Hay gestos que no hacen ruido, pero sostienen el mundo. Cuidar a alguien cercano, generalmente a nuestros mayores, no es solo un acto de amor: es sumergirse en una historia que no siempre se elige, pero que siempre transforma. Así lo plasma Javier Yanguas, doctor en psicología y uno de los mayores expertos en España sobre gerontología, en su libro Cuando los volcanes envejecen, donde nos habla del acto de cuidar —tan cotidiano como trascendental—, al que no siempre se le da la importancia y el valor que realmente tiene. No podemos olvidar que, además, al final, todos cabemos en esa historia: los que cuidamos, los que cuidaron, los que cuidarán… y los que necesitarán ser cuidados.
¿Cómo nace el libro 'Cuando los volcanes envejecen', qué le llevó a escribirlo?
Yo me he dedicado profesionalmente muchos años a trabajar con cuidadores de personas con enfermedad de Alzheimer y otras demencias. A nivel personal tuvimos, además, que cuidar mi hermana y yo a mi madre, y ahí me daba cuenta de la distancia enorme que hay entre la teoría y la práctica. Entre aconsejar a una persona que viene a tu despacho qué es lo que tiene que hacer para cuidar bien a su familiar con demencia y luego la realidad, que es mucho más dura.
Veía que no era capaz de comprender bien, que había aconsejado muchas veces a muchas personas sin realmente entender. Da la sensación de que uno sabe un poco de algo y, en realidad, pues no sabe tanto.
Entonces, aproveché y fui tomando notas de apuntes en el proceso de cuidado de mi madre y este libro nace un poco por eso: de la necesidad de contar esta historia de los cuidados. Lo que he hecho es juntar historias que yo conozco de cuidados de otras personas y también la experiencia propia. He querido poner nombre o escribir la experiencia de muchas personas, fundamentalmente mujeres que no pueden escribir su propia historia de cuidados y que es una historia desconocida y que no se tiene en cuenta, que se valora poco.
Todos, en mayor o menor medida cuidaremos o seremos cuidados, ¿estamos preparados para ello?
Pienso que no estamos preparados para el cuidado. Yo creo que huimos de todo lo que huele a vulnerabilidad, a fragilidad, de la enfermedad, de la dependencia... intentamos no pensar en ello. No nos gusta lo negativo. Yo creo que necesitamos reenfocar esto, debemos saber que vivir la vida en profundidad significa también saber que la vida es finita, saber que un día necesitaremos ayuda de los otros, apostar por la interdependencia. De todas estas cosas habla el libro.
¿Es la sociedad, cada vez más individualista, un problema importante en este sentido?
Estamos claramente en una transición desde hace muchos años de sociedades más comunitarias a sociedades más individualistas, donde la interdependencia parece clandestina, donde entonamos la primera del singular, yo, me, mí, conmigo y poco el nosotros. Llevamos ya tiempo en esto, y da la sensación de que el compromiso, la reciprocidad, todos estos valores pertenecen a otra otro momento de la historia. Creo que, en parte, la situación que vivimos es consecuencia de la pérdida de estas relaciones. Yo estoy muy preocupado con esto. Creo que necesitamos recuperar esa primera persona del plural, el nosotros. El estar solo, el solo preocuparme de mí, creo que no nos lleva a ningún sitio. Creo que todos en la vida acabamos necesitando de los otros y, por lo tanto, deberíamos de cuidar mucho más las relaciones.
Vivir la vida en profundidad significa también saber que la vida es finita, saber que un día necesitaremos ayuda de los otros, apostar por la interdependencia
¿Qué papel piensa que juega la sociedad en la forma en que tratamos a las personas mayores?
Juega, en mi opinión, un papel crucial. Pensamos que la vejez es una parte de la vida que no es importante, como esa especie de ‘lo que queda’. Parece que la vejez es esa parte que es prescindible. Pero ahora, con la inversión en salud, en investigación, en la mejora del bienestar… la vejez puede durar veinte, veinticinco o treinta años: de los sesenta y cinco a los noventa años. Casi un cuarto de la vida, o entre un cuarto y un tercio de la vida. Creo que no podemos despreciar la vejez, que se ha vuelto el período más relevante quizás de la vida, aunque no lo veamos, y pienso que lo tenemos que mirar de otras maneras. Debemos tratar a las personas mayores como adultos que son, con dignidad, con respeto. Desde luego, no se pueden conculcar los derechos de las personas mayores como lo estamos haciendo y creo que necesitamos mirar la vejez como lo que es. No es un periodo residual, sino que en realidad la vejez tiene etapas, momentos muy distintos en los que en los que la vida tiene obviamente todo el sentido del mundo.
