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Dicho por los médicos: un beso duplica el ritmo cardíaco, pone en danza una treintena de músculos, reduce el estrés, incrementa la autoestima, es antidepresivo y hasta consume calorías. Todo ventajas. Pero si además –y eso ya es cosecha propia– eliges como escenario algunos de los rincones de París que recopilamos aquí, los puntos extra con tu pareja están más que asegurados. Por nuestra parte, todo el mundo a besarse en una de las ciudades más románticas del mundo: París.

Puentes, jardines, museos y hasta bancos callejeros sabiamente emplazados se confabulan en esta ciudad para dar lugar al romanticismo. Saca un mapa y memoriza las pistas que mejor te vengan y que así tu pareja crea que dar con semejante colección de rincones sublimes para besarse ha sido cosa del universo, que juega a favor de vuestro amor.

 

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Entre los más clásicos la Torre Eiffiel siempre tendrá un puesto de honor para los amantes tanto desde sus alturas –lástima las colas, que son un poco un anticlímax– como con un beso apasionado en los jardines de Trocadero que se cuadran a sus pies. Y si el bolsillo está rumboso, con una cena en su restaurante Le Jules Verne (paris.com/en), a 125 metros del suelo y ante unas vistas que cuidado con alargar el beso y perdéroslas.

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Tópico también, los barcos que surcan el Sena, aunque te lo recomendamos menos porque con tanto turista alrededor hay poco espacio para la intimidad. Mejor te sugerimos un paseo a esa hora punta del amor que es el atardecer por algunos de los puentes que cruzan sus aguas, como el Pont des Arts o el Pont Neuf, el más bello de la ciudad y, a pesar del nombre, el más antiguo. Desde este, seguro que sabes seducir a tu pareja hasta la square du Vert Galant de la isla de la Cité para, si el tiempo acompaña –¡que en París nunca se sabe!–, proseguir con unas confidencias en los bancos bajo los castaños de la coqueta place Dauphine.

 

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No lejos, tras un callejeo por esta monumental islita en la que, entre otros, se alza la iglesia de Notre Dame, aguarda el Pont Marie. Conocido también como el puente de los enamorados, se encuentra ya en la mucho más tranquila isla de St. Louis, por cuyas escalinatas se pierden los amantes. Según la tradición los enamorados se tienen que besar, mientras piden un deseo, bajo este puente, así que es el momento.

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Tampoco os perdáis las vistas desde los apartados bancos y el murete junto al río de la quai de Bourbon. Y no se os ocurra resistiros a los helados míticos de Berthilion (berthillon.fr), o si el tiempo no acompaña a un dulce en su salón del té. Tampoco hay que resistirse a 'perder el tiempo' paseando sin rumbo por esta isla discretamente sembrada de bistrots y tienditas con encanto entre edificios que atesoran el metro cuadrado más caro, o casi, de París.

 

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Y antes de alejarnos del medio acuático otra recomendación: el canal de Saint-Martin. Lleno de exclusas, puentes móviles y canales, tiene un rollo veneciano que invita a un paseo de la mano de lo más romántico. Aquí los amantes vienen a sentarse al ras del agua, a tomar un brunch o a hacer un crucero romántico por sus aguas.

 

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Y seguimos con los enamorados clásicos, con un inevitable devaneo de la mano por plazas tan exquisitas como la Place des Vosges o la no menos aristocrática Place Vendôme, sembrada de joyerías en las que descolgarse con un detalle previo paso –como en el Monopoli– por la banca, porque no es este precisamente territorio de las gangas. E, imprescindible también como el último gran clásico, la escalinata de la iglesia del Sacre Coeur en Montmatre, preferiblemente de noche para evitar las muchedumbres que nos estropeen el beso y la foto.

 

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Otros paseos deliciosos aguardan por el barrio de Le Marais, con todo su poso histórico aliñado de tiendas y locales a la última por calles como la rue de Sévigné, la de Vieille du Temple o la de Francs-Bourgeois. Más secreto y también en la zona, Village St. Paul, una sorpresa de callejuelas peatonales y patios con aire de pueblo medieval que reúne comercios de diseñadores, anticuarios y galeristas donde compraros un detalle. Ojo que es fácil pasarlo de largo, o sea que localízalo bien en el mapa porque sería una pena renunciar a un alto en alguna de sus terrazas.

 

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Las calles más célebres del Barrio Latino difícilmente pueden considerarse un rincón secreto, con los bulevares de Saint-Germain y Saint-Michel atestados de archifamosas brasseries y sus continuas idas y venidas, pero sería un pecado dejar de pasar por ellas, así como acercarse a otras menos obvias y llenas de ambiente más bohemio, como la rue de l’Harpe o l’Huchette.

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Para amantes ilustrados, la reposada delicia del Museo Rodin (musee-rodin.fr) y sus jardines, o la visita al Museo del Louvre (louvre.fr), o al Museo d'Orsay (musee-orsay.fr) en cuyo embrujador edificio admirar algunas creaciones especialmente eróticas concebidas por aspirantes a artista con ganas de escandalizar a la sociedad del XIX. Los tres permiten adquirir online las entradas y así os evitaréis las colas. ¿no os apetece besaros delante de tanto arte? Un beso furtivo frente a un cuadro alegra la jornada cultural y el espíritu.

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Y terminamos con los mitómanos, ¿por qué no emular el icono del romanticismo parisino consagrado por la cámara de Robert Doisneau en su archiconocida foto El beso del hotel de Ville? Para ello no hay más que apostarse frente al Ayuntamiento, en la plaza del mismo nombre junto a la rue de Rivoli, y dejarse inmortalizar por algún turista que os pille de paso. Si sois amantes modernos podéis sacar el palo de selfie, o estirar el brazo estilo instagramer, eso también vale en París.

 

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