero en su caso, eso requiere un ajuste real: más profundidad, más conexiones entre áreas, más margen para explorar lo que les interesa. No necesitan más cantidad de ejercicios, sino propuestas que activen su pensamiento y despierten su motivación. También les viene bien trabajar con otros compañeros que compartan su forma de pensar o su ritmo, aunque no estén en el mismo curso. Y muy importante: necesitan que se respeten sus tiempos, sus intereses, sus emociones y su forma de aprender, aunque no encaje en el molde estándar.
¿Y qué pasa si no se hace nada?
Cuando no se hace nada, sí pasa algo desde el principio, aunque no siempre se note. A menudo el alumno empieza a desconectarse poco a poco: se aburre, deja de esforzarse, pierde la ilusión por aprender. Otros optan por adaptarse, camuflando su potencial para encajar. Con el tiempo, esto puede traducirse en frustración, desmotivación, bajo rendimiento o incluso conductas disruptivas. Algunos desarrollan ansiedad, miedo al error, o una autoimagen distorsionada: se sienten “demasiado intensos”, “demasiado raros” o simplemente “fuera de lugar”. En los casos más extremos, aparece el rechazo a la escuela, el aislamiento social o el deterioro profundo de la autoestima.
No atender a un alumno con alta capacidad no significa solo dejar de estimularlo: muchas veces significa perder una parte de lo que podría llegar a ser. Y reconstruir esa confianza, años después, es mucho más difícil que haberla sostenido desde el principio.
La buena noticia es que no se necesitan soluciones extraordinarias, sino decisiones conscientes. Cuando un alumno con alta capacidad se siente visto, escuchado y retado en el aula, florece. Recupera las ganas de aprender, se atreve a mostrar quién es y empieza a construir una autoestima sólida. Acompañar bien no es solo una cuestión de justicia educativa: es una forma de ayudarles a crecer de manera armónica, en lo personal, emocional, intelectual y social.
En nuestro libro Altas Capacidades, y ahora ¿qué hacemos?, compartimos muchas de estas claves con ejemplos reales, preguntas frecuentes y propuestas prácticas para quienes quieran empezar —o continuar— este camino con una mirada más amplia y más humana.