Psicología

Las 'horas rosas': el ritual que puede devolver la conexión en pareja, según esta psicóloga


Hay hábitos sencillos que pueden devolver la complicidad perdida en pareja. Lara Ferreiro, experta en terapia de relaciones, nos lo explica


Pareja joven feliz en la cocina en el desayuno© Getty Images
30 de diciembre de 2025 - 12:00 CET

Hay parejas que conviven, organizan la logística diaria, hablan de hijos, trabajo o vacaciones… y, aun así, sienten que ya no se miran. No porque haya una gran crisis. Simplemente, algo se ha ido apagando. La conexión se ha vuelto débil o tan monótona que apenas es significativa. Esta especie de 'languidez' que afecta a tantas parejas suele empezar mucho antes de que aparezcan los grandes conflictos. 

Y es que, como nos aclara la psicóloga y experta en pareja Lara Ferreiro, “las relaciones no se rompen de golpe". La realidad es que se van desgastando poco a poco, con gestos, a menudo, a los que no le damos mucha importancia. Y las navidades pueden actuar como un termómetro relacional. “Se pasa más tiempo juntos y aumentan las expectativas”, explica Ferreiro. Por eso enero y septiembre son picos de demanda en terapia de pareja. La idealización de la Navidad, las tensiones familiares y la convivencia prolongada sacan a la superficie lo que durante el año se ha evitado mirar.

Pero veamos cuáles son esos gestos que erosionan la relación y, sobre todo, cuáles son las recomendaciones de la psicóloga para 'volver a vernos'. 

Mujer y hombre en la cocina, ambos con expresión seria, conversando.© Getty Images

Los primeros gestos que empiezan a apagar la conexión

Como comentábamos, antes de que haya reproches, silencios o sensación de distancia, aparecen señales a las que no prestamos atención y que, sin embargo, pueden erosionar la calidad de una relación de pareja. “Lo primero es no responder a los intentos de conexión”, señala Ferreiro. Son momentos aparentemente irrelevantes: una caricia que no se devuelve, una mirada que no encuentra respuesta, un “qué guapa estás” que se queda en el aire. “Cuando tu pareja te busca y tú contestas con un ‘ajá’ o un ‘vale’, ahí empieza el problema”, afirma.

Estos intentos de conexión son pequeñas invitaciones al vínculo. No atenderlas no suele ser intencionado, pero su efecto es determinante. “La otra persona empieza a sentir que no importa, que no es prioritaria”, explica la psicóloga.

A esto se suma uno de los gestos más frecuentes en consulta: mirar el móvil mientras el otro habla. “El phubbing es devastador para la relación”, advierte Ferreiro. “Genera menos satisfacción, menos cercanía y menos intimidad”. Cuando hay contacto visual y atención real, el cerebro activa las neuronas espejo y se libera oxitocina, la hormona vinculada al apego. “Mirar el móvil mientras tu pareja habla activa el mismo circuito cerebral que el rechazo social”, explica Ferreiro. La persona que habla se siente ignorada, poco visible, prescindible.

Otro gesto muy repetido es el rechazo físico cotidiano. “No hablo de sexo, sino de apartar una mano, esquivar un abrazo, decir ‘quita’ cuando el otro se acerca”, explica. En terapia, muchos hombres verbalizan esta experiencia como una herida constante: “mi mujer me rechaza”. 

Mirar el móvil mientras tu pareja habla activa el mismo circuito cerebral que el rechazo social

Lara Ferreiro, psicóloga

Monosílabos o preguntas sin atención 

Responder con monosílabos tiene un efecto parecido. “Es como decir: no mereces ni una frase completa”, señala. Y aunque a veces tenga que ver con el momento, cuando se repite genera distancia emocional.

Algo similar ocurre con el “¿cómo estás?” automático. “Muchas parejas preguntan por educación, pero no escuchan la respuesta”, explica la psicóloga. Cuando la conversación se corta en cuanto aparece una emoción real, el mensaje que recibe el cerebro es claro: aquí no puedo apoyarme.

En este punto aparece una diferencia frecuente en consulta. “Muchas mujeres solo necesitan ser escuchadas, no que les den soluciones”, aclara Ferreiro. Cuando la respuesta es práctica y no emocional, la sensación de incomprensión crece.

Todo esto reduce la oxitocina y debilita el sentimiento de equipo. “La relación deja de ser un ‘nosotros’”, resume. Y la soledad en pareja, insiste, “es una de las experiencias más dolorosas”.

Sentirse invisible y el impacto en la autoestima

Cuando uno de los dos empieza a sentirse invisible, el daño puede ser irreparable. “La autoestima se resiente muchísimo”, explica Ferreiro. Aparecen pensamientos de no ser deseable, de no gustar, de no importar.

