Por qué reconectar con la naturaleza es bueno para tu bienestar físico y mental

Una experta nos explica que permanecer en la naturaleza de forma habitual y consciente tiene múltiples beneficios para el desarrollo de la persona

Por Pilar Hernán

Piensa en el caudal de un río deslizándose por un paraje verde y frondoso, en un pequeño jilguero en la rama del árbol que ves desde tu balcón o en esa flor que crece en tu jardín. Seguro que son imágenes plancenteras. Y es que la naturaleza nos hace bien. Así lo plasma Katia Hueso, bióloga, experta en medioambiente y sostenibilidad en su libro La naturaleza que nos cuida, publicado por Plataforma Actual. En él hace ofrece una amplia panorámica de los elementos, seres vivos y escenarios de la naturaleza que contribuyen a nuestra salud, que son muchos más de los que acostumbramos a pensar. La autora, con quien hemos tenido la oportunidad de hablar, nos invita a explorar esos beneficios que nos da la naturaleza y nos revela dónde encontrarlos.

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¿Qué implica, en relación con nuestra salud, a nuestro bienestar, el hecho de que el ser humano, cada vez más, sea más urbano?

Las ciudades son entornos a priori más hostiles con nuestra salud que el campo, por la mayor concentración de contaminantes, ruido, acumulación de residuos y la congestión del espacio público en general. Especialmente preocupante es la conversión de ese espacio público en lugares de ocio rentable para el ayuntamiento (mercadillos, ferias) o entidades privadas (conciertos, rodajes). Cuesta encontrar lugares tranquilos, de encuentro y convivencia, para hacer actividades o simplemente estar, sin horario. Sin embargo, es en las ciudades donde están apareciendo las soluciones más innovadoras: la creación de espacios verdes y azules (agua), huertos populares, movilidad sostenible y el auge de la economía circular para hacer frente al consumo desaforado. Poco a poco las ciudades se van haciendo más saludables.

¿Se ha producido una desafección del ser humano con la naturaleza que ha podido incluso derivar en problemas de salud?

Sí. Nuestro estilo de vida cada vez más acelerado ha hecho que perdamos la conexión con la naturaleza y con nosotros mismos. La frontera entre trabajo y descanso está cada vez más difuminada y hace que dediquemos cada vez menos tiempo a un ocio lento, gratuito y saludable. Si salimos a la naturaleza, aunque sea urbana, lo hacemos con un propósito (correr, ir en bici, recorrer una ruta que salió hace poco en redes). No dejamos que la naturaleza entre en nosotros, conectarnos de manera genuina con ella. Esto acaba por tener consecuencias negativas para nuestro bienestar, para la salud mental y, en última instancia, también física. 

Ruido, prisas, tráfico, consumo excesivo… La vida en las ciudades, ¿puede ser considerada un estresor?

En las ciudades hay poca consideración para el individuo y sus necesidades de intimidad y serenidad. Nuestro espacio se ve invadido por otros, ya sea en forma de tráfico o de ruido, o ambas cosas. Nuestro tiempo se ve recortado por compromisos sociales, familiares y profesionales. El poco tiempo y espacio que nos queda lo usamos de una manera también acelerada, con la idea de aprovecharlo al máximo. No hay más que ver la oferta cada vez más completa y compleja de ocio, casi toda “de pago”, que ofrece cualquier ciudad, tentadora y atractiva para todas las edades, pero acelerada igualmente. Pasear, sentarse en un banco o tumbarse al sol en un parque, son actividades que se ven como una pérdida de tiempo.

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Con la masificación de todos los espacios, incluidos los naturales, en ocasiones, ¿incluso el entorno natural puede causarnos estrés?

Desde siempre, los urbanitas hemos buscado la paz de la naturaleza en montes, bosques y playas y los fines de semana se llenan de gente. Las redes sociales, primero y la pandemia, después, han exacerbado la masificación de estos espacios, imponiendo una sensación de obligación de no perdérselos. Siendo como somos de natural ruidoso, la actividad de otras personas en el medio natural es rápidamente molesta y puede fastidiar a aquellos que buscamos el silencio. Con un poco de respeto y de atención, la presencia de otros puede hacerse más amable. Basta con que seamos conscientes de que la naturaleza no es un simple escenario, un paisaje de fondo para la foto, sino un lugar en el que habitan otros seres vivos y fuente de bienestar para todos.

¿Qué podemos hacer para tratar de revertir esta situación?

