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Inmaculada Borrego, especialista en Salud Digestiva y autora del libro 'Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita'© Wijkmarkphoto

Inmaculada Borrego, experta en salud digestiva: "Es más fácil cambiar lo que comemos que cambiar nuestra vida. Pero el aparato digestivo no se calla con solo comer bien”

Ha publicado su libro 'Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita', en el que aborda los problemas digestivos más comunes y su relación con las emociones


26 de junio de 2025 - 7:00 CEST

Hinchazón, gases, digestiones pesadas, molestias abdominales… ¿Te suenan los síntomas? Pues no estás sola. Y, sin embargo, tus analíticas salen perfectas. Sobre todo ello reflexiona en su libro Inmaculada Borrego (@inmabosaluddigestiva), especialista en salud digestiva, que aprovechó su propia experiencia y convirtió su diagnóstico de colitis ulcerosa en una vocación por comprender el cuerpo en profundidad y acompañar a quienes viven con síntomas digestivos que nadie parece saber explicar. Así lo hace en su libro Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita, publicado por Zenith, una guía para quienes están cansados de buscar respuestas sin encontrarlas y sienten que su cuerpo intenta decirles algo. Nos anima, por supuesto, a escucharlo. De todo ello hemos tenido la ocasión de hablar con ella. 

¿Qué la llevó a escribir sobre la conexión entre la digestión y las emociones, dónde nace la inspiración para este libro?

Siempre digo que no solo importa el qué, sino el cuándo. El momento en que aparece un síntoma es clave para entender lo que hay detrás. En mi caso fue a los 26 años, el día en que me ofrecieron un contrato indefinido en el hospital donde trabajaba. Un trabajo que, aunque era muy gratificante por el contacto diario con los peques, también me pedía más de lo que yo podía sostener. Salí de aquella reunión con la sensación de que estaba forzando un camino que no era el mío... y ese mismo día, sin previo aviso, apareció la colitis.

Y claro, lo primero que pensé fue: “¿Cómo puede ser?”. Si me cuidaba muchísimo. Comía súper bien, hacía bastante ejercicio, me exponía al sol, practicaba ayunos, respetaba mis ritmos... tenía todos los “checks” de un estilo de vida saludable. Todo estaba en orden, salvo una cosa: la parte emocional. Estaba agotada, insatisfecha, y no me daba ni un respiro.

A partir de ahí entendí que no solo podía echarle cuenta a la parte más biológica de mi cuerpo, sino que también debía hacerme cargo de cómo me sentía. Que no es solo lo físico ni solo lo emocional: es la relación entre ambos. Y cuando uno de esos dos pilares se tambalea, el cuerpo también se altera y empieza a dar señales. Esa fue la semilla que, con el tiempo, dio forma a este libro: una forma de unir lo que nunca debió estar separado.

Porque no, no es “todo está en tu cabeza”. Pero tampoco es solo tu intestino. Es un diálogo constante. Y cuando aprendes a escucharlo de verdad, las cosas empiezan a cambiar.

El cuerpo habla de muchas formas. A veces lo hace con síntomas sutiles, incómodos, que no encajan en ningún diagnóstico... pero que están ahí, pidiendo atención

Inma Borrego

¿Qué le diría a alguien que no se siente bien, que tiene molestias digestivas, pero que, como dice en su libro, tiene unas analíticas perfectas?

Le diría, primero, que le creo. Que lo que le pasa no está solo en su cabeza y que no tiene que demostrarle a nadie cómo se siente. Porque cuando tienes problemas digestivos, cuando algo no va bien por dentro, pero las pruebas no dicen nada, entras en una especie de tierra de nadie. Y eso agota. Te hace dudar de ti, de tu cuerpo, de todo.

La salud no se mide solo con cifras, ni con si un valor está un poco más alto o más bajo de lo normal. El cuerpo habla de muchas formas. A veces lo hace con síntomas sutiles, incómodos, que no encajan en ningún diagnóstico... pero que están ahí, pidiendo atención.

Este libro está pensado también para esas personas. Para quienes se sienten perdidas, para quienes han pasado de consulta en consulta sin una respuesta clara que les diga “esto es lo que tienes”. Pero es que muchas veces lo que te pasa no te lo va a decir ningún resultado de laboratorio. Porque no siempre se trata de encontrar una etiqueta médica, sino de empezar a mirar el cuerpo desde una perspectiva más completa: entendiendo cómo influyen tus emociones, tu ritmo de vida, tus límites... No es solo lo físico.

Mujer sentada con molestias en el vientre© Getty Images

Un problema añadido es que tal vez esa persona haya vivido un peregrinar por diferentes especialistas y médicos, con el desgaste que eso supone, ¿no es así?

