Hace no mucho tiempo hablábamos con una paciente que nos reconocía que no recordaba cómo es la sensación de no tener dolor. Ese malestar que puede llegar a condicionar tu vida está siempre presente, de la mañana a la noche, en mayor o menor medida. Cuando el dolor se convierte en crónico no solo afecta a nivel físico, sino que deja una huella profunda en la mente. Vivir con un malestar constante puede transformar la forma en que nos relacionamos con el mundo, nuestras emociones y hasta nuestra propia identidad. Desde la ansiedad y la depresión hasta la fatiga emocional, el impacto psicológico del dolor es una realidad que muchas personas enfrentan en silencio.
Partimos, además, de que el dolor, cuando se cronifica, impacta en todas las esferas de la vida de una persona. “Efectivamente, el dolor crónico no sólo es un síntoma físico, sino que impacta el estado de ánimo, el sueño, la vida familiar y la productividad laboral. Con el tiempo puede instaurarse un círculo vicioso: el dolor empeora el estado emocional, intensificando por tanto la percepción dolorosa”, nos comenta el doctor Fernando Domingo, especialista en Anestesiología y Medicina del Dolor, director médico de la Clínica del Dolor y RHB, ubicada en el Hospital El Pilar Q. Salud de Barcelona, y miembro de Top Doctors Group.
No es extraño que los expertos en el abordaje del dolor suelan aconsejar a los pacientes con dolor crónico la conveniencia de iniciar tratamiento psicológico. “En nuestra Unidad de Dolor recomendamos casi siempre integrar la psicoterapia junto al tratamiento médico. El apoyo psicológico, como la terapia cognitivo-conductual o técnicas de manejo de estrés, ayuda a los pacientes a modular la percepción del dolor y a reducir la ansiedad y depresión asociada”, nos comenta el doctor Domingo.
Lo ideal es poder trabajar con un equipo multidisciplinar que lo forman médicos y psicólogos especializados
Impacto del dolor crónico en la calidad de vida
Es importante valorar el impacto que el dolor crónico en la calidad de vida de los pacientes en términos emocionales y sociales. Tal y como explica el doctor Domingo, puede causar a la larga estados de ansiedad y de depresión, alterar el ciclo del sueño y aumentar el aislamiento social. “Se crean conductas de evitación tanto con las actividades deportivas, el ocio y el contacto social. Esto repercute negativamente en la autoestima, la comunicación familiar y el rendimiento laboral”, nos explica.
El trabajo de las Unidades de Dolor
En los últimos años han cobrado relevancia las llamadas Unidades de Dolor, donde no solo se persigue el objetivo de mitigar las consecuencias físicas de este problema, sino que también se aborda desde el punto de vista psicológico.
“Lo ideal es poder trabajar con un equipo multidisciplinar que lo forman médicos y psicólogos especializados, aunque no siempre se consigue en todas las Unidades del Dolor. Los psicólogos realizan evaluaciones psicosociales individualizadas, aplicando técnicas de aceptación y de reducción del estrés fundamentalmente con técnicas de Biofeedback”, apunta el especialista en Anestesiología y Medicina del Dolor, que hace hincapié en la importancia de realizar ese abordaje en el que se impliquen distintos especialistas cuando se trata a este tipo de pacientes.
“Realizar un abordaje integral basado en la colaboración de médicos anestesiólogos y rehabilitadores, psicólogos, fisioterapeutas y enfermería, incrementa el resultado terapéutico. Cada uno de ellos trata los diferentes componentes del dolor: nociceptivo, emocional y funcional”, argumenta el doctor Domingo. Por eso es importante la colaboración de los médicos con psicólogos para ofrecer un tratamiento más completo. “La sinergia médico-psicológica potencia el éxito terapéutico. Mientras el anestesista maneja el dolor agudo o crónico con técnicas intervencionistas y farmacológicas, el psicólogo enseña estrategias de afrontamiento y resiliencia. Juntos reducimos la intensidad del dolor y mejoramos el seguimiento del plan terapéutico”, nos detalla.