Ese dolor activa la hipervigilancia: celos, inseguridad, comparación constante. Algunas personas reaccionan intentando agradar más; otras se enfrían y se distancian. En ambos casos, la fricción aumenta. “La invisibilidad sostenida es uno de los mayores predictores de malestar psicológico”, afirma.

pareja feliz limpiando en casa© Adobe Stock

No agradecer hace que la relación se enfríe

Tampoco le damos mucha importancia y la tiene. Hablamos de dar las gracias en el día a día. El café de la mañana, un favor, un gesto de cuidado... “Cuando todo se da por hecho, la relación se enfría”, señala Ferreiro. No porque el gesto deje de existir, sino porque deja de ser reconocido.

A esto se añaden los pequeños desprecios: el sarcasmo, la burla, los ojos en blanco, el humor hostil. “No son grandes insultos, pero erosionan muchísimo”, explica. Y nos cuenta que en consulta muchas parejas no saben cuándo empezó la distancia, pero recuerdan perfectamente ese clima de ironía constante.

También aparece la defensiva permanente, el “y tú más”, la lista de reproches del pasado. Y, poco a poco, la retirada. “Cada uno se va a su habitación, a su pantalla, a su mundo”, describe Ferreiro. No hay necesariamente enfado, pero sí ausencia compartida. Incluso prácticas cada vez más normalizadas, como dormir en habitaciones separadas, pueden convertirse en un punto de ruptura si no se hablan.

muchas parejas no saben cuándo empezó la distancia, pero recuerdan perfectamente ese clima de ironía constante.

Lara Ferreiro, psicóloga

Vivir juntos sin sentirse acompañados

La rutina y el cansancio hacen el resto. “La rutina desgasta el amor”, afirma Ferreiro. Con hijos, trabajo y responsabilidades, el tiempo se encoge. La energía también. “Priorizas todo lo demás y la pareja queda para cuando sobre algo”, explica. El resultado es una convivencia funcional, pero vacía a nivel emocional.

El aburrimiento relacional es otro gran enemigo. “Cuando no hay novedad ni estímulos, la chispa se apaga”, explica. El cerebro necesita activar la dopamina, el sistema del placer. Si la relación deja de hacerlo, la desconexión avanza.

Y no hay que despreciar el descanso. “Dormir mal baja la empatía y aumenta la irritabilidad”, recuerda Ferreiro. En una sociedad agotada, con poca conciliación y muchas cargas —especialmente en las mujeres que cuidan a hijos y padres a la vez—, la pareja suele pagar el precio.

Relaciones que funcionan por fuera, pero no por dentro

Todos estos gestos describen relaciones muy frecuentes: aquellas que parecen funcionar por fuera, pero no por dentro. Muchas parejas siguen adelante por pura inercia. “Aproximadamente el 70 % de las parejas con hijos viven así”, señala Ferreiro. No se separan por motivos económicos, por los niños, por miedo a la soledad o por creencias personales.

La relación sigue siendo operativa porque es lo más cómodo”, explica. Hipoteca, rutinas, estatus. Todo pesa más que el malestar emocional, al menos durante un tiempo. Algunas personas incluso ponen fecha mental a la ruptura: “cuando los hijos crezcan”.

Imagen en picado de una terapia de pareja© Getty Images

Diferencias entre hombres y mujeres en la desconexión 

En consulta, las diferencias de género siguen apareciendo con claridad. “Las mujeres suelen verbalizar antes que algo va mal”, explica Ferreiro. Protestan, piden cambios, buscan ayuda. Los hombres, en cambio, tienden a retirarse en silencio.

Ellos suelen refugiarse en el trabajo, el deporte o las distracciones. Ellas buscan conversación y apoyo emocional. “No es un mito, es un patrón muy repetido”, señala la psicóloga.

Las horas rosas son espacios protegidos, semanales o quincenales, dedicados solo a la pareja. “Arreglarse, ponerse 'guapos', salir, hablar sin interrupciones, mirarse...

Lara Ferreiro, psicóloga

Pequeños gestos que ayudan a volver a verse

La recuperación empieza en lo cotidiano. Besos al despertar, desayunos compartidos, mensajes durante el día, actividades comunes. Rituales pequeños, pero constantes. “No se trata de grandes cambios, sino de volver a estar presentes”, explica.

Mirarse, tocarse, escucharse sin prisas. Hacer peticiones claras en lugar de críticas. Pactar, hablar, cuidarse... Y programar 'las horas rosas'. Se trata de un concepto que trabaja mucho en terapia. Las describe como espacios protegidos, semanales o quincenales, dedicados solo a la pareja. “Arreglarse, ponerse 'guapos', salir, hablar sin interrupciones, mirarse...”, enumera. Incluso el sexo necesita, a veces, planificación y, de hecho, "funciona programarlo", asegura la experta. 

También es importante reconocer cuándo hay que volver a tomar el pulso a la relación y tomar decisiones. Y es que, en ocasiones, todos estos gestos delatan que la pareja puede necesitar terapia. Ferreiro detalla los síntomas: meses sin contacto, sin planes compartidos, sin intimidad, fantasías recurrentes de ruptura, aislamiento emocional. “Cuando el malestar es persistente, conviene pedir ayuda”, recomienda la especialista en psicología. 

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