Totalmente. Y ese peregrinaje, que muchas veces empieza con ilusión de encontrar respuestas, acaba convirtiéndose en una fuente más de agotamiento. Porque cada consulta es una nueva esperanza, pero también una nueva prueba, una nueva explicación, una nueva decepción si no te dicen nada claro. Y eso desgasta una barbaridad: emocionalmente, físicamente... y también en lo económico.

Al final, muchas personas acaban sintiéndose incomprendidas. Como si el problema estuviera en ellas por no mejorar, cuando en realidad lo que pasa es que nadie les ha contado toda la película. Les han hablado de órganos, de diagnósticos, de valores... pero no de lo que hay detrás.

Porque si solo miramos al cuerpo desde un ángulo, si solo se buscan enfermedades concretas, dejamos fuera todo lo demás: el cansancio de vivir en modo automático, la presión constante por llegar a todo, los límites que no ponen, las responsabilidades que no les corresponden pero que asumen, las decisiones que no se atreven a tomar... Y claro, con toda esa parte sin mirar, cuesta mucho mejorar de verdad.

¿Considera que, por fin, le estamos dando la importancia que realmente requiere a nuestra salud digestiva?

Cada vez se habla más de salud digestiva, eso es cierto. Y eso es genial, porque durante mucho tiempo solo se le prestaba atención si había un diagnóstico concreto. Pero hoy ya hay más conciencia de que el aparato digestivo es mucho más que eso. Es nuestro centro de equilibrio, y está conectado con todo: con la microbiota, con el sistema inmune, con la energía, con las emociones y con la mente.

Ahora bien, creo que todavía estamos muy centrados en la parte nutricional —lo que comemos, los alimentos que “inflaman”, lo que debemos evitar— pero seguimos dejando de lado todo lo demás: cómo vivimos, cómo sentimos, cómo gestionamos el estrés, cómo descansamos, cómo nos relacionamos, el ritmo al que vamos, el espacio que nos damos para parar... Eso sigue siendo el gran pendiente.

Así que sí, estamos avanzando. Pero el enfoque aún es parcial. Y hasta que no entendamos que el intestino también responde a cómo estamos por dentro y al contexto en el que vivimos —no solo a lo que comemos, sino a lo que no digerimos emocionalmente— nos quedaremos a mitad de camino.

Creo que todavía estamos muy centrados en la parte nutricional —lo que comemos, los alimentos que “inflaman”, lo que debemos evitar— pero seguimos dejando de lado todo lo demás: cómo vivimos, cómo sentimos, cómo gestionamos el estrés, cómo descansamos...

Inma Borrego

¿Cuál piensa que es el error más común que cometen las personas con molestias digestivas?

Intentar solucionarlo todo desde la comida. Ese es, para mí, el error más común. Cambian la dieta una y otra vez, eliminan alimentos, prueban suplementos, hacen test de intolerancias... y aun así no mejoran del todo. Y eso frustra muchísimo.

Nos encanta tener listas de permitidos y prohibidos. Porque dan sensación de control, de que si cumples con lo que “hay que hacer”, todo se arreglará. Pero cuando ponemos toda la carga en la alimentación, muchas veces usamos esa herramienta —que es valiosa, sí— como un atajo para no mirar lo que realmente duele: cómo estamos emocionalmente, cómo nos hablamos, cómo nos exigimos, cómo vivimos el día a día.

Y claro, es mucho más fácil cambiar lo que comemos que cambiar nuestra vida. Pero el aparato digestivo no se calla con solo comer “bien”. Es muy sensible a todo lo que pasa dentro y fuera de nosotros. Y si no atendemos también esa parte, es fácil quedarnos atrapados en un bucle: cambiando lo de fuera sin revisar lo de dentro.

Basándose en su experiencia, ¿cuál es el impacto que cree que tiene el estrés en los problemas digestivos?

Mucho más del que imaginamos. El estrés no es solo “estar nerviosa” o “pasar una mala racha”. Es una carga constante que altera nuestros ritmos, nuestra respiración, nuestro descanso, nuestra forma de comer... y todo eso afecta directamente al aparato digestivo.

Cuando vivimos en modo alerta, el cuerpo prioriza sobrevivir, no digerir. Se ralentiza el tránsito, se altera la microbiota, se inflama la mucosa intestinal. Todo se vuelve más sensible, más reactivo. Y lo peor es que muchas veces normalizamos ese nivel de tensión.

Lo llamamos “rutina”, pero en realidad estamos forzando el cuerpo más de la cuenta. El estrés sostenido no solo agrava los síntomas digestivos, sino que puede llegar a ser incluso el origen silencioso de muchos de ellos. Por eso, en muchos casos, hasta que no bajamos el nivel de exigencia interna, el cuerpo no empieza a recuperar su equilibrio.

¿Cree que la medicina tradicional aborda suficientemente la relación entre emociones y digestión o aún queda mucho trabajo por hacer?

