—Sí, lo hago muchas veces. Le pido que me ayude, que me guíe, que me dicte qué tengo que hacer y cómo debo reaccionar.
—Dice en sus Memorias que conoció al Sha en un encuentro casual. ¿Ese día se enamoró de él?
—Yo ya quería al Rey, pero poco a poco me enamoré del hombre.
—Majestad, ¿recuerda el primer regalo?
—Sí, un precioso reloj de oro, de esfera pequeña, del que nunca me desprendí hasta que hace poco tiempo se lo regalé a mi hija Farahnaz.
—Disculpe el atrevimiento, Majestad, ¿y el primer beso?
—(Se ríe la Reina ante nuestra pregunta, pero sus ojos se iluminan mientras lo recuerda.) Por supuesto. Eso sucedió algunas semanas más tarde del encuentro que tuvimos en casa de su tía, la princesa Shahnaz.
—Cuando le pidió en matrimonio, ¿qué fue lo primero que se le pasó por la cabeza?
—En realidad, ya lo estaba esperando, pero aun así me sorprendió. Me sentía feliz y era un honor para mí que el Sha me lo pidiera. Lo primero que me dijo fue: «¿Sabes el paso que vas a dar?, ¿las responsabilidades que vas a tener?». «Claro, ¡y qué quieres que haga después de conocerte!».
—¿Y el Sha?, ¿qué cree que vio en usted?
—Como he dicho en el libro, mi sencillez.
—Pero habría algo más...
—(Se ríe.) También por mi físico. Me decía que quería una mujer alta para tener hijos altos. Después, al casarnos, me hizo la vida muy fácil. Su protección y su cariño hicieron que mi adaptación a la Corte no tuviera muchas complicaciones.
—Algunas tendría.
—Por supuesto, pero por mi carácter y por mi educación he tenido la suerte de saber adaptarme a todas las situaciones. Otras personas en mi lugar, obligadas a vivir en el exilio, al perder su posición, hubieran caído en una depresión. Esto no quiere decir que no haya tenido momentos tristes, pero era mi obligación aceptar mi vida.
—¿El exilio le hizo amar más al Sha?
—Sí, me sentí más casada con él, más unida, porque me demostró qué clase de hombre era.
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