La necesidad de buscar ayuda psicológica
Si tenemos en cuenta que el dolor persistente es algo capaz de generar mucho malestar en la persona, como decimos, es habitual que este tipo de pacientes requieran de ayuda psicológica para poder manejarlo. “De hecho, ya en el siglo IV a.C, Epicuro decía: ‘La ausencia de dolor es el mayor de los placeres’. Por tanto, es plausible entender que ante la presencia de dolor, existe mucho sufrimiento emocional”, nos detalla Cristian Castellano Mengual, quien añade que, además, tenemos que entender que la persona con dolor crónico suele presentar otro tipo de problemáticas asociadas. “A nivel estadístico, se encuentra que suelen tener una alta prevalencia en trastornos de estado de ánimo, en trastornos de ansiedad y en alteraciones del sueño. De este modo, es un perfil de paciente que suele acudir a consulta, o bien, que se podría beneficiar de la atención psicológica”, detalla.
El dolor crónico y la salud mental
Esto es muy importante teniendo en cuenta que estamos frente a una realidad que puede llegar a afectar incluso a nuestra salud mental. “Los estudios principales y más numerosos han sido en pacientes afectos de dolor lumbar crónico, situando la prevalencia de ansiedad y de depresión entre un 40%-50%. Estos datos dan soporte al criterio de integrar evaluaciones psicológicas rutinarias en estos pacientes”, apunta el doctor.
Cristian Castellano Mengual, especialista en Psicología en el Centre Fisal Fisioterapia i Salut y miembro de Top Doctors Group, nos pone un ejemplo muy claro que nos permite entenderlo mejor. Imaginemos que alguien nos acompaña en nuestro día a día y nos va molestando cuando queremos hacer nuestras actividades cotidianas, o nos va golpeando cuando queremos hacer ciertas tareas, o nos impide hacer aquello que nos gusta, o nos despierta cuando intentamos dormir ¿Cómo nos sentiríamos? “Seguramente estaríamos frustrados, cansados, enfadados, irascibles, angustiados, tristes… Pues eso es vivir con dolor. Y lo peor de todo, es que es algo que se mantiene en el tiempo, lo que va provocando un desgaste y un deterioro en la salud mental de la persona”, comenta el experto.
Además, detalla que es importante tener en cuenta que existe una realidad estadística significativa entre la presencia de dolor crónico y alteraciones en salud mental, como la depresión y la ansiedad. “Es habitual que estos problemas coexistan, pues además de la implicación emocional, también comparten alteraciones y adaptaciones cerebrales, que tienen una implicación en la respuesta de dolor”, nos dice el psicólogo.
Los estudios principales y más numerosos han sido en pacientes afectos de dolor lumbar crónico, situando la prevalencia de ansiedad y de depresión entre un 40%-50%
Así afecta el dolor crónico al cerebro
Hemos hablado del cerebro, que juega un papel importante en relación a la percepción del dolor. “La exposición crónica al dolor produce un incremento en la intensidad de la señal dolorosa debido a una hipersensibilidad de las vías encargadas de recibirla y enviarla al cerebro, manifestándose con un dolor exagerado ante estímulos que normalmente resultan poco dolorosos o indoloros”, apunta el especialista en Medicina del Dolor.
Y también existen cambios cerebrales en pacientes de dolor crónico que presentan estados de ansiedad y de depresión, afectando a la neuroplasticidad cerebral, que es la capacidad del cerebro para reorganizarse y adaptarse a nuevas experiencias y estímulos.
Cuando eres consciente de que el dolor se cronifica
De lo que no cabe ninguna duda es de que cuando el paciente entiende que su dolor no cesa fácilmente, que su dolor se cronifica, que le acompañará en su día a día, con altos y bajos, puede suponer un auténtico terremoto. “Recibir esta noticia por parte de los pacientes suele ser un shock y, en cierto modo, un trauma. En el momento en el que reciben un diagnóstico que contiene la etiqueta ‘crónico’, suele ser un mensaje que les produce mucho daño, iniciando una especie de proceso de duelo y de redefinición de su identidad y de su forma de vida, momento en el cual pierden parte de su libertad y de sus capacidades para hacer ciertas cosas que antes realizaban con normalidad”, nos detalla el psicólogo, que añade que, de hecho, algunos lo definen como si hubiesen perdido un brazo o una pierna, pues en cierto modo, han perdido la libertad de vivir sin dolor. “Podríamos matizar si realmente es así, pero sí es cierto que muchos pacientes en esta situación lo reciben de este modo, lo cual de forma evidente causa mucho sufrimiento y un impacto emocional que queda grabada en sus mentes”, nos cuenta.