Creo que se empieza a hablar más del tema, pero todavía de forma muy superficial. En general, la medicina tradicional sigue tratando cada parte del cuerpo por separado: el intestino por un lado, la ansiedad por otro, el cansancio por otro... como si todo funcionara en compartimentos independientes. Y claro, así es difícil ver el conjunto.

No se trata de culpar a nadie —cada enfoque tiene su valor—, pero muchas personas con molestias digestivas no encuentran respuestas completas porque se sigue mirando solo lo físico, lo que se puede medir o ver. Todo lo que no se ve —cómo vive esa persona, lo que siente, lo que arrastra— queda fuera de la ecuación. Y cuando por fin se menciona lo emocional, muchas veces es de forma superficial, sin darle el espacio que merece ni ofrecer herramientas reales para abordarlo.

Aún queda mucho por hacer, sobre todo a la hora de integrar. De ahí que para mí, el gran reto sea ese: dejar de separar lo que sentimos de lo que nos pasa físicamente. Porque no son mundos distintos. Son dos caras de lo mismo.

mujer cansada en la terraza de su casa, tomándose una infusión© Getty Images

¿Qué hábitos sencillos recomendaría para mejorar la salud digestiva sin necesidad de grandes cambios?

Siempre digo que no hace falta hacer grandes cambios para empezar a notar mejoría. A veces lo más potente es lo más sencillo. Por ejemplo, algo tan básico como cenar más temprano y ligero puede mejorar muchísimo la digestión por la noche y también la calidad del sueño.

Otro hábito que recomiendo mucho es dejar al menos 12 horas entre la cena y el desayuno. Ese descanso digestivo le da al sistema el tiempo que necesita para recuperarse y regenerarse.

También es muy sencillo —y bastante efectivo— empezar el día con agua caliente o una infusión suave. Ayuda a activar el aparato digestivo con calma y a estimular el movimiento natural del intestino.

Y algo que parece una tontería, pero no lo es: hacer una pausa antes de comer. Soltar el móvil, respirar un poco, bajar revoluciones... algo que te ayude a pasar del ritmo del trabajo al momento de la comida. Porque no solo importa lo que comemos, sino también cómo lo hacemos.

Cuando vivimos en modo alerta, el cuerpo prioriza sobrevivir, no digerir. Se ralentiza el tránsito, se altera la microbiota, se inflama la mucosa intestinal.

Inma Borrego

¿Hay algún alimento que considere especialmente problemático para la salud digestiva y que deberíamos evitar?

Si tuviera que decir uno, diría que el alimento más indigesto es la autoexigencia crónica. No hay intestino que la digiera bien. Y lo curioso es que, detrás de esa exigencia, muchas veces lo que hay es una desconexión profunda de una misma: de lo que necesitas, de cómo estás, de hasta dónde puedes llegar sin pasarte. Se entra en piloto automático, en cumplir con todo, y el cuerpo va quedando en segundo plano... hasta que vienen los problemas.

Dicho esto, si hablamos de alimentos concretos que suelen dar más problemas, lo que más veo es la falta de variedad real en la alimentación. Comer siempre lo mismo —aunque sea “saludable”— empobrece la microbiota y debilita toda la función digestiva.

También suelen dar guerra los ultraprocesados de supermercado: productos hechos con ingredientes de muy mala calidad, llenos de azúcares, aditivos y grasas inflamatorias, que alteran el aparato digestivo aunque no se note a corto plazo.

Pero más allá del “qué”, hay algo que me parece fundamental: la profundidad con la que miramos los alimentos. No es lo mismo un café comercial, con tueste agresivo y origen dudoso, que un café de especialidad: bien tratado, de origen claro y mucho más amable con el estómago. Ni un chocolate industrial, hecho con habas de mala calidad y cargado de azúcares, lecitinas y aromas para disimularlo, que uno bean to bar, con cacao de origen, ingredientes limpios y un proceso que respeta el grano y lo que aporta. Tampoco es lo mismo un vegetal de cultivo intensivo, cargado de pesticidas, que uno ecológico y recogido en su temporada. O un pollo criado en jaula, que otro que ha correteado y pastado al aire libre. La digestión también empieza por ahí: por la historia que tiene ese alimento antes de llegar a tu plato.

Y en el otro extremo, ¿cuáles son los mejores aliados de nuestra salud digestiva?

Más que hablar de alimentos sueltos, yo diría que los mejores aliados de la salud digestiva son los que acompañan al cuerpo sin imponerle más carga. Comidas sencillas, hechas con ingredientes reales —de los que reconoces sin tener que leer una etiqueta—, que se cocinan en casa, que huelen bien, que te sientan bien... y que comes con hambre de verdad, sin prisa.

