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Son muchos los que afirman que hemos cambiado de banda sonora, pasando de hacer nuestro el Resistiré como himno del confinamiento hace un año al Ya no puedo más a medida que van pasando los meses. Seguimos inmersos en esa sensación de irrealidad que comenzó allá por marzo de 2020 y que parece no ver fin. Intentamos normalizar, pero no es sencillo, pues la pandemia no da mucha tregua. En opinión de la psicóloga clínica Pilar Guerra estamos ahogados, sumergidos en lo que muchos califican como fatiga pandémica. Y siguiendo con el símil del océano en el que estamos en ocasiones a la deriva, la experta apunta que “necesitamos puntos de referencia que nos hagan de tabla de salvación”. Por eso, la especialista nos da algunos consejos para sobrellevar esta situación en la que la pandemia continúa marcando nuestras vidas.

 

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Informarse… pero con criterio

No es cuestión de dejar de leer o ver las noticias y mantenerse al margen. No se trata de eso. La información es fundamental en estos momentos de crisis. Pero hay que poner límites y toda nuestra capacidad de inteligencia a nuestro propio servicio, con el fin de elegir, sintetizar y discernir lo que realmente es útil. “Estar en modo sumiso y dar por hecho que tenemos la obligación de estar al tanto de todas estas noticias devastadoras y repetitivas es inmolarse, una especie de auto suicidio lento, que nos lleva a no compensar con otro tipo de emociones que nos salven de lo que nos está provocando esta situación. No es tanto lo que nos dicen las noticias, como el cómo nos lo dicen; falta delicadeza en la información, y que alguien “recoja y sostenga” las emociones que provoca en nosotros este exceso de información dañina para cualquier sensibilidad. La información no es la dueña de nuestras emociones. Somos nosotros los que tenemos que tomar las riendas y decidir cuándo, cómo y dónde”, cuenta la experta.

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La importancia del autocuidado

No hay duda de que en ocasiones el hartazgo viene causado por los mensajes contradictorios de las autoridades. En opinión de la experta, la autoridad está cruzada, y nos lleva a sentirnos como aquel niño que observa perplejo cómo su madre dice una cosa y el padre refuta lo contrario. “Finalmente el niño se va a su cuarto, y los padres siguen discutiendo solos. Esta es la sensación que nuestra sociedad vive. Mientras observamos el cómo se lidian las ideas desde aquellos que nos mandan, tenemos que desarrollar el concepto de autocuidado; proyectarnos a nosotros mismos dentro de un contexto de sentido común, si es que es común. Si no lo fuese, que no está siendo, diseñarnos un propio programa de auto normas que nos permitan estar en congruencia con nuestro ser, independientemente del conjunto de incongruencias que observemos fuera”, nos explica.

 

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Lejos de personas pesimistas

Las relaciones con los demás (o la falta de las mismas) influyen en cómo nos sentimos. “Es el momento de saber elegir con quién queremos estar acompañados. Personas pesimistas, con quejas continuas, las que algunos psicólogos denominan tóxicas, están ahora a la búsqueda y captura de víctimas escuchadoras. Esto es grave para nosotros. Tengamos claro el concepto de elegir. Ahora más que nunca podemos decantarnos por evitar este tipo de personas y sus conversaciones. Está demostrado que se puede agredir con las palabras. Utilizar a alguien para así poder 'vaciarse' de la propia angustia es un acto de agresión al otro. Observemos esto con atención, y decidamos decir que no a escuchar a aquellas personas que se comunican de esta manera”, sugiere la psicóloga.

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Pensamiento individual frente a pensamiento colectivo

No es el mejor momento para las relaciones sociales, lamentablemente. Pero cumpliendo con las normas, sí que podemos elegir rodearnos de la gente a la que necesitamos... siempre que queramos hacerlo. No hay obligatoriedad ninguna en serlo ahora. “El ser humano es sociable por naturaleza, pero también es un ser individual en su más amplio espectro. Puede ser entonces otra elección más en esta situación en la que nos sentimos privados de libertad; el decidir entonces auto dosificarnos la mal llamada ‘necesidad de estar con los demás’ puede ser una herramienta que nos ayude a gestionar la angustia de sentirnos con la prohibición de estar sin ellos. Esto ayuda a auto conocernos, cosa que muchos de nosotros quizá no hayamos tenido la posibilidad de hacerlo nunca, por haber tenido demasiado ‘ruido’ dentro de nosotros, ruido que es la suma de las opiniones de los demás, más las dudas que nos generan esas opiniones, más el esfuerzo de poner nuestros argumentos por encima de todo esto”, matiza.