Los trastornos psicológicos más habituales cuando hay dolor crónico
Una de las dudas que nos surge es qué tipos de trastornos psicológicos son comunes en personas con dolor crónico. El psicólogo nos detalla que los trastornos de estado de ánimo como depresión o trastornos de ansiedad generalizada son muy frecuentes en personas con dolor crónico. Además, suelen presentar muy acentuados ciertos rasgos de personalidad muy característicos como son la autoexigencia, el perfeccionismo, tendencia al catastrofismo, necesidad de control y suelen ser personas con una baja asertividad pasiva (es decir, personas que tienden a dar más valor a las necesidades ajenas frente a las suyas).
“En cierto modo, ahora podríamos abrir un debate: si estos rasgos son consecuencia del dolor crónico, o bien, si estos rasgos han facilitado un contexto cerebral que puede predisponer a ello. Como digo, es un tema complejo y que, todavía a día de hoy, está en plena investigación”, reflexiona el especialista en Psicología.
Estrategias psicológicas para abordar el dolor crónico
Llegados a este punto, es importante plantearnos qué estrategias psicológicas pueden ayudar a manejar el dolor crónico, lo cual, según Cristian Castellano Mengual, no es tarea fácil. “Creo que más que plantear estrategias concretas, lo que tenemos que plantear son estrategias que nos permitan llegar a un objetivo específico. Es decir, si permite reducir la alerta del sistema nervioso central va a ser apropiada”, nos comenta, y añade que con esto se refiere, por ejemplo, a que reducir el estrés y el sufrimiento emocional de la persona, reducir el impacto de los rasgos de personalidad que comentaba anteriormente, bajar toda la alerta y sensación de peligro relativa al síntoma o al contexto nos va a ayudar y va a favorecer.
“Sean estrategias de gestión de estrés o de gestión del tiempo, sea mejorar la comunicación asertiva o la capacidad de poner límites de la persona, sea reducir la confrontación o lucha ante el síntoma, o herramientas de respiración y relajación; siempre y cuando consigamos bajar la alarma y dar cierta calma al sistema nervioso central, esto va a tener un impacto positiva en la persona y, en cierto modo, también en el síntoma”, apunta el psicólogo.
Además, incide en un aspecto fundamental: es importante entender al paciente con dolor crónico como una persona en sí misma, en toda su complejidad y en todas sus facetas. “El dolor crónico viene mediado por un gran número de factores y tiene muchas consecuencias e implicaciones, más allá del dolor. Por tanto, es importante un abordaje multicomponente, cuyo objetivo consiste en mejorar la calidad de vida de la persona y reducir su sufrimiento, en todas las facetas posibles”, nos cuenta.
Así influyen las emociones si tienes dolor crónico
De lo que no hay duda es de que cada persona tiene un umbral del dolor. Por eso, nos planteamos qué papel juegan las emociones en la experiencia del dolor crónico. “Tenemos una tendencia o una idea generalizada de que el dolor viene determinado únicamente por un estímulo externo, que es algo puramente mecánico como recibir un golpe, cuyo estimulo activa un receptor, y este genera una respuesta directa de dolor. Pero la realidad es mucho más compleja y mucho menos mecanicista. Es importante entender que el dolor se construye íntegramente en nuestro cerebro y, por tanto, recibe muchísima más información, más allá de lo puramente mecánico”, nos cuenta el psicólogo.
Nada mejor que verlo con unos ejemplos: si una persona tiene miedo al dentista, es frecuente que, con solo el estímulo de frío del espejo de la consulta, se genere una sensación de dolor, sin realmente haber un motivo o estímulo congruente. O incluso más sencillo o más habitual: estás viendo una película de terror o en un momento de alta tensión, y se acerca un amigo y te pone la mano en el hombro de forma inofensiva, pero te llevas un buen susto y sobrerreaccionas por un gesto aparentemente inofensivo. O quizás te ha sucedido que, tras recibir un golpe o un corte, inicialmente no has sentido una sensación de dolor intensa, pero cuando ves que la herida es muy aparatosa o que sangra con mucha intensidad, la sensación de dolor se intensifica.