¿Cuál cree que es el mayor desafío al que se enfrentan los cuidadores?
Se enfrentan a muchos desafíos. Cuidar no es nada fácil. No lo es en el sentido instrumental, el que implica directamente hacer las tareas: ayudar en el lavado, en el vestido, en la comida. Pero también es muy difícil en otras cosas que no son tan evidentes, es decir, no poder hablar con la persona a la que cuidas, afrontar los trastornos de conducta, a veces los celos, a veces la deambulación, a veces la irascibilidad… En las demencias, por ejemplo, son muy característicos estos problemas de conducta.
Además, creo que también es muy complicado un tercer apartado que tiene que ver con los sentimientos, con la carga, con sentir que esto es demasiado para ti, con tener que apartar, por ejemplo, tu propio proyecto de vida por tener que cuidar. Si eres cuidador o cuidadora y tienes hijos, puedes pensar que no los ves o que no cuidas a tu pareja, entonces surgen a veces sentimientos de culpa, o sentimientos de ambivalencia: quieres a tu madre o a tu padre, a los que estás cuidando, o a tu pareja, pero también desearías que esto se acabara.
Estos sentimientos son muy difíciles de llevar, por lo cual yo creo que el cuidado tiene que ver con muchas esferas distintas. A veces nos centramos solo en lo instrumental, en el cambio de pañal, en el hecho de acostarlos y levantarlos. Y lo cierto es que creo que hay cosas, por ejemplo, esos sentimientos de culpa, de ambivalencia, esta incapacidad de poder comunicarnos, de pensar que nuestro proyecto de vida se va al garete... Todo esto yo creo que es lo más complicado de llevar.
Yo llevo muchos años trabajando en esto y me doy cuenta de que pasan los años y el cuidado nunca es una prioridad
¿Piensa que no le damos al cuidado el valor que realmente se merece?
De esto no hay ninguna duda. Uno de los motivos por los que yo he escrito el libro es porque el cuidado se silencia, porque no tiene épica, porque es cosa de mujeres, por mil razones. Es evidente que el cuidado es lo que sostiene esta sociedad. Es evidentísimo que viene un problemón de mucho cuidado, porque llegan las generaciones del baby boom a la vejez.
Y muchas de estas personas llegan con muy pocos hijos o sin hijos, van a llegar muy rápidamente a la vejez y tenemos un problema social importante. Yo llevo muchos años trabajando en esto y me doy cuenta de que pasan los años y el cuidado nunca es una prioridad. En mi particular opinión, el cuidado y la mirada hacia los más vulnerables debería ser lo más relevante y elevarlo a prioridad nacional.
Por experiencia propia, cuando esto sucede, y te conviertes en cuidador, todo gira en torno a esta realidad. ¿Piensa que es necesario, en ocasiones, poner un poco de distancia, para tomar aire y seguir?
Creo que hay una reivindicación en todos los cuidadores, que es el poder compaginar tu proyecto de vida personal con los cuidados. Hasta ahora hemos tenido una mirada de los cuidados en los que cuidar significaba la entrega absoluta, y pienso que eso es excesivo. Tomar distancia es necesario, tomar aire es necesario, y creo que esa reivindicación de compaginar la vida personal y los cuidados es absolutamente legítima y necesaria.
Tradicionalmente han sido las mujeres quienes han asumido el rol de cuidadoras, ¿les ha podido pasar esto factura en otros roles de su vida?