 

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Decidir autoconfinarse vs. confinarse por obligación

Las normas cambian por semanas, no sabemos si iremos de nuevo hacia medidas más restrictivas o no. Eso hace que el mencionado hartazgo aumente, sobre todo cuando estamos continuamente en la situación de tenernos en vilo respecto a lo que se va a decidir hacer con nosotros. “La ansiedad que produce estar a la expectativa de normas que cambian de manera continua genera unos costes emocionales muy altos, así como sensaciones de impotencia ante la ausencia de sentir que no tenemos las riendas de nuestra vida. Hemos de adelantarnos a esto también; generar cada uno de nosotros la decisión de la vida que queremos llevar a partir de ahora, y diseñarnos una vida a partir de estas limitaciones. Observo  personas que están inmersas en una carrera sin fondo para llegar a la meta consumiendo actividades de manera compulsiva por si acaso en un momento próximo les prohíben hacerlas. Por otro lado, observo también a muchas otras inactivas, sumidas en una profunda tristeza y depresión, con el argumento de “si todo sigue así, yo no quiero vivir de esta manera”. En cualquiera de los dos casos, la sensación de base es la misma: la incapacidad que tiene el ser humano de vivir centrado en el presente, en el aquí y ahora, en el carpe diem del instante. Comentarios como el de “ojalá pase esto pronto”, no solo es un deseo disperso, sino que nos aleja de todo tipo de arraigo con nosotros mismos”, explica Pilar Guerra.

 

¿Qué recomienda? Buscar objetivos a cortísimo plazo, metas del presente, no esperar al futuro, y a ver si “esto pasa”, porque con esta filosofía, puede entonces que se nos pasen más cosas. Tenemos que diferenciar entre ponernos retos alcanzables y no desafíos de altas expectativas que probablemente sean difíciles de cumplir.

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Empatía sí, pero con límites

“La empatía supone ser un espejo para el otro, y la hiper empatía una “esponja” que absorbe todo lo del otro. Son dos conceptos diferentes. Nos estamos extralimitando con la empatía, haciendo nuestro el sufrimiento de los demás a unos niveles exagerados. Esto hace que nuestra barrera protectora no exista, convirtiéndose en una hiper sensibilidad patológica. En este momento presente, la observación de este límite ha de ser obligada”, cuenta la psicóloga clínica, que apunta que precisamente una de las señales que alertan de ese hartazgo que tenemos es precisamente el no saber poner estas barreras. “Nos hiper empatizamos con el sufrimiento de las personas mayores, con la frustración de los jóvenes, y entramos en un mundo de discursos llenos de carga emocional, incapaz de ser soportados por nuestra propia psiquis”, dice.

 

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¿Victimismo o responsabilidad?

No hay duda de que todos somos víctimas de esta situación, compleja de entender. Por eso, la experta considera que la psicología positiva demasiado positiva, también puede llegar a ser una provocación al ser humano y que justo genere el efecto contrario. “La exigencia de ser optimistas en esta situación es una expectativa irreal, que puede generar más frustración aún si cabe. Si bien es cierto que los profesionales de la salud mental tenemos la misión de sostener las emociones desbordadas y desbordantes de las personas, hemos de tener la responsabilidad también de darles un espacio al pesimismo, que en este caso sería un pesimismo defensivo, que nos ayude a prepararnos a estar preparados para cualquier tipo de acontecimiento por muy arduo que sea”, nos detalla.

 

Y es que el hartazgo del que hablábamos antes implica que nos den un espacio para la queja, para la angustia, para la incertidumbre, para las dudas y para el desasosiego. “Sí, somos víctimas. Y llamarnos así nos permite tener un contacto con la realidad. Tras esto, está también nuestra decisión de victimizarnos o no. Esto sí que lo podemos elegir cada uno. Y es responsabilidad de cada uno saber que es mucho más sano no hacerlo”, añade

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La importancia del lenguaje

Es importante, en este momento complicado, aprender a gestionar bien el lenguaje. “La pregunta de 'cómo estás, qué tal estás', es una pregunta demasiado amplia en estos momentos. Realmente, no solo no mitiga nuestro estado emocional inestable, sino que puede ayudarlo a desestabilizarlo más. En estos momentos, puede considerarse incluso una pregunta invasiva porque realmente no vamos a saber que contestar ya que ni tan siquiera muchos de nosotros sabemos la respuesta. Preguntas como 'qué necesitas', sin embargo, da cabida a poder contestar lo que realmente queremos del otro, e incluso nos da la libertad para poder contestar que lo que realmente necesitamos es que no nos hagan preguntas. Estamos tristes. Es una situación muy difícil. El principal síntoma de la tristeza es la irascibilidad y la tenemos. Por ello este hartazgo que sentimos a nivel general es un mecanismo de defensa para poder protegernos de la realidad que estamos viviendo”, concluye la especialista.

 

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