Como ya decía antes, en las ciudades están surgiendo soluciones interesantes que las hacen más habitables: dar protagonismo al peatón y, más en concreto, a colectivos vulnerables como la infancia o las personas mayores; convertir el espacio público en un lugar de convivencia y no sólo de ocio organizado y entender el rol tan esencial que tienen la vegetación y el agua en el bienestar de los ciudadanos, más allá de lo meramente estético. En la naturaleza, debemos actuar con respeto hacia ella y a los demás. Mostrar una reverencia similar a la que tenemos en un museo o iglesia, pues no deja de ser un lugar de gran valor, no sólo natural, sino también cultural y simbólico. Seamos discretos y cuidadosos, sin dejar más huella que la de nuestras pisadas y ni tomar de ella más que fotos. 

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¿Podríamos decir que la naturaleza tiene efecto terapéutico?

Absolutamente. Pero debemos acudir a ella con apertura de miras, aceptándola como es y respetando sus límites. Seamos conscientes de que somos parte de ella, no estamos por encima de la naturaleza ni ella está a nuestro servicio para cualquiera de nuestros fines. Disfrutemos de las pequeñas cosas que suceden de forma espontánea: un animal que aparece a lo lejos, un insecto que se posa cerca, la brisa fresca en la cara, o tal vez un chaparrón. La calma de una pradera de flores al tibio sol de la primavera, la potencia de las olas rugiendo al pie de un acantilado, la profundidad del cosmos que se ve en una noche de luna nueva… la naturaleza se expresa de muchas maneras. Pero siempre estará la coherencia de lo que nos muestra, la serenidad que transmiten los grandes espacios y las escalas temporales en las que ella se mueve.  Sabemos que es algo mucho más grande que nosotros, que nos acoge y nos da sustento (aire limpio, agua, alimento, refugio). Además, la naturaleza no nos juzga, en ella podemos ser nosotros mismos, con nuestras virtudes y defectos, con arrugas o kilos de más, con nuestras inseguridades y paranoias. Todo ello hace que nos sintamos parte de ella, conectados y conscientes de nosotros mismos, ingredientes fundamentales para acompañar cualquier proceso de sanación.   

¿Cuáles son, en su opinión, los principales beneficios que nos aporta la naturaleza?

Permanecer en la naturaleza de forma habitual y consciente tiene múltiples beneficios para el desarrollo de la persona y su bienestar. Nos da tolerancia, flexibilidad, resiliencia, autonomía, capacidad de adaptación y de gestión de riesgos. Movernos en ella es fundamental para el bienestar físico, incrementando nuestra fuerza, resistencia, agilidad, pero también la capacidad aeróbica y la inmunidad. Desde el punto de vista mental, aporta serenidad, intimidad, atención, concentración, autoestima, autoconocimiento. Incluso, despierta nuestra sensibilidad artística, literaria y espiritual. Estar en la naturaleza nos da ánimo y vitalidad, una alegría serena y duradera que permite afrontar las dificultades cotidianas con mayor eficacia.

¿De qué forma podemos sacarle provecho?

Salir a la naturaleza es más fácil de lo que parece, porque está en todas partes, si sabemos reconocerla. Por supuesto, podemos ir a un parque nacional si se da la ocasión. Pero también vale con estar en un parque urbano o incluso una plaza en nuestro barrio. Para ello, eso sí, conviene buscar un momento de cierta tranquilidad, en el que la naturaleza pueda mostrarnos su protagonismo: los gorriones piando en los arbustos, las abejas libando las flores, las hojas danzando al viento. Se trata de salir con la mirada y la mente abiertas y dejar que la naturaleza nos hable. Es tan sencillo como abrir la puerta de casa y dedicar un rato a estar ahí fuera, sin un plan fijo.

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La naturaleza nos da, pero también tenemos que darle nosotros a ella, cuidarla, respetarla. ¿Piensa que estamos suspendiendo en este sentido?

Sí, para mi ese es el gran problema. No es la “ausencia” de naturaleza sino nuestra ceguera a ella. En el momento que entendamos que somos parte de ella, sabremos que no debemos ensuciar el nido, como se suele decir. Contaminar el aire, verter residuos, hacer ruido es algo que nos perjudica a corto y largo plazo. La naturaleza nos da recursos, alimento, agua, aire para respirar, pero debemos tomarlos con mesura y agradecimiento. Cuidar de ella va en nuestro beneficio: más alimento, mejor calidad del aire, agua más limpia.

¿A quién va especialmente dirigido su libro?

A todo aquel que tenga un interés por conectar con la naturaleza, mejorar su bienestar físico y mental y apreciar lo que ella nos aporta para ello.  El libro está escrito con sencillez, plagado de anécdotas personales que ilustran lo reflejado en él y hace de su lectura un paseo por diferentes naturalezas. No pretende ser un trabajo técnico, aunque respeta el rigor científico y da pautas al lector para distinguir el grano de la paja en la elección de espacios y experiencias terapéuticas. Para quien desee profundizar en cualquier aspecto, las numerosas notas a pie de página y la bibliografía al final del libro, abren ventanas a más información.