“Todos estos fenómenos suceden porque la respuesta de dolor se construye en nuestros cerebros, recibiendo información de distintas estructuras cerebrales. De hecho, es bien sabido que el sistema límbico (estructura cerebral relacionado con la función emocional) tiene un rol fundamental en la percepción de dolor. De este modo, la evidencia científica nos muestra que emociones relacionadas con el estrés, la ansiedad o el miedo son capaces de incrementar la percepción de dolor y reducir el umbral de dolor (es decir, se dispara la señal con la necesidad de menor estimulación). También tenemos que tener en cuenta que, un estado de hiperalerta o hipervigilancia cerebral facilita y predispone a la respuesta de dolor”, cuenta el psicólogo.
Tenemos una tendencia o una idea generalizada de que el dolor viene determinado únicamente por un estímulo externo. Pero la realidad es mucho más compleja
El ejemplo práctico de la pierna fracturada
Esto puede parecer complicado de entender, pero el experto nos pone, de nuevo, un ejemplo donde podemos verlo más claro: si yo me fracturo la pierna, voy a estar unos meses con la pierna inmovilizada, con una conducta de sobreprotección hacia ella, con miedo y alerta a posibles daños o golpes en la pierna lesionada, así como posiblemente emociones negativas relacionadas a la lesión. Una vez pasan los meses, y el callo óseo está bien formado, voy a empezar a apoyar el píe y a caminar. Aun así, voy a percibir que los movimientos no son como eran antes, voy a tender a cojear, a notar la pierna mucho más sensible y con un umbral de dolor mucho más bajo, y si veo que alguien intenta pisarme el píe, lo voy a apartar de forma violenta e instintiva.
Algunos de estos signos se explican por las adaptaciones que se han dado en nuestro sistema nervioso y en los receptores de dolor. En cierto modo, durante meses, ha existido una alerta y una sobreprotección para nuestro cerebro, donde consideraba que tenía que proteger a toda costa la pierna para no recibir más daño. Por tanto, nuestro propio sistema nervioso y nuestra propia percepción de dolor se adaptan para proteger la pierna, y aunque esta pueda estar más recuperada, la pierna sigue estando más sensible debido a la alerta de nuestro cerebro. Esto es un proceso normal y muy estudiado, donde se sabe que tras una lesión de larga duración, se generan adaptaciones en los receptores para tener una respuesta al dolor más sensible.
“Por tanto, como os podéis imaginar, esto también sucede en el dolor crónico. Y normalmente, sucede de forma aún más exagerada, teniendo en cuenta que el contexto de dolor crónico suele persistir durante más tiempo que una lesión aguda y que, además, va acompañado de más emociones negativas, de más alerta e incertidumbre, además de mucho sufrimiento. Por tanto, la respuesta de hipervigilancia y de sobreprotección que realiza el cerebro es aún más incrementada, lo que suele tener una implicación importante en la sensibilización del sistema nervioso y de la nocicepción”, indica el psicólogo, que concluye que, como es evidente, las emociones tienen un papel crucial en la experiencia del dolor crónico.
Pacientes con dolor crónico refieren asociaciones claras entre periodos de estrés o mucho dolor emocional con periodos de aumento significativo de la percepción de dolor
Factores psicológicos que pueden agravar el dolor crónico
Teniendo en cuenta ese vínculo entre emociones y dolor crónico, nos planteamos también cómo el estrés, la ansiedad o la depresión pueden agravar dicha sensación. En opinión del psicólogo, el estrés, la ansiedad y la depresión contribuyen a un funcionamiento errático de nuestro sistema nervioso central. En general, se suelen relacionar con procesos de neuroinflamación, un exceso de actividad simpática en nuestro sistema nervioso autónomo y una elevada tasa de activación de nuestro sistema límbico (relacionado con las emociones). Todo esto nos acaba llevando a favorecer ese estado de alerta, hipervigilancia y sobreprotección que el psicólogo comentaba antes.