Absolutamente. Esto es una realidad. Recuerdo que cuando empecé a trabajar con personas mayores hace ya muchos años, en el año 1988, le preguntaba a una mujer ‘¿usted qué quiere hacer con su vida?’, y me decía, ‘quiero que mi hija apruebe la oposición o quiero que mi hijo encuentre trabajo’. Y yo le decía, esto es lo que quieren sus hijos, pero usted qué quiere. Muchas mujeres tenían dificultades para saber, más allá de la entrega a los demás, cuál era su vida. Esta es la factura que ha pasado a muchas personas. En este sentido hemos pedido demasiado, y creo que, honestamente, los hombres nos lo tenemos que mirar. Pensar que el cuidado es solo cosa de mujeres me parece que no es lo correcto, me parece que sí hay que equilibrarlo. Los hombres creo que hemos entrado en el cuidado de nuestros hijos, pero no en el cuidado de nuestros padres y creo que necesitamos revisar esto en profundidad.
¿Cómo ha cambiado su perspectiva sobre el envejecimiento después de tu experiencia personal cuidando a tu madre?
Sobre todo ha cambiado la experiencia del cuidado, yo creo que es una experiencia transformadora, imprime carácter. Creo que la cercanía a la vulnerabilidad, a la fragilidad, al dolor, a las limitaciones, te cambia, y honestamente, creo que en parte te cambia a mejor, porque es un pantallazo de la vida real y te hace vivir con más profundidad.
Creo que envejecer no es fácil. Antes tenía una mirada más liviana o menos profunda sobre ello. Pero me parece que envejecer no es fácil. Adaptarse a la pérdida siempre es complicado.
Se habla incluso del síndrome del cuidador, ¿es difícil lidiar con la sobrecarga física y emocional que conlleva el cuidado?
Está ampliamente estudiado y en España tenemos además grupos de investigación y de atención punteros a nivel internacional. Todos los profesionales que trabajan con ellos han trabajado esto claramente. Es uno de los grandes nichos de sobrecarga física, emocional, de estrés, de sentimientos de culpa y, obviamente, muchas veces solos no podemos y necesitamos ayuda. Es muy triste que un cuidador o una cuidadora tengan que cuidar solos. Esa soledad es tremenda.
Creo que envejecer no es fácil. Antes tenía una mirada más liviana o menos profunda sobre ello. Pero adaptarse a la pérdida siempre es complicado
¿Piensas que es importante fomentar una visión más positiva del envejecimiento?
Pienso que más que positiva creo que hay que tener una visión realista. Hay que pensar que el envejecimiento no es una etapa, sino que hay muchas etapas o muchos momentos en esa vejez. La primera tiene que ver con la extensión de la adultez. Creo que es una etapa muy buena de la vida, si uno está bien económicamente y de salud. A partir de los ochenta y tantos viene la fragilidad, vienen luego las situaciones de vulnerabilidad, y ahí creo que necesitamos más apoyo y ayuda.
Necesitamos adaptar nuestra visión a que esa realidad, a que el envejecimiento es heterogeneidad, es diversidad, que en el envejecimiento ocurren muchas cosas buenas, pero que también hay pérdida, hay fragilidad, hay enfermedad y hay muerte. Pero es que nuestra vida es así. Lo que no podemos pretender es tener 70 años y estar como cuando uno tiene 20 años. Creo que eso no puede ser. Los 70 pueden ser estupendos, pero son setenta. Necesitamos además una visión realista. Y dentro de ese realismo, ser positivos es muy interesante, pero sin perder la cordura, sin perder la el eje de la realidad.
¿Qué consejo darías a quienes están comenzando a vivir esta situación, la de cuidar a una persona cercana mayor?
Les diría que busquen acompañamiento, que no estén solos. Y que en la medida en que puedan, se preparen. Les diría que intenten compatibilizar su vida personal y la vida de cuidados, y que intenten buscar en la medida de lo posible un equilibrio. No están solos. Y tienen que ser conscientes de que la vida a veces nos pone situaciones de este tipo, pues hay que intentar aprovecharlas para ser mejores personas, para crecer, para intentar entender la vida.
Les pediría que estuviesen tranquilos en el sentido de que van a sentir muchas cosas que no han sentido, por ejemplo, esos pensamientos de ambivalencia o de culpa que citaba antes, y que entiendan que es algo normal y natural cuando uno está en ese momento, en ese proceso de estrés. Además, les diría que se comprometieran por un lado con el cuidado, pero que fueran indulgentes también consigo mismos y que aprendieran a perdonarse.