Por ejemplo: un caldo bien hecho, una crema de verduras, una tortilla de patatas que te transporte a tu infancia, unas sardinas a la plancha, un pollo al horno que te recuerde a los domingos en casa, o unas legumbres cocinadas con mimo y sin prisas. Eso, aunque parezca básico, nutre más que cualquier superalimento de moda.

Y no solo en lo nutricional. También son aliados el descanso, las pausas, moverse un poco cada día, el silencio. Todo lo que ayude a salir de ese modo tensión en el que tantas veces vivimos sin darnos cuenta. Porque no solo digerimos lo que comemos, también digerimos lo que vivimos.

Y, sobre todo, la capacidad de escucharte. Saber qué te sienta bien, qué te pide el cuerpo, cuándo necesitas parar. Esa conexión —aunque no venga en envase ni tenga etiqueta— es uno de los mayores aliados digestivos que existen.

No es lo mismo un café comercial, con tueste agresivo y origen dudoso, que un café de especialidad: bien tratado, de origen claro y mucho más amable con el estómago.

Inma Borrego

¿Cómo se puede diferenciar una molestia digestiva causada por estrés de una condición médica más grave?

No siempre es fácil diferenciarlo, y por eso es importante que ante cualquier molestia persistente se descarte primero una causa médica. Pero una vez hecho eso, hay pistas que pueden ayudarte a entender si el estrés está teniendo un papel importante.

Por ejemplo, si las molestias van y vienen según tu nivel de tensión, si empeoran en momentos de sobrecarga emocional o cuando sientes que vas en piloto automático, eso ya es una pista clara.

 También se nota cuando los síntomas aparecen sin una relación directa con lo que comes, pero sí con cómo estás: días de más ansiedad, falta de descanso, discusiones, cambios de ritmo...

El cuerpo es muy sabio, pero no habla en palabras. Habla con hinchazón, gases, acidez, digestiones lentas o sensación de nudo en el estómago, incluso cuando no has comido nada que lo justifique.

Por eso, más que obsesionarse con “lo que has comido”, muchas veces ayuda preguntarse: ¿cómo estoy ahora mismo? ¿qué estoy sosteniendo sin darme cuenta? ¿En qué momento del día o de mi vida aparece esto que me pasa a nivel digestivo?

Portada del libro 'Lo que tu mente calla, tu intestino lo grita', de Inma Borrego © Zenith

¿Son 28 días los necesarios para reconectar con nuestro cuerpo y mejorar nuestra salud digestiva?

No es que en 28 días se resuelva todo ni que exista una fórmula mágica. Pero sí creo que un mes puede ser un punto de inflexión real si te lo tomas en serio y decides cuidarte de verdad. En mi método propongo una guía clara, paso a paso y adaptable, que te ayude a observarte, escucharte y empezar a regular de forma sencilla lo que está desordenado: la digestión, las emociones, los ritmos...

Planteo pautas y acciones desde todos los ángulos que influyen en la salud digestiva —desde lo físico hasta lo emocional—, y las organizo de forma progresiva para que cada día tengas una acción concreta, con margen para adaptarlo a ti.

Todo el método es práctico: ajustes en las rutinas del día a día, consejos concretos y combinaciones digestivas a nivel alimentación, remedios naturales, infusiones según el síntoma... y también ejercicios para calmar el sistema nervioso, dinámicas de observación y espacio para revisar cómo estás viviendo. Todo pensado para avanzar sin agobios.

Por supuesto, cada persona es distinta. Algunas notan cambios muy rápido, otras necesitan más tiempo. Pero ese primer mes tiene un valor simbólico y muy práctico: es suficiente para romper inercias, salir del piloto automático y empezar a construir una base que te sostenga de verdad.

¿A quién va especialmente dirigido el libro?

Este libro está pensado para todas esas personas que sienten que su cuerpo les está pidiendo algo, pero no saben por dónde empezar. Que llevan tiempo con todo lo digestivo revuelto, con cansancio acumulado que no mejora, con sensación de desorden... y no terminan de encontrar una respuesta clara.

También para quienes tienen un diagnóstico digestivo, pero sienten que el tratamiento no lo es todo. Y para quienes no tienen diagnóstico, pero saben que algo no está bien. Para los que se cuidan mucho —comen bien, hacen ejercicio, duermen— pero aun así sienten que algo no encaja. Y se preguntan: ¿qué más me falta? ¿qué no estoy viendo?

El libro es una invitación a mirar el cuerpo con más profundidad y con más compasión. A entender que la salud digestiva no va solo de lo que comes, sino de cómo vives, cómo te hablas, cómo sostienes todo lo que llevas encima. No hace falta estar enferma para leerlo. Basta con tener esa sensación de que algo dentro no está del todo en su sitio... y que ya es hora de atenderlo en serio.

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.