“Ante ese contexto, nuestro cerebro interpreta que estamos en una situación de peligro y nos tiene que proteger, por lo tanto, tiene todo el sentido que nuestra nocicepción se vea incrementada y, por tanto, que aumente en gran medida la sensibilidad al dolor. No solo eso, es importante entender que las emociones, en muchos casos pueden funcionar como estímulo suficiente, para iniciar la respuesta de dolor. De hecho, es habitual encontrar que pacientes con dolor crónico refieren asociaciones claras entre periodos de estrés o mucho dolor emocional con periodos de aumento significativo de la percepción de dolor”, añade.
Por eso, si tenemos en cuenta todo lo que hemos comentado, es congruente entender que contextos que implican emociones negativas intensas y favorecen la alerta de nuestro sistema nervioso central, como son la ansiedad y la depresión, van a agravar el dolor.
El dolor crónico y las relaciones
Del mismo modo que la ansiedad, el estrés y la depresión afectan a las relaciones personales y sociales, el dolor también lo hace. “Como comentaba anteriormente, existe una realidad estadística, donde la prevalencia de dolor crónico coincide con una alta prevalencia de trastornos relacionados con el estado de ánimo y la ansiedad. Por tanto, es muy frecuente que las relaciones personales se vean alteradas. Además de por el factor emocional, vamos a tener en cuenta las limitaciones y la incertidumbre que conlleva sufrir dolor crónico, lo cual impide en muchas ocasiones poder tener un ritmo social normal”, comenta el psicólogo de Top Doctors.
Nos invita, de nuevo, a reflexionar: seguro todos hemos tenido dolor de forma puntual, bien por un dolor de barriga, de rodilla o de cabeza. ¿Cómo nos hemos sentido cuando eso sucedía? ¿Nos apetecía relacionarnos con nuestro entorno? ¿Estábamos centrados en los que nos explicaban? ¿Era un momento donde teníamos mucha paciencia o más bien nos sentíamos irascibles y cualquier cosa nos irritaba? “Seguro que conocéis la respuesta a esas preguntas. Pues recordad que el dolor es un mecanismo de alerta y de protección para nuestro cerebro. Por tanto, es un mecanismo de alta prioridad biológica, por lo que esto afecta a las necesidades sociales, reduciendo en muchas ocasiones las ganas de interactuar con los demás e, incluso, afectando a nuestro humor y a nuestra paciencia”, comenta. Pero, añade que, desgraciadamente, somos un ser social, que necesita de las relaciones personales para sentirnos bien, para tener emociones positivas y, por consiguiente, un buen funcionamiento de nuestro sistema nervioso central.
“Por tanto, podemos imaginar cómo influye ese deterioro progresivo de las relaciones personales que suele suceder en las personas con dolor crónico, lo que acaba influyendo aún más negativamente en sus emociones y, por ende, acaba agravando el problema”, apunta el especialista.
Pensamiento positivo para manejar el dolor crónico
Por último, teniendo en cuenta todos los factores emocionales y psicológicos que pueden influir en la percepción y el abordaje del dolor crónico, le planteamos al psicólogo si piensa que la actitud y el pensamiento positivo pueden ayudarnos en su manejo. “Creo realmente que una actitud y pensamiento positivo van a favorecer un mejor manejo del dolor, así como podría ser un factor de buen pronóstico. Si tenemos en cuenta que la actitud y el pensamiento positivo pueden favorecer en una reducción de la actividad del sistema nervioso central y del sistema límbico, así como una reducción del estado de neuroinflamación, posiblemente esto tenga un impacto positivo en la percepción y en el manejo del dolor”, argumenta.
Pero es que, además, es importante entender a la persona de dolor crónico como un todo, no solo como una persona que tiene dolor. Posiblemente si mejora su actitud, también otros factores mejorarán. Por ejemplo, empezará a dormir mejor, estará más animado para moverse y relacionarse con su entorno, así como es más posible que se alimente mejor. “Por tanto, si es capaz de manejar todos estos factores positivamente, es probable que todo funcione de una forma mucho más óptima, tanto a nivel de manejo de los síntomas, como a nivel de intensidad e incapacitación de estos. En esto consiste el rol del terapeuta: intentar mejorar la actitud y el pensamiento de la persona, para que esto contribuya a, progresivamente, mejorar distintas facetas de su vida, para así disminuir la alerta de su cerebro, y mejorar su calidad de vida y la percepción de sufrimiento